John Connolly, la sonrisa de las tinieblas
El autor irlandés, una de las estrellas de la Feria del Libro, reflexiona sobre el bien y el mal
El creador de Charlie Paker nos cuenta su pasión por el público juvenil
John Connolly es capaz de reírse en el infierno. El escritor irlandés (Dublín, 1968) vive rodeado de monstruos, ángeles caídos y violencia y es el responsable de la serie de novelas del detective Charlie Parker (la úndecima, La ira de los ángeles, publicada recientemente por Tusquets) una larga y cruenta lucha a muerte entre el Mal y cierta concepción del bien. Es, además, el creador de algunos de los malos más memorables de la novela negra contemporánea, sujetos que solo de recordarlos hacen sentir sucio e inquieto al lector. Por eso sorprende sobremanera encontrarse con un hombre afable y robusto, gran conversador entregado a cada pregunta, un hombre vivaracho que no para de sonreír y cambiar los tonos de voz, pero que se vuelve seco y beligerante con los “idiotas” que monopolizan el debate sobre el futuro de la literatura.
Entre gestos grandilocuentes, inflexiones y pausas, pocas pero muy densas cuando se habla de EE UU, país en el que ha vivido y que admira pero critica, Connolly entra en cada una de sus grandes preocupaciones, defiende la violencia en la ficción, reflexiona sobre su catolicismo y sobre el individualismo, habla de sus grandes influencias y nos cuenta por qué adora escribir para los más jóvenes. Pero, sobre todo, critica -brutal carga contra John Banville- se divierte y agarra el momento como si a la salida del hotel de Madrid en el que es entrevistado, muy cerca de la Feria del Libro, le esperase uno de los crueles asesinos que tanto éxito le han dado.
El púlpito de Banville
Connolly no busca atajos. A veces empieza una frase y para, la reformula, sigue como un torbellino. Sobre todo con los temas más espinosos. Es el caso de la violencia en el género negro, que defiende, siempre que no sea un fin en sí misma. Cuando le comento las críticas de John Banville a esa violencia, casi gore, no se esconde: “No estoy de acuerdo con John y creo que muchas veces es deliberadamente provocativo para sus propios intereses. Al final, todos los escritores lo hacemos de alguna manera. Lo que hace John es decir: “venga, venga, compren mis amables libros”. Su relación con la ficción criminal ha sido siempre un poco ambivalente. Siempre ha sido muy fan de James Lee Burke, que puede ser muy violento. Creo que está bastante incómodo con eso de ser un escritor de novelas negras y que es bastante hostil. Y eso que ha contribuido mucho al género con sus libros y me gustan las novelas de Benjamin Black pero creo que está incómodo con ese rol. Es muy obvio. Y actúa un poco como un profeta y habla desde un púlpito. Pero, lo siento: estás nadando en la misma piscina que el resto”, afirma entre cambios de voz y alguna sonrisa maligna.
Violencia, sacrificio y redención. Son tres palabras que se repiten en el discurso de Connolly, un católico que no va muchoa la iglesia pero que espera que exista Dios, en sus propias palabras. ¿Tiene encaje ese mundo paranormal en el que desarrolla sus historias, oscuro, lleno de cosas imposibles en una mente racional? “Hay un problema”, asegura, “los caminos que ha seguido la novela negra han sido muy racionales y con una idea: el mundo se entiende y se asimila a través de un proceso lógico. Y yo vengo de una sociedad, y esto no lo digo para nada en un sentido frívolo, donde siempre hemos estado muy incómodos con este racionalismo que lo explica todo ”, contesta llevando su mano continuamente a su pelo, que ya blanquea.
El reino de miedo, tinieblas y desazón que ha creado se extiende con éxito a la literatura juvenil, un mundo al que llegó casi por casualidad y al que se ha entregado. “Con los adolescentes empiezas de cero pero cuando les gusta algo realmente lo adoran. Gano con esos libros algo así como el 4% de lo que gano con Parker. Adoro los libros de Parker y me han pagado mi hipoteca, pero los libros para adolescentes me han dado una libertad brutal”, asegura el creador de la serie del pequeño héroe de laliteratura fantástica Samuel Johnson, de las historias ciencia ficción The Chronicle of the invaders y de una maravilla titulada El libro de las cosas perdidas (editado en España por Oniro) que supuso su aterrizaje, involuntario, en este mundo. “Siempre pensé que era un libro para adultos. Es un libro muy personal y que creo que está muy imbuido de cierto sentimiento de pérdida, y ese sentimiento es propio de los adultos. Y me sorprendió ver que era comprado por muchos niños y adolescentes que veían otras cosas en ese libro y lo leían de una manera que muy posiblemente era imposible para los adultos. Me di cuenta de que estaba fascinado por la infancia”, asegura abriendo mucho los ojos, moviéndose sin parar, entusiasmado. ¿Y de dónde saca tiempo para escribir dos libros al año? “Escribo mucho, trabajo todavía más. No hay otro secreto”.
No hay nada malo en la literatura de evasión. Por favor. Es uno de los mejores regalos que nos puede dar la ficción. Me encanta.”
Connolly reparte elogios y críticas y busca la provocación. “No hay nada malo en la literatura de evasión. Por favor. Es uno de los mejores regalos que nos puede dar la ficción. Me encanta”, afirma entre una reflexión y otra. Después, se ceba con quienes ven la literatura en peligro de muerte: “Tengo que lidiar con esa gente que parece que disfruta bailando sobre la tumba de la literatura impresa, todo el debate está monopolizado por el egoísmo de algunos idiotas. Es muy deprimente que todo el debate sobre los libros electrónicos gire en torno al dinero, a los beneficios y esté llevado por gente tan ignorante. Si miras todos esos blogs que hablan de la edición digital y de la autoedición buscarás en vano la palabra calidad, porque es todo financiero”.
Sus largos viajes de juventud por EE UU, su casa en Maine y sus largas temporadas investigando para sus novelas le han dado un gran conocimiento de la sociedad estadounidense. “Hay un radicalismo que me llama liberal y se cree que me insulta, que odia a Obama por ser negro y que confunde el individualismo con el derecho a que un hombre se siente a mi lado en un Starbucks con un arma automática. Esos tipos hacen que no quiera vivir en EE UU”, resume.
Adoro los libros de Parker y me han pagado mi hipoteca, pero los libros para adolescentes me han dado una libertad brutal
Charlie Parker es un detective marcado desde la primera novela por el dolor y la pérdida de su mujer y su hija, brutalmente asesinadas. El personaje tiene una extraña y peligrosa relación con la violencia y lo paranormal, peligrosa para él, su entorno y los lectores, que pueden salir espantados. “Puede funcionar para algunos, para otros no. Es algo que surgió poco a poco, que no estaba planeado”,· comenta casi a modo de confidencia, antes de descartar un final próximo de su personaje estrella. “Si yo muriera mañana habría gente, poca, que se entristecería. Si decido acabar con Charlie, habría gente buscando mi casa para pedirme cuentas. Es deprimente pero también implica que has llegado a alguien. Es el sueño de cualquier escritor, pero también da miedo”, comenta este admirador de Dickens que se pasó la infancia y la adolescencia leyendo novelas de terror, fantásticas y de ciencia ficción.
Ese personaje que decide matar y vengar, ¿puede elegir? “No puedes tener esa cantidad de rabia y odio y tener amor. El tipo de ficción criminal que amo y aquellos escritores de género que leo Ross McDonald y su Lew Archer, James Lee Burke y su Robicheaux, Lehane con Kenzie y Gennaro… todos tienen personajes en busca de una redención. Y la redención requiere cierto nivel de sacrificio”, asegura antes de pararse, mirar al frente, resoplar y asegurar: “Qué metafísico estoy”.
Hay una fascinación por el mal y los malos en sus novelas, fascinación que reconoce viene de lejos: “De pequeño ya me encantaban los malos que tenían una presencia física horrible, como los de Fleming, a los que la corrupción moral se les veía de alguna manera en el exterior”.
Es imposible hablar con Connolly sin que aparezcan los ángeles en la conversación. Tal cual. Desde la quinta novela, El ángel negro, estos seres, estas presencias, han ido ganando terreno. Pero cuidado con los tópicos. Connolly saca el lado maligno: “Lo de los ángeles está tergiversado. No son buenos, son armas. En el Antiguo Testamento matan a gente y niños. No son criaturas de Dios. No son el Bien, tampoco el Mal. Son seres pragmáticos. Están esos libros en los que tratan de convencerte de que los ángeles te aman, los ángeles te aman. Y yo no quiero que me amen. Un ángel no es una mezcla de Tinker Bell y un policía regulando el tráfico a la salida de un colegio”. ¿Qué es entonces?. Este redactor comete un error y le comenta casi al final que conoce bien a Tinker Bell, porque sus dos hijas pequeñas se lo han metido hasta en la sopa. Connolly continúa la carga: “Estoy harto de una nueva moda new en la que todos los ángeles son como Tinker Bell, son hadas, no ángeles. ¡Ah! ¿Tienes dos niñas? Puedo enseñarles a tratar con los ángeles. Bueno, mejor que les enseñe Parker, aunque podría ser un poco traumático”, remata, tan tranquilo, como si fuera su personaje, con la sonrisa de quien ha visitado el infierno y ama la vida.
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