En "El País":
Cuénteme su vida
Historiadores y biógrafos encuentran un sinfín de trabas para desarrollar su trabajo en España Es muy difícil acceder a los archivos y las ayudas son escasas: no hay escuela ni casi mercado
JUAN CRUZ 11 NOV 2013
Como se publican tantas memorias de políticos (Felipe González, José María Aznar, Rodríguez Zapatero, Pedro Solbes, Alfonso Guerra, José Bono...) parece que el género biográfico o autobiográfico prospera. Los editores y los libreros saben que ahora de casi todo se vende la mitad, o menos. Antes de esta nueva zafra, Aznar, Guerra y Bono vendieron menos de 30.000 ejemplares de cada una de sus obras, por las que hubo anticipos que obligaban a vender el triple...
Esos libros son ocasionales. Los que los firman no son historiadores, ni por supuesto biógrafos. Los investigadores de la historia y los biógrafos profesionales lo tienen muy crudo, pues ni las instituciones ni las editoriales están dispuestas a desembolsar lo que cuesta un trabajo de la densidad de los que ellos acometen. Ian Gibson, uno de los grandes biógrafos (desde Lorca a Buñuel) cuenta que recibió, de la editorial Aguilar, 80.000 euros de anticipo para escribir su obra sobre el cineasta, pero estuvo cuatro años buscando material y escribiendo.
Paul Preston, historiador anglosajón, estuvo años escribiendo El holocausto español, acerca del odio en la guerra civil. Y, como todos sus libros, lo sufragó con su propio bolsillo y con “anticipos editoriales”. Las editoriales no se arriesgan a grandes anticipos. Anna Caballé, biógrafa, creadora de la Unidad de Estudios Biográficos, explica que todas estas circunstancias han provocado “una dejación biográfica preocupante, sin la cual no se explicaría”, dice ella, “que los personajes de más relieve y trascendencia —desde Felipe II a Franco, pasando por Lorca o Dalí o santa Teresa o Unamuno o Machado— hayan quedado en manos del hispanismo internacional”. No siempre: Unamuno tiene una biografía de Jon Juaristi, José Carlos Mainer ha publicado ahora una de Pío Baroja (ambas en Taurus, que cuenta con la ayuda de la Fundación March)... En todo caso, Anna Caballé, ¿por qué ocurre esta dejación?: “Porque la falta de consenso político y moral de nuestro país sobre cualquier aspecto de la cultura hace que se confíe más en la objetividad que puede aportar un extranjero que en la mirada propia”.
Lo cierto, según apunta Caballé, es que falta en España “una escuela biográfica capaz de afrontar los retos del género, que ha evolucionado mucho en pocos años y ha generado una metodología de trabajo sólida y eficaz. Cuando se proyectó el Diccionario Biográfico ¿no hubiera sido conveniente reunir a quienes ya estábamos trabajando en la teoría de la biografía y aprovechar el proyecto para estimular las posibilidades intelectuales que ofrecía?”.
En Inglaterra van más adelantados. Y no solo en el ámbito de las biografías sino en el de las memorias de políticos. Aquí, en España, esas memorias son masajes del ego propio, generalmente. Preston observa que en su país “hay más tradición de memorias más honestas, quizá en parte porque hay también una tradición de crítica literaria más feroz. Si unas memorias falsifican demasiado, hay críticos para señalarlo. En España eso no pasa tanto”. “Evidentemente”, añade Preston, “hay memorias importantes y relativamente honestas, desde Azaña a López Rodó, pero también las hay que ocultan más que lo que dicen, como por ejemplo las de Carrillo y de Fraga”.
En Inglaterra “hay demanda popular de las biografías”, y los editores las encargan o las reciben. “Es una cuestión comercial”, explica Preston. En España, “el comercio” no está por la labor. Las biografías o las memorias “reportan negocio en algunos casos, y en otras no lo son...”, dice Miguel Aguilar, que es el director de Debate. “La biografía de Steve Jobs fue un éxito de más de 150.000 ejemplares, y a otra escala la de Isabel II de Burdiel o las extraordinarias memorias de Castilla del Pino, también... En cuanto a biografías de encargo, ahora Taurus ha lanzado una colección muy interesante, pero sin duda tanto las universidades como las editoriales tenemos menos recursos que nuestros colegas británicos o estadounidenses para financiar largas investigaciones. Gerald Martin, por ejemplo, pasó 17 años investigando la vida de Gabriel García Márquez”.
Gonzalo Pontón, entre los pioneros de la edición de libros de historia (entre ellos, los diarios de Azaña, hace 35 años), ahora al frente del sello Pasado y Presente, tiene clara la repercusión editorial de la historia. “Entre todas las ciencias sociales”, cuenta, “la historia es la que tiene mayor atractivo para un público general, aunque a veces pueda partir del error que ya señaló Pierre Vilar (‘me gustan las batallas’ o ‘quiero conocer la historia de mi país’). No importa: con la profundización en la lectura de libros de historia se despierta el interés por la economía, la política o las confrontaciones y alianzas sociales...”. Evocan algunos la posibilidad de que instituciones apoyen la publicación de historia o biografía. “De ninguna manera”, se opone Pontón. “La historia en manos de los Gobiernos se convierte en instrumento de dominación y control. Las peores pesadillas causadas por los nacionalismos han partido siempre de una revisión histórica, es decir, de la construcción de identidades falsas basadas en mitos y en la identificación y denuncia de los enemigos de la patria, que es, como sabemos, el último reducto de los canallas”.
Ramón Perelló, director de Península, del grupo Planeta, habla de la edición literaria a la que se someten los libros de memorias, acusados muchas veces de no ser escritos por quienes los firman: “Como cualquier libro que contenga hechos, datos, fechas, nombres, nos exigen un trabajo de edición intenso y riguroso, porque además la memoria personal suele ser muy traicionera. Y no está bien fundada esa adjudicación generalizada de ghostwriters a todos los políticos que escriben sus memorias. Es más, yo no conozco ninguno que, con o sin ayuda, por ejemplo, de documentalistas, no haya revisado hasta la última coma de su libro antes de entrar en imprenta”. ¿Y son negocio las memorias de políticos? “Son un servicio que un grupo editorial con vocación de atender demandas mayoritarias debe atender, y, por supuesto, debe hacerlo”. Él no cree que se deba recurrir a la subvención, salvo en casos de mutuo interés; recuerda que su grupo ya publicaba memorias de esta clase en la transición y “posteriormente hemos seguido haciéndolo siempre que hemos estimado sólida y de interés la propuesta”. Un detalle: algunos autores requeridos para que escriban esas memorias “no acaban de asumir que un buen libro de memorias debe dejar descontentos sobre todo entre correligionarios o amigos”.
Ángel Viñas, cuya materia es la Guerra Civil, no ha tenido muchos problemas para llevar a cabo sus investigaciones: “Porque me he movido en archivos abiertos...”. Y cuando ha tenido que pedir permisos ha tenido escollos, sobre todo, en el Ministerio de Defensa, que “poco a poco ha ido liberalizándose. El actual ministro”, [Pedro Morenés], sin embargo, “ha parado abruptamente esta tendencia”. “Supongo”, señala, “que debe de temer que haya muchos esqueletos en el armario. Y, ciertamente, los hay. España, que estaba en la apertura de ciertos archivos en el pelotón de cabeza en Europa, tiene hoy el dudoso honor de haber retrocedido al farolillo de cola”. Matilde Eiroa, historiadora que abarca asuntos similares a los que trata Viñas, explica: “Los archivos de Defensa han avanzado y mejorado bastante, especialmente desde los tiempos de [la ministra socialista] Carme Chacón y el impulso de la Memoria Histórica. Hay un conflicto porque en los últimos tiempos de la ministra se dijo que permitirían el acceso a 10.000 documentos y con el triunfo electoral del PP se ha paralizado la liberalización de la documentación”.
Es caro investigar. ¿Las ayudas serían convenientes? Responde Viñas que cuando se han convocado ayudas los trámites eran tan farragosos que no merecía la pena adentrarse en ellos. ¿Y es rentable la tarea? “Es ruinosa. El editor gana poco y el autor prácticamente nada. Escribir un libro en base a archivos no puede hacer de él un best seller. Los ingresos no compensan los gastos de la investigación”.
Eiroa explica: “El dinero que se concede es escaso y no permite que los historiadores, especialmente los que viven en lugares donde no se encuentran los archivos estatales, puedan estar mucho tiempo consultando los fondos porque las cantidades destinadas a la estancia son muy reducidas”. Esto explica que se haga mucha historia local o territorial. ¿Y qué deberían hacer las editoriales, Matilde Eiroa? “Ya sabemos que están para ganar dinero, pero los esfuerzos por invertir en historia son bastante reducidos. Hay editoriales que no contestan cuando se les envía un manuscrito. Hoy día, gran parte de las editoriales están pidiendo dinero a los historiadores para publicar sus monografías, a veces piden una parte del coste de la edición y a veces el coste completo. En algunos casos exigen al autor que compre una cantidad de libros a precio de librería”.
Hay muchos factores que hacen difícil la investigación histórica o biográfica. La historiadora Mercedes Cabrera apunta causas: “Una política pública de archivos ausente o muy deficiente y poco transparente, arbitraria o timorata, al menos hasta hace poco tiempo. Creo que en parte ha estado motivada por nuestro pasado y el resto de los tabúes, prohibiciones y batallas políticas en torno al pasado. En otra parte ha tenido razones absurdas, no premeditadas y fruto simplemente de la dejadez y falta de control sobre quienes custodian archivos. Esto está mejorando en los últimos tiempos, pero queda mucho camino por recorrer. También hay una carencia de archivos personales, y la resistencia, incluso la negativa abierta en algunos casos, o al menos la reticencia, por parte de familias y/o herederos a poner los archivos existentes a disposición de los investigadores”. A esos factores se suma “una política editorial tímida e inexistente, consecuencia de un público lector reducido”.
Las editoriales, añade Cabrera, “han jugado sobre seguro y han arriesgado poco, y en el caso de financiar previamente lo han hecho con criterios que han tenido que ver más con escritores consagrados o personajes conocidos. Ha primado más la búsqueda del best seller que la calidad de la biografía, por decirlo mal y pronto. Aunque también hay honrosísimas excepciones”.
No son rentables, pero se hacen. ¿Alguna razón para que ahora proliferen tanto en el ámbito histórico, de memorias, como en el literario? Dice José María Pozuelo Yvancos, catedrático de Literatura y crítico: “Habría que distinguir entre los géneros; no son lo mismo las memorias de un político, casi siempre de oportunidad comercial, que la calidad de la autobiografía escrita por creadores, poetas o novelistas. Se ha juntado a menudo pero no tienen mucho que ver”. Él cita obras de Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Caballero Bonald o Castilla del Pino para contraponerlas a esas obras de ocasión que ahora ocupan páginas de periódicos y minutos de tele y radio.
Él ve tres razones para que proliferen en el ámbito literario: que el yo ahora ha roto sus tabúes, que la mujer se ha dedicado a ellas (desde Rosa Chacel y Carmen Martín Gaite a Carme Riera. Soledad Puértolas o Laura Freixas) y “han construido, por decirlo con un título de Virginia Woolf, una habitación propia”, dice Pozuelo Yvancos.
A veces, le digo, las propias familias de los próceres que merecerían biografías ponen trabas para ofrecer datos. “Y me parece que esos obstáculos son penosos. Así ocurrió con Valle Inclán. Por fortuna, ahora hay un consenso sobre la necesidad de abrir los archivos personales”.
De todos modos, hay memorias desde que se escribe, prácticamente, explica el académico Francisco Rico, que se remonta al siglo XVI y a Jaime I y sigue hasta Azaña o Gil Robles pasando por Bernal Díaz del Castillo, “que hizo las memorias de un soldado”. Pero no hay que confundir las buenas memorias “con esas que ahora hacen los políticos españoles, que son en todo caso libros de ocasión que además les escriben unos negros”.
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