El fragmento es el siguiente:
Más tarde, ya como profesor, yo también pude vivir experiencias semejantes, vivencias que conocen bien tantos enseñantes. Algunas las recuerdo con emoción especial, como la explosión de aplausos y gritos cuando Charlie descubre el billete dorado en el envoltorio de la chocolatina (aquella semana estábamos leyendo, a capítulo por tarde, Charlie y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl). Aunque, quizás porque se trataba de adolescentes escasamente interesados por los libros, también fue una clase inolvidable aquella del año 1996 en la que, con el libro recién publicado, y fascinado por el cuento que había leído la noche anterior, decidí ocupar la hora entera en leerles a mis alumnos "A lingua das bolboretas" ("La lengua de las mariposas"), el que quizá sea el mejor relato de los que conforman Qué me queres, amor?, el libro de Manuel Rivas que luego acabaría obteniendo el Premio Nacional de Literatura y dando lugar a la película de José Luis Cuerda. Empecé a leer y, durante un tiempo, los murmullos o las miradas vacías de atención continuaron presentes en el aula. Pero, a medida que avanzaba en el relato, a medida que, a través de los ojos del niño protagonista, asistíamos al drama humano que significó la Guerra Civil en Galicia, los murmullos desaparecieron y todas las miradas se cargaron de atención. En las páginas finales, la emoción del cuento se había extendido por todo el espacio del aula. Y cuando finalicé la lectura, con la clase paralizada y silenciosa, no era solo yo quien tenía un nudo en la garganta.
No cuento esto por nostalgia, sino porque de estas anécdotas (semejantes, bien lo sé, a las que tantas otras personas han vivido) se extrae una consecuencia esencial: no hay ningún secreto para despertar el gusto por la lectura. Sólo hay que abrir un libro que contenga un texto poderoso y leer en alta voz. No se precisa nada más, todo es tan sencillo como beber agua.
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