Cuando me escribe por teléfono puedo adivinar el tono triste del mensaje. “Ha vuelto a suceder”, me dice. “Estoy viendo las imágenes de la mujer que violaron ayer en la plaza Tahrir… No puedo creerlo, no hay justicia en este país”. Clara es una periodista extranjera que vive desde hace tiempo en El Cairo. El año pasado, ella y su amiga Annie fueron con un grupo de amigos hasta la plaza Tahrir para unirse a las manifestaciones que pedían la destitución del presidente Mohamed Mursi. Nadie pudo presagiar lo que estaba por venir. “Todo ocurrió demasiado rápido”, cuenta. En menos de 15 minutos cerca de 30 jóvenes las rodearon. Tras varios forcejeos consiguieron llevarse a Annie, a quien desnudaron, golpearon y violaron salvajemente en uno de los rincones oscuros de la plaza.
El “acoso sexual” en Egipto ha vuelto a ocupar los titulares tras lo ocurrido el pasado domingo. Durante las celebraciones del recién nombrado presidente Al Sisi, la plaza Tahrir volvió a convertirse en una ratonera y al menos cinco mujeres fueron agredidas sexualmente por la masa de asistentes. Alguien grabó con su teléfono móvil uno de los ataques y colgó un vídeo en Youtube que recibió más de 100.000 visitas en un solo día. Las imágenes mostraban la misma dinámica que en anteriores ocasiones. Como le ocurrió a Annie, en una aglomeración que no deja escapatoria, decenas de hombres acorralaron a la víctima para abusar de ella sexualmente. El vídeo mostraba a una joven convaleciente, llena de hematomas, caminando desnuda por la plaza. Un policía intenta ponerla a salvo en una ambulancia, pero la turba de gente tira constantemente de ella mientras la arrastran por el suelo.
fundación Reuters determinó a finales de 2013 que Egipto es el peor país para una mujer. En él tuvieron en cuenta factores como la violencia, la mutilación genital, su papel dentro de la sociedad o la inexistencia de algunos derechos. Sin embargo, episodios como el del pasado domingo son la culminación de un modus vivendi, de un día a día en el que se ha producido una normalización del acoso sexual hacia las mujeres. Naciones Unidas constató que el 99,3% de las egipcias lo ha sufrido alguna vez en su vida, desde intimidación en el lugar del trabajo, marginación por cuestiones de género hasta una agresión violenta en forma de violación. Y lo cierto es que todas las residentes extranjeras también hemos vivido alguna forma de abuso. De modo directo o indirecto, el acoso sexual se ha convertido en la enfermedad de esta sociedad, un acto imperante que ha infectado las cuestiones de la vida más rutinarias.
Un estudio realizado por la
Así es vivir en la capital del acoso
El origen del acoso sexual en Egipto parte de una profunda desigualdad, del trato diferente que un hombre y una mujer reciben en la sociedad. En todos los pisos en los que he residido en El Cairo, mi condición de mujer-joven-soltera siempre ha despertado las sospechas del casero o del bawab (portero). “Deberías casarte”, me repetían en varias ocasiones, incómodos ante una mujer que no tuviera un hombre que la protegiera. Mientras, yo observaba el trato más permisivo que recibían mis vecinos solteros masculinos frente al trato restrictivo que me daban a mí. “No puedes subir a hombres a casa”, me recordó en más de una ocasión el propietario. En cambio, mi vecino extranjero celebraba fiestas cada semana.
Pero el acoso callejero es el más difícil de sortear. Los hombres se imponen en la calle y hay que lidiar con miradas, silbidos, gritos e incluso algún que otro osado que se atreve a manosearte al pasar. Con el paso de mi estancia en El Cairo me olvidé de las mangas cortas, de enseñar el cuello o, claro está, destapar las piernas. Aunque luego llegué a la conclusión, conversando con compañeras, de que incluso cuando íbamos cubiertas nos acosaban igual. Todas nos sentimos frágiles, impotentes e incluso humilladas. Como cuando tuve que dejar de comprar agua en la tienda de debajo de mi casa porque el dueño me decía que volviera por la noche a buscarle. O aquel hombre de la frutería, que me coge la mano cuando me devuelve el cambio de las monedas, o el del supermercado, que mira a los lados cuando no hay nadie mientras me susurra obscenidades que, afortunadamente, no soy capaz de entender.
Un grupo de egipcias protesta en El Cairo contra el acoso sexual (Reuters).
Mientras llevamos a cabo nuestra profesión, las mujeres periodistas tenemos que enfrentarnos a otra dura tarea: cuando nuestras propias fuentes intentan acosarnos. Recuerdo muy pocas entrevistas en las que el entrevistado no me haya propuesto “una segunda cita”, “llevarme a cenar”, “ir a verle a su casa”, “o comprarme el aparato de aire acondicionado que necesito”; son algunos de los mensajes de texto postentrevista que he recibido en los últimos años. En ocasiones, surge una sonrisita en mitad de la conversación, y me cuestiono cómo se comportarían si el periodista fuera hombre en lugar de mujer. Pero no es así, yo soy una mujer y ellos están ahí para recordármelo.
Como le ocurrió a Annie, cruzarte con alguno de los “acosadores” puede terminar en desgracia. Afortunadamente, yo nunca fui víctima de una violación, pero tuve que enfrentarme a algunas leves agresiones. La primera vez fue también en Tahrir, en los días previos a las elecciones presidenciales del año 2012. La plaza se volvía a llenar y un compañero jordano y yo nos movíamos lentamente entre la gente. De pronto, unas manos aparecieron por mi derecha, para manosearme y arrancarme la camiseta. Afortunadamente mi amigo pudo taparme con su chaqueta y nos marchamos de aquella aglomeración. Durante esas mismas semanas, un hombre intentó aprovecharse de mí en el ascensor de mi edificio, pero huyó rápidamente cuando apareció uno de los porteros. Los tres conserjes del edificio meneaban la cabeza una y otra vez maldiciendo a aquel hombre indecente, pero ninguno me ayudó a llamar a la policía o a identificar a aquel tipo que salió corriendo por el portal.
La impunidad de la sociedad
Durante años, medios, activistas y feministas se han atrevido a lanzar la gran pregunta: “¿Por qué?”, ¿Cuáles son las causas de tan imperdonable conducta? Algunos encuentran la explicación en “la represión sexual” de una sociedad muy conservadora, otros culpaban a los miembros de los Hermanos Musulmanes de utilizarlo como “arma política” contra sus adversarios, mientras que algunos creen que es fruto “de la pobreza” y de la frustración en la que vive la sociedad joven, que necesita grandes cantidades de dinero para contraer matrimonio y poder, así, tener relaciones sexuales. En cualquier caso, unos y otros coinciden es que no se trata de crímenes aislados, sino que “las violaciones de Tahrir” están interrelacionadas con aquello que acontece cada día en la calle.
Una marcha en protesta por el acoso sexual en las calles de El Cairo (Reuters).
“El principal problema está en una sociedad que no lo ve como un crimen”, dicen en Harassmap, un grupo que protege a las mujeres en las manifestaciones. Y, generalmente, cuando estos hechos se producen, la opinión pública culpa a la mujer. Como en aquel caso de la Universidad de El Cairo, en el que una joven rubia con un jersey rosa fue agredida por una turba de estudiantes. A los pocos días, el director de la Universidad culpó a la mujer “porque su ropa no seguía la tradición de la sociedad”. Pero en el pasado mujeres apropiadamente cubiertas con el hiyab o con el niqab (manto que cubre íntegramente el cuerpo) también han sido víctimas del acoso.
Además, Sisi también ha criticado públicamente al autor del vídeo de la agresión -de hecho, la fiscalía egipcia pidió ayer mismo su detención- y ha solicitado a Youtube que lo elimine de su página web. Pero el nuevo presidente no sabe que gracias a ese vídeo se ha recuperado un debate muy necesario en Egipto y miles de personas en todo el mundo han podido ver con sus propios ojos la realidad a la que se enfrentan las mujeres de este país. De momento, ayer sábado varias personas marcharon para imponer el respeto en las calles. “Camina como una mujer egipcia, es hora de parar las violaciones”, se leía en sus pancartas. Quizá gracias a ese vídeo Egipto reaccione de una vez contra un mal endémico que destruye a la mitad de su población y lleve a cabo la verdadera revolución sexual que Egipto necesita.
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