Trabajadores duermen sobre montaña de cartones en Mombai. REUTERS ("El Confidencial")
MIGUEL ALBERO Y SU ENSAYO PARA FRACASAR MEJOR
La novela no traga la épica (ni con Almax)
La Armada era invencible y el Titanic insumergible. Demostración de que el fracaso siempre llega. “Se es perdedor como se es rubio o moreno, porque, por mucho que tú todavía lo ignores, cualquier proyecto que concibas está condenado al fracaso, cualquier aventura no tendrá destino incierto sino muy cierto, y no será otro que el desastre”. Las comillas pertenecen a Miguel Albero, novelista, poeta, diplomático y director de programación de Acción Cultural Española (AC/E), que publica el ensayo Instrucciones para fracasar mejor (Abada Editores), un repaso por la historia del fracaso desde la novela, la filosofía, el cine, las artes, la autoayuda... El fracaso como referente cultural del hombre capitalista.
Fracasado, dicho de una persona. Fracasar, dicho de una pretensión o de un proyecto. Fracaso, resultado adverso. La derrota de la Armada Invencible, en 1588, reformuló el uso etimológico del término: el fracaso se convierte en sustantivo. Desde ese desastre, fracasar pasa a querer decir tener resultado adverso “y la verdad es que no podría el fracaso haber encontrado mejor ocasión”. Miguel Albero ha levantado una obra magna contra el éxito como bien supremo y todos los pagarés devengados a los que se somete uno, pero también como revelación de un tabú que esconde un hecho inherente e inevitable.
En este libro “no se pretende evitar el fracaso, sino fracasar mejor”. “Digámoslo de una vez, el fracaso es un hijo del siglo veinte occidental, como el nazismo o el Mac Donalds”. Han debido conjugarse dos hechos para provocar la tormenta perfecta: la definitiva instalación en esta sociedad del modelo capitalista, “un modelo basado en la iniciativa individual y que tiene en el éxito su razón de ser”. Y dos, la muerte de los dioses, un deceso que convierte al hombre en un sujeto que debe justificar su existencia, responsabilizarse de su vida y disponer de “un proyecto”. Y triunfar con él.
No confundir fracaso con crisis
Hay un matiz diferencial definitivo, la crisis cuenta con la posibilidad de superación, “mientras que el fracaso lleva precisamente implícita la absoluta imposibilidad de superación”. Aunque no quiere decir esto que uno no pueda recuperarse de uno de ellos. Ahí están las novelas para demostrarlo, para contar que no hay opción: fracasarás. “La alternativa no es entre triunfar o fracasar; la alternativa es entre naufragar y sobrevivir o naufragar y no sobrevivir”.
Por eso es el material de primera para la narrativa, porque no hay escapatoria, porque es la vida, es tan real como el dolor. La base de la credibilidad de la ficción está en el fracaso viene a decirnos Albero, para lo cual hace una disección metódica de sus preferencias bibliográficas (como ya hizo en Enfermos del libro. Breviario personal de bibliopatías propias y ajenas). Es con la novela cuando el fracaso se convierte en el amo de la fiesta, quizás porque repite incansablemente “la propuesta de un logro realizable y su frustración”.
Twain, Conrad, Kafka, Arlt, revelan la eterna lucha fracasada por la libertad, la felicidad, el amor… Y, por supuesto, don Quijote, defraudado, malherido, física y moralmente, fracasado y sin plantearse poner fin a sus aventuras. En todas estas novelas, en “la literatura de verdad”, el fracaso se convierte en el argumento. Porque la novela no puede aceptar un final feliz, no como en el cine o los videojuegos, apunta el autor.
No creemos a los triunfadores
La novela es un espacio de resistencia del fracaso por una cuestión de crédito. “El lector ya no se traga la épica ni con Almax, así también descree del lenguaje solemne”. “Asistimos a un auge de la novela histórica llena de épica de mercería”. “La felicidad no es literaria, el éxito tampoco, tal vez porque la sociedad que se impone en Occidente y por contagio al resto del planeta, adopta al éxito como el único valor, como el bien supremo”. “No hay lector serio que vaya a tragarse una novela con el argumento de la vida del gran triunfador. Un libro de autoayuda, sí”. Pura metralla para defender y definir los límites y las aspiraciones de la literatura. “Son los inadaptados, los fracasados, los Loosers, los que encuentran en la literatura el espacio que se les niega en la vida”.
La novela tampoco es evasión. “Evádete” reza un anuncio en los autobuses de la ciudad. Más que publicidad, propaganda. Albero propone ejemplos para todo tipo de fracasos sonados: La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, la historia de un fracasado que le ha tocado vivir una vida irrevocable.Vida breve de Oscar Wao, de Junot Díaz, con un antihéroe similar a Ignatious Reilly. El fracaso generacional, retratado por Bolaño en Los detectives salvajes. El fracaso de una estirpe, Cien años de soledad, de García Márquez, con el fatídico colofón: “Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Fracasos por omisión, como El Castillo, de Kafka; El desierto de los Tártaros, de Dino Buzzati. Y tantos otros que este entomólogo va diseccionando uno a uno, desde Rimbaud, a Leopoldo María Panero, hasta llegar a una de las grandes referencias de este escrito: Rafael Cansinos Assens y El divino fracaso. Leamos: “Aceptarás desde luego tu fracaso, heroica y magnánimamente, en plena plenitud, como esas mujeres que, en la juventud más deseada, cercenan sus cabellos; aceptarás tu divino fracaso, para sentirte más triunfalmente seguro de ti mismo, para no compartir nunca las quejas de los que se sienten defraudados ni exaltarse en las cóleras que envilecen”.
Y Cioran
Sólo se suicidan los optimistas, los optimistas que han dejado de serlo. Es la máxima de Cioran. Los demás, no tienen ninguna razón para vivir. ¿Por qué la tendrían para vivir? O Maiakovski: “Lo difícil no es morir sino seguir viviendo”.
Sin esperanza, con convencimiento. Así, tal cual lo pedía el poeta Ángel González. Miguel Albero lo tiene en sus altares y, de hecho, este ensayo tiene mucho de su ironía y descaro. “No consigo ponerme serio, ni me sale otro tono. Me tengo que contener para no pasarme de frenada”, dice el escritor de sí mismo y de sus intenciones literarias. De no ser así, quién husmearía entre los museos del fracaso, clubs de fracasados, premios al fracaso… “Por haber hay hasta ropa interior donde la voz fracaso ocupa el lugar del habitual estampado imitando a la sedosa piel del tigre”. Como verán, es un fracaso muy gamberro. “Parece que el humor es añadir agua al champán, por eso la literatura española carece de humor y nos sobra solemnidad”.
No nos olvidamos de las instrucciones para fracasar mejor. Uno: “O juegas o juegas. Simplemente hazlo”. Dos, “escoge bien”. Tres, “piensa a lo grande”. Cuatro, “sin esperanza, con convencimiento”. Cinco, “hazte ver para que vean”. Seis, “cómete las perdices, hasta puedes bailar”. Una guía contra la autoayuda.
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