¿Cómo eran los inmigrantes españoles cuando las fotos eran en blanco y negro y las maletas de cartón? ¿Qué tal les fue a los que echaron raíces? ¿En qué condiciones volvieron los que retornaron? ¿Qué España dejaron atrás y qué se encontraron fuera? Esta es la historia de la generación que emigró a Europa en la posguerra.
Retrocedamos 50 años y caminemos por el Mercado de las Pulgas y Rue de Haute, en el centro de Bruselas, a menos de un kilómetro de la Grand Place. Es 1964 y el sonido ambiente de esa foto en blanco y negro es en castellano porque estamos en el “barrio más antiguo de Bruselas, donde llegaron los españoles a partir de los años 40”. Lo explica Isabel, una belga que hizo el camino inverso a los protagonistas de este reportaje.
Viajó a Estepona con sus padres cuando tenía tres años y se crio en la costa de Málaga hasta los 14, cuando volvieron a Bélgica. Lo dice con una cerveza española en la mano en la barra del ABC Mateos, una pequeña marisquería en la plaza Saint-Catherine regentada por la misma familia desde hace medio siglo, uno de los muchos bares españoles que pueblan la ciudad. Los más viejos, pocos quedan ya, todavía pueden encontrarse en la Rue de Haute y en la paralela Rue Blanche. Al otro lado del castillo que vigila esas calles, el Porte de Haal, aún aguantan locales históricos como el Bar Turón. Y Radio Alma, a su lado, con dos décadas de historia, emite en castellano para la población emigrante antigua y también para los recién llegados.
Los españoles fueron parte de la carne de cañón la batalla del carbón, que libró Bélgica tras la Segunda Guerra Mundial. ‘Eras legal, venías con papeles, puestos de trabajo, menos casa traías todo’, explica Facundo, que llegó a Bruselas en 1968“Mi padre”, dice el propietario del ABC, Maximino Mateos, “creo que es el único español que tiene un diploma firmado por el rey Balduino por mantener un comercio durante 45 años” de forma interrumpida. “Es algo excepcional, no moverte de Bruselas y estar aquí 45 años”. Maximino nació en el hospital Saint Pierre del Marolle-Saint Gilles como otros muchos compatriotas, porque antes ese barrio “era puro español, puro puro...”. Los hijos, nietos e incluso bisnietos de esos pioneros, como la pequeña Laia, hija de Raquel Becerril, belga de nacimiento pero española de pasaporte, cuyos abuelos llegaron al despuntar los 60 a Bélgica, se han difuminado por los barrios y localidades belgas.
A trabajar a las minas valonas
Sudamérica era el destino principal de la emigración española durante el siglo XIX, inicios del XX e incluso para el exilio republicano. Pero algo cambió en ese tercer éxodo. Hubo españoles que escogieron o se vieron forzados a viajar a los vecinos europeos, a Francia, Luxemburgo o Bélgica. José Eloy fue uno de ellos. Tras permanecer en 1939 en el campo de concentración de Argelès, acabó en la década de los 40 en Le Havre, Normandía, donde fundó una familia que mantiene vínculos con el país del ancestro. Su nieto, Nicolás Albert, vive en París pero habla perfectamente castellano.
Emigrantes españoles con destino a Holanda en los años 50.
La guerra y la dictadura llevaron hasta Europa a cientos de españoles y sentaron, indirectamente, las bases de la gran emigración económica que empezó en los 50 con Bélgica. El historiador de la Universidad Libre de Bruselas, Ismael Rodríguez Barrio, explica que entre 1945 y 1956 los trabajadores españoles en el país eran pocos. Pero, “entre 1956 y 1965, tiene lugar el reclutamiento oficial para las minas. En 1962, los permisos de trabajo se otorgan no sólo para las minas, sino también para otros sectores diferentes como las canteras, la metalurgia o el trabajo doméstico”. Empieza la gran explosión migratoria al país gracias a la firma del Acuerdo Hispano-Belga de Emigración el 28 de noviembre de 1956.
Entre 1956 y 1965 tiene lugar el reclutamiento oficial para las minas. En 1962, los permisos de trabajo se otorgan también para otros sectores como las canteras, la metalurgia o el trabajo doméstico. Empieza la gran explosión migratoria al paísLos españoles fueron parte de la carne de cañón de la bataille du carbón, la batalla del carbón, que libró Bélgica tras la Segunda Guerra Mundial para incrementar a pasos agigantados su producción y, así, atender la reconstrucción del país. “Mi abuelo trabajó en la mina y nunca se quejó. Trabajó y se adaptó, porque antes había empleo a punta pala”, dice Maximino. Hablamos de trabajadores con contratos de cinco años. “Eras legal, legítimamente, venías con papeles, puestos de trabajo, menos casa traías todo”, explica Facundo Hernández, que llegó a Bruselas en 1968. Pero sí, a muchos incluso se les daba alojamiento, como al padre de Matilde López, la madre de Raquel.
El desarrollo económico fomenta la emigración masiva a Bélgica, un país que ha pasado desapercibido en favor de destinos más populares como Suiza o Alemania. Pero Bélgica acogió a más de 100.000 españoles que entraron a trabajar con contrato también en la metalurgia, la industria pesada, la construcción y, ellas, las mujeres, en el servicio doméstico. En cuanto podían se traían a su familia. Así fue como llegaron también Inocencio Becerril y su mujer, Matilde, cuando eran niños.
Cuando los españoles éramos ‘clandestinos’
El Instituto Español de Emigración (IEE) cifró en un millón de personas la emigración que entre 1959 y 1973 salió a Europa, el 70% de todos los españoles que en un breve periodo de 15 años partieron con destino al extranjero. El acuerdo entre España y Bélgica fue el primero de una serie de tratados similares con Alemania, Suiza, Holanda o Francia. Crearon, como recoge el libro Mineros, sirvientas y militantes de la historiadora Ana Fernández Asperilla, un éxodo hacia las sociedades centroeuropeas, porque la investigadora suma las cifras de irregulares y sus cálculos ascienden a dos millones.
Despedida de emigrantes en el puerto de A Coruña, en el año 1957.
Las leyes y organismos creados regularizaron
un fenómeno que en los 50 era clandestino o irregular. Así ocurrió en Suiza, adonde llegan españoles desde finales de esa década y no será hasta 1961 cuando el IEE tome las riendas paulatinamente. Según sus cifras, más de 650.000 personas se desplazaron a trabajar entre 1964 y 1971 con un contrato anual, que podía renovarse cada año, o uno como temporeros por ocho meses. Alemania, por su parte, recibió entre el 62 y el 77 a más de 350.000 trabajadores españoles, aunque las autoridades germanas
elevan la cifra a un millón de personas al incluir a quienes no formaban parte de esta 'emigración asistida'.
La ruta que comenzó en Bélgica se extendió a varios países europeos con paradas y destinos comunes, geográfica y simbólicamente. Desde las grandes ciudades como Madrid, Zaragoza, Valencia o Bilbao se viajaba en tren o autobús hasta Irún, Port Bou y Cerbère. Allí se cogía un tren con dirección a París, centro neurálgico para desviarse a Bélgica, Suiza, Alemana, por la geografía gala o incluso a países más pequeños como Holanda o Luxemburgo.
Hasta el ducado centroeuropeo llegó Facundo antes de pasar por Bélgica, un 15 de diciembre de 1964. Aunque en su caso fue sin los 'papeles' pactados por el franquismo, su hermano sí los obtuvo para salir “en una expedición de emigrantes del Instituto de Emigración con la que pasó a Francia y luego ya a Luxemburgo”. La reagrupación familiar no sólo se daba entre padres e hijos. En la localidad de acogida esperaba una extensa comunidad de españoles para engañar al subconsciente con la falsa ilusión de una segunda patria.
"Con el culo entre dos sillas"
En Bruselas, los entrevistados hablan de más de 500 personas reunidas cada noche del 31 de diciembre en el Centro García Lorca. En las costas de Normandía, para nada un paradigma de la emigración económica, Nicolás Albert bucea en la memoria de su padre y explica cómo “las familias españolas pasaban todos los domingos juntas. Allí mi abuelo José Eloy conoció a mi abuela y fundaron una familia”.
Nicolás bucea en la memoria de su padre y explica cómo 'las familias españolas pasaban todos los domingos juntas. Allí, mi abuelo José Eloy conoció a mi abuela y fundaron una familia'Inocencio y Matilde se conocieron en la boda de un familiar, una celebración entre españoles, y reconocen que en su juventud salían con parejas similares a cenar. Aun así, enseguida aclaran que “nuestros padres se quedaron españoles, nosotros no somos españoles, tenemos un fondo pero no la misma mentalidad”. Raquel vive entre esas dos aguas y explica que de pequeña, junto a su prima, en el colegio flamenco les llamaban "las españolas". De adolescente, su pandilla de amigos estaba integrada por bastantes españoles que disfrutaban de su tiempo de ocio en Saint-Gilles, el barrio donde 40 años antes habían desembarcado los emigrantes pioneros.
La Doctora en Sociología y experta en migraciones de la Universidad de A Coruña, Laura Oso, habla de otras emigrantes laborales, unas auténticas pioneras. Las mujeres que en los 60 protagonizaron hacia Francia su primera salida al exterior sin una tutela masculina, para trabajar como empleadas del hogar o porteras. "Tienen un proceso de migración circular, viven entre los dos países e incluso entre ellas tienen una expresión que es con 'el culo entre dos sillas'”. Con ella pretendían explicar cómo en Francia eran españolas pero en España las consideraban francesas.
De madre belga, padre griego y belga de nacimiento, Isabel vive una realidad similar “porque crecí allí (en España), mis padres se fueron cuando tenía tres años, estudié y no volví a Bélgica hasta los 14 años. Me siento belga pero tengo un problema de identidad, tengo una educación muy española”.
Bruno Tur, en su trabajo Estereotipos y representaciones sobre la inmigración española en Francia, afirma “que partieron solas para emplearse en el servicio doméstico en París” y romper así con la imagen otorgada por el franquismo, como amas de casa y argamasa familiar 'intramuros' y con la presión colectiva que sólo veía peligros para ellas y un Rubicón de madurez para ellos. El investigador del Centre de Recheches Ibériques et Ibéro Américaines de la Université de París, señala que los peligros eran “caer en una red de prostitución o ser engañadas por un hombre” además de entrar en “contacto con la sociedad francesa, que supuestamente pervertía a las jóvenes y las alejaba de la moralidad sana”.
600.000 españoles en la Francia del 68
En 1968, Francia albergaba en torno a 600.000 españoles y casi un 50%, 284.000 concretamente, eran mujeres. El reagrupamiento familiar de los emigrados durante los años 50 y la llegada de estas mujeres pioneras, que dieron pie al mito de 'Conchita' en Francia, según explica la Profesora Titular de la Universidad de A Coruña, explican esta igualdad de ambos géneros al otro lado de los Pirineos. Y “aunque la comunidad era cerrada, incluso con matrimonios de hijos españoles” dice Oso, su descendencia tuvo una integración socioeconómica buena, con estudios medio-altos y bastante movilidad intergeneracional.
El mito del retorno
El mito del retorno está presente desde los primeros emigrados hasta sus descendientes, de forma simbólica o como voluntad manifiesta de regresar a la tierra de los ancestros. Desde Nicolás, que aprendió el castellano porque su abuelo exiliado le hablaba en ese idioma, o Inocencio y Matilde que debían hablarlo nada más entrar en casa aunque sus padres les dijeran que en las calles bruselenses lo hicieran en francés, hasta la de los emigrados que tras varios años en el destino, ahorran y pueden volver.
“Los españoles antiguos, los de la generación de mis padres, aquí no se quedan”, afirma Maximino sobre la presencia en Bélgica de los primeros emigrantes. Sucedería en varias etapas, pero normalmente al finalizar sus contratos laborales regresaban con unas mejores condiciones económicas a España. “Mis padres ahorraron un poco y sólo pasaron 15 años en Bélgica”, reconoce Inocencio, para ejemplificar un proceso difícil de cuantificar pero que ocurre.
Sin embargo, él ya no lo hará entre otros motivos porque prefiere la sanidad belga y, aunque resulte paradójico, también la comida en este país. Habla de las diferentes culturas gastronómicas que hay Bruselas, un mestizaje de sabores que afirma no encontrar en España. Un símbolo de que ya está plenamente integrado. Palabras que seguro chocarían a Maximino que, ante la pregunta de por qué quiere regresar cuando ya ha nacido en Bélgica, se asombra y responde taxativamente “mi sangre es española. Si un día me jubilo, si llego, volvería a España”.
El mito del retorno está presente en las mayores y en los jóvenes como las tortugas y los elefantes, según la doctora en sociología. Los descendientes serían las primeras porque regresan a donde se ha nacido, al lugar de su familia. Los elefantes serían los emigrados de los 50 y 60, que de mayores vuelven para morir.