El poder de contar historias
El escritor Colum McCann indaga en sus raíces irlandesas en ‘Transatlántico’, su nueva novela
EDUARDO LAGO Nueva York 18 JUN 2014 - 00:55 CET
Colum McCann (Dublín, 1965) vive en Manhattan desde hace 20 años y, según él, poner punto final aTransatlántico (Seix Barral), su última novela, ha sido el reto más difícil a que ha hecho frente jamás, porque la tuvo que escribir contra el éxito arrollador alcanzado por su título anterior, Que el vasto mundo siga girando (2009), una de las fábulas más hermosas jamás contadas sobre la ciudad de Nueva York. La novela, una suma de historias cuyo centro de gravedad es el paseo que efectuó el funambulista francés Philippe Petit entre las Torres Gemelas en 1974, fue galardonada en su día con el Premio Nacional del Libro de Estados Unidos. Aunque Irlanda no está nunca demasiado lejos de sus preocupaciones, cuando se le pregunta a Colum McCann acerca de sus señas de identidad como escritor se proclama orgullosamente neoyorquino. “Lo hermoso de la literatura norteamericana es que produce un tipo de escritor como yo o Junot Díaz, Aleksandar Hemon o Edwidge Danticatt, que pertenecemos con total plenitud de derecho a dos lugares y dos tradiciones totalmente distintas. Sólo aquí es posible una cosa así. Si a alguien que no ha nacido en Irlanda se le ocurre irse a vivir allí con esperanzas de ser aceptado como escritor irlandés se encontrará con que lo rechazan de plano, y lo mismo ocurriría en cualquier otro lugar del mundo”.
Ciertamente, Nueva York está en deuda con Colum McCann, cuya segunda novela, A este lado de la luz (1998), fabula de manera magistral la historia de la construcción de los túneles subterráneos de la ciudad. McCann es autor de otros títulos de gran valía literaria, entre ellos Perros que cantan (1995), su primera obra; Un país donde todo debe morir (2000), volumen de narraciones breves de temática netamente irlandesa, y El bailarín (2003), sorprendente reconstrucción en clave de la vida de Rudolf Nureyev a mitad de camino entre la ficción y la no ficción. En Transatlántico, que acaba de aparecer en español, Colum McCann entreteje una vertiginosa urdimbre narrativa en la que conviven narraciones históricas rigurosamente investigadas con fabulaciones puramente imaginarias, conforme a la singular poética del escritor.
Las narraciones históricas remiten a una serie de viajes transatlánticos: el que efectuó a Irlanda en el siglo XIX Frederick Douglass, exesclavo negro autor de unas memorias de altísimo valor literario, episodio relativamente poco conocido; la sucesión de travesías realizadas en años recientes por el político norirlandés George Mitchell, uno de los artífices de un proceso de paz que dura ya 17 años, y el trayecto en avión efectuado en 1919 por los pilotos británicos Alcock y Brown, con el que se abre la novela. “El punto de encuentro de todas esas historias, así como de los episodios inventados, es un anhelo de paz. El tema central de la novela es el proceso de paz de Irlanda, orquestado por Mitchell, quien aún vive, pero el resto de los personajes responde a un mismo anhelo”.
Al describir Transatlántico, el autor insiste con vehemencia en las dificultades que le supuso escribir a la sombra de la proyección alcanzada por su novela anterior. “El éxito te puede paralizar. La gente espera otra vez lo mismo, y hay que evitar caer en la trampa. Yo intenté soslayarlo escribiendo un libro rápido sobre los sistemas de vigilancia que espían a la población neoyorquina. No funcionó; fue un desastre. Afortunadamente,Transatlántico empezó a abrirse paso por su cuenta”.
Hay una serie de elementos que conectan las dos últimas novelas de McCann. Uno de los más llamativos es el constante entrecruzamiento de historias en multitud de escenarios. ¿A qué responde un trazado narrativo así? “Es un tipo de escritura que refleja cómo vivimos hoy, como consecuencia, entre otras cosas, de Internet, que nos ha acostumbrado a efectuar conexiones y a dar saltos que antes eran impensables. Joyce decía que su escritura intentaba reproducir la vida a partir de la vida misma y el reto que tienen los novelistas hoy es intentar reproducir una forma de vida que nos controla a todos. El reto es el mismo, trasladado a nuestro tiempo. Se trata de crear vida auténtica a partir de la vida”.
Más llamativa aún, probablemente, es la radicalidad con la que McCann se niega a distinguir entre ficción y no ficción. “Para mí no son muy distintas. Lo único que cuenta al escribir es el lenguaje, la manera en que las palabras se rozan entre sí. No distingo entre personajes históricos e inventados. Son todos construcciones de mi imaginación. Volviendo al Ulises: mi bisabuelo tenía exactamente la misma edad que Leopold Bloom el 16 de junio de 1904. Recorrió las calles de Dublín con mi abuelo, Jack McCann, que entonces tenía ocho años. Yo puedo decir que conozco a mi abuelo gracias a Leopold Bloom, ya que en realidad lo vi sólo una vez en una estación de tren en Londres. Era un borrachín simpático que me contó muchas historias, pero lo conozco mejor gracias al Ulises que a aquel único encuentro. Las historias inventadas del Ulises son más reales que la realidad”.
La idea de literatura que defiende Colum McCann se sustenta sobre el poder elemental que corresponde al arte de contar historias. En este sentido, según el escritor irlandés, la novela no resultará afectada por los cambios tecnológicos: “No hay diferencia entre el papel y lo digital. Hay gente haciendo cosas muy buenas en Internet. En cualquier momento surgirá el Joyce de la era digital. Lo esencial es contar bien las historias. Lo que sí me preocupa es que el horizonte ético de la novela es cada vez más reducido. No se escriben grandes novelas que responden a preocupaciones sociales de gran alcance, como Las uvas de la ira, de Steinbeck, cuyo 75º aniversario se celebra ahora. Novelas como Las uvas de la ira o el Ulises cambiaron en su día el curso de las cosas. Eran obras literarias que tuvieron un impacto real sobre la sociedad de su tiempo. No hablo de invenciones formales; en ese sentido es difícil superar Tristram Shandy. No es cuestión de encontrar nada nuevo, sino de hacer algo honesto”.
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