Álex Grijelmo
Elogio del quizás
Se tiende a la afirmación tajante, a la seguridad personal, al aserto incontrovertible
El idioma español puede expresar casi todos los matices. A partir de una misma raíz ha creado llover y lloviznar; dormir y adormecer, adormilar y dormitar. La capacidad de la lengua para adaptarse a los rasgos de la percepción, para distinguir entre paraguas y sombrilla, entre alazán y bayo, constituye un avance descomunal en el desarrollo humano. Igual que Twitter.
Igual que Internet, igual que los blogs, y Facebook y el correo electrónico.
Por la angostura de este espacio, daremos como expresados aquí todos los elogios posibles a las redes sociales, las bitácoras, las ciberbibliotecas y cualquier vehículo informático inventado o que esté por descubrir. Frente a esa inmensidad de consecuencias positivas, reparemos en una menudencia.
Se trata, precisamente, de los matices.
Qué lujo disfrutar del matiz, incluso de expresiones ambiguas como la de aquel ministro de Fomento, José Blanco, cuando el 8 de agosto de 2010 dijo sobre una huelga de controladores: “Mi paciencia es infinita, pero se está acabando”.
La inconcreción está prevista con paradójica precisión en nuestra gramática. Decimos “algunos”, “a veces”, “quizás”, “tal vez”, “es posible que”, “no estoy muy seguro pero”, “acaso”, “a lo mejor”... Se han tipificado los condicionales, los indefinidos, los potenciales, los indeterminados...
Así, algunas buenas personas tienen el cuidado de distanciarse a menudo de sus propias opiniones, y por ello se muestran más proclives a reconsiderarlas. Gente que dice “quizás”. Este vocablo se formó a partir del latín qui sapit (quién sabe). Y quién sabe si se formó realmente así. Lo hemos deducido, porque ninguno de nosotros pisaba la Tierra cuando eso ocurrió.
Sin embargo, un tipo de lenguaje que se abre paso a veces en las redes sociales parece considerar poco la finura de los pinceles y quizás prefiere optar por la contundencia de la brocha. Además, en verdad no resulta fácil trasladar la duda y la indeterminación cuando el filtro es un mensaje de 140 caracteres, o un blog descuidado o una publicación irresponsable.
Resalto la oración “se abre paso a veces”. A la cual se añadía que el lenguaje de las redes prefiere optar en sus juicios por las brochas y desdeña los pinceles. Pero que lo hace “quizás”. Es decir, se trata de una mera impresión del arriba firmante.
Antes de que nadie venga precisamente con la brocha, declararé que sí: que estos males ya existían. Ahora bien, se quedaban en las hemerotecas; y la memoria selectiva los hacía desaparecer. Ahora las mentiras, exageraciones y deformaciones no mueren en Internet, salen a nuestro encuentro incluso cuando buscamos otra cosa. Y eso afecta a los personajes públicos, pero también a los compañeros del colegio; y a nuestras ideas sobre el mundo que nos rodea.
En ciertos textos cibernéticos, sobre todo los breves, se tiende a la afirmación tajante, a la seguridad personal, triunfa el aserto incontrovertible. Y en algunos casos se va perdiendo además la literalidad distante de los mensajes originales.
Viejas costumbres de malos periodistas han generado alumnos diligentes, y el juego del teléfono estropeado se activa con cierta frecuencia en las redes. Si alguien dice (en una conferencia, por ejemplo) “quizás sea bueno esto”, vendrá un espectador que reproduzca: “Fulano aseguró que esto es bueno”. Y si añade “a mí me fue bien hacer tal cosa”, otro lo replicará así: “Fulano dice que hay que hacer tal cosa”.
No se pretende aquí establecer una tesis a partir de estas conjeturas, sino sólo sembrar inquietudes. Y expresar el temor de que en un segmento de nuestras comunicaciones se vayan conformando demasiados juicios sin matices, sin proporciones, sin rasgos, sin dudas, sin pinceles.
Larga vida, pues, a opiniones que incluyan “quizás”, “a veces”, “puede que”, “algunos”. Larga vida a la duda y a la humildad en los juicios sobre el prójimo.
Larga vida a frases como “lo más probable es que depende” y “lo más seguro es que quién sabe”.
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