Rápido, piense en el nombre de un vampiro… Seguro que a su mente ha llegado el nombre de Drácula. Al igual que si se le pide que imagine una seductora espía piense en Mata-Hari y se acuerde de Frankenstein cuando se trata de monstruos.
Todos tienen algo en común: son mitos cuya influencia ha llegado hasta nuestros días y se sigue perpetuando. La fascinación del hombre por Drácula, el Capitán Nemo o Jack el destripador está vigente en la actualidad.
Una fascinación extraña, en cuanto se trata de personajes alejados del tradicional heroísmo que plagan las historias actuales. Se trata de monstruos, de seres oscuros que a pesar de ello gustan a la sociedad.
Pero, ¿por qué esa atracción hacia ellos? ¿Por qué seguimos hablando de ellos más de cien años después? Esas preguntas son las que intenta responder Los seres agónicos (Editorial Berenice), el libro de Manuel Gregorio González en el que a través de una serie de ensayos intentará descubrir qué hay detrás de estos personajes.
La mayoría de ellos surgidos de las páginas de obras literarias de finales del siglo XIX. No eran los mejores libros del momento, ni siquiera los primeros que abordaban estos mitos, pero fueron aquellos que consiguieron inmortalizarlos. Así le paso a Bram Stoker, que con su Drácula consiguió un personaje eterno que hoy sigue dando lugar a películas y escritos.
Cada uno de ellos será analizado desde su singularidad, pero todos ellos (Drácula, Frankenstein, el Capitán Nemo, Jack el Destripador, Mata-Hari y Lawrence de Arabia) tienen algo en común: son la imagen perfecta de una sociedad que agonizaba, al igual que ellos agonizaban.
Agrupados en tres ámbitos que definen la sociedad occidental de entonces –la ciudad, la ciencia y la fascinación por Oriente- Gregorio González establecerá un nexo entre todos ellos: eran la radiografía de la desaparición del mundo tal cual se conocía hasta entonces. Un mundo que era más complejo y misterioso que el actual.
El vampiro de Bram Stoker y sus características, solitario, condenado y errante se mostraron como una forma de “revelar y compactar los cimientos de aquella sociedad”, como expresa el autor.
En su figura se concentraban los miedos del Occidente de entresiglos, que veía como la sociedad industrial avanzaba engullendo todo y se aproximaba a la Primera Guerra Mundial. Una sociedad que además comenzaba a alejarse del “trono y el altar” y se acercaba a los principios ilustrados de libertad e igualdad, así como al calvinismo.
Por su parte el mito de Frankenstein funciona ya que cuenta la historia de un triunfo, el triunfo de la ciencia. Todos deberíamos odiar al monstruo, un engendro que infunde miedo, pero sólo sentimos pena por esa criatura atormentada y sensible. Un monstruo mas humano que su creador. Frankenstein (que realmente es el nombre del científico y no de la criatura), en palabras del autor de Los seres agónicos, es un ser que lleva sobre sí una marca que lo configura como mito moderno: la ausencia de dios. Es un ser creado por el hombre, ajeno a teorías religiosas.
Ambos monstruos son las columnas de una catedral en ruinas, un mundo catedralicio del que sólo quedaba el miedo. Miedo a la eternidad, y a la turbulenta forma de vivir de aquella sociedad de entresiglos.
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