miércoles, 1 de julio de 2009

LECTURA. (Algunos) "Cuentos tan cortos", de José Manuel Fernández Argüelles

EL SOLDADO

El soldado en la batalla cayó herido sobre la hierba ya húmeda de tanta sangre. Caído, y sin poder levantarse, pensó por qué y por quién perdía la vida, y en ello no halló justificación a su muerte. Por eso, cuando le fueron a rematar, oyeron que gritaba: "¿Qué hago yo aquí?"


VÍCTIMAS

El día había llegado a su fin, y el grupo de armados cazadores, en torno a un improvisado fuego, contaba las piezas abatidas. Eran múltiples codornices. Cientos de esas aves estaban muertas y alineadas en filas sobre el suelo a la luz de la hoguera. Uno de los cazadores, alzando su rifle, ahora descargado, dijo: "¡Es tan fácil como, en otras partes, matar hombres!".


EXTRAVÍO

Perdió la memoria de repente, y se extravió en el camino hacia su casa. Anduvo desorientado, asustado y confundido por muchas calles, que ahora le resultaban ajenas y desconocidas. Finalmente se encontró frente a la puerta de una casa. Dudó mucho, pero al final llamó al timbre de la puerta con la esperanza de que fuese la suya. Abrió una mujer que, tras un momento de silencio y con expresión de asombro, dijo:
-¡Habías dicho que nunca regresarías!


LA CASA A LO LEJOS

Miró hacía la lejanía, y en el horizonte vio, envuelta en bruma, la forma dudosa de lo que podía ser una casa. Siguió el camino a paso rápido hasta que el cansancio le hizo aminorar su ímpetu por llegar. Tomó un leve respiro descansando al borde del sendero, y en ese tiempo le alcanzó otro viandante, que preguntó:
-¿Sabe quien vive en aquella casa que se divisa en la lejanía?
-Vive quien espera a uno sólo de nosotros dos -contestó.
Y sacó su daga, sabiendo que el otro iba a hacer lo mismo.


LEÍA EL NIÑO

El pequeño niño quedó maravillado. Era la primera vez que le ocurría, o al menos la primera que él recordase. Era como cosa de magia, pero magia que a él le sucedía y que él mismo parecía provocar. ¡Y todo era tan simple! Primero leía un poco de aquel libro, después cerraba los ojos… ¡y veía en su cabeza lo mismo! Fuese lo que fuese, ya castillos, caballos, soldados antiguos de armaduras muy brillantes, todo lo que leía, después, al cerrar los ojos, lo tenía él dentro, lo veía como si fuera real. Era cosa de magia, sin duda, pero tan fácil y maravilloso que el niño no podía dejar de leer y, al poco, cerrar los ojos para imaginar.

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