1. UN ÉXITO A CONTRARRELOJ
Gracias a ellos, podemos leer en español a Stephen King, Ken Follett, Harry Potter y la trilogía de Larsson. Aunque su labor es invisible, están sujetos a la presión y a los plazos del autor, pero pocas veces a los mismos derechos.
Como dice el escritor y editor mexicano Roberto Pliego en el número de mayo de la revista Texturas, el best seller "tiene menos expectativa de vida que una mosca". Convertirse en un fenómeno editorial no tiene tanto que ver con la cantidad como con el tiempo: no es tan crucial vender determinadas toneladas de libros como que esos millones se despachen en un plazo cada vez más corto de tiempo.
"No es lo mismo vender 100.000 copias en un mes que 1.000.000 en 15 años", asegura Pliego, para quien hablamos de un producto con fecha de caducidad en el reverso, "como el pan de caja, los alimentos enlatados, las medicinas".
Una vez dentro de la cadena de montaje del best seller, cada una de las divisiones de la producción queda afectada irremediablemente por su vocación instantánea: desde los plazos de entrega de los propios autores, a la distribución y la colocación de los ejemplares en las tiendas. También la traducción, posiblemente una de las labores más invisibles y menos reconocidas de todas aquellas que permiten que un libro llegue finalmente a su lector.
Tomemos como ejemplo al omnipresente Stieg Larsson, cuya condición de best seller revelación de la temporada ha sorprendido incluso a sus traductores al castellano, que han visto cómo unas ventas cada vez mayores empujaban el ritmo de una traducción que, como siempre, debía estar lista para ayer. "De un plazo de unos diez y once meses, que es lo ideal y es lo que tardamos con el primer volumen, Los hombres que no amaban a las mujeres, hemos pasado a la mitad, unos seis meses, que es lo que tuvimos para La reina en el palacio de las corrientes de aire", dice Martin Lexell, profesor de literatura nórdica y cotraductor de Larsson en España junto a Juanjo Ortega.
"No es lo mismo vender 100.000 copias en un mes que 1.000.000 en 15 años", asegura Pliego, para quien hablamos de un producto con fecha de caducidad en el reverso, "como el pan de caja, los alimentos enlatados, las medicinas".
Una vez dentro de la cadena de montaje del best seller, cada una de las divisiones de la producción queda afectada irremediablemente por su vocación instantánea: desde los plazos de entrega de los propios autores, a la distribución y la colocación de los ejemplares en las tiendas. También la traducción, posiblemente una de las labores más invisibles y menos reconocidas de todas aquellas que permiten que un libro llegue finalmente a su lector.
Tomemos como ejemplo al omnipresente Stieg Larsson, cuya condición de best seller revelación de la temporada ha sorprendido incluso a sus traductores al castellano, que han visto cómo unas ventas cada vez mayores empujaban el ritmo de una traducción que, como siempre, debía estar lista para ayer. "De un plazo de unos diez y once meses, que es lo ideal y es lo que tardamos con el primer volumen, Los hombres que no amaban a las mujeres, hemos pasado a la mitad, unos seis meses, que es lo que tuvimos para La reina en el palacio de las corrientes de aire", dice Martin Lexell, profesor de literatura nórdica y cotraductor de Larsson en España junto a Juanjo Ortega.
UN CAMBIO EN EL MERCADO
Lexell, que publicó su primera traducción de una novela en 1993, asegura que su trabajo ha cambiado mucho, especialmente en los últimos años, y mucho más con el boom de la literatura nórdica: "Antes, estos libros no eran best sellers y su traducción caía en otro tipo de editoriales. Y no corría tanta prisa; era otro mercado. En el fondo, con Larsson nunca nos planteamos que estuviéramos traduciendo a un superventas. No nació con esa vocación: era un escritor desconocido y era su primera obra, así que no es igual que un Dan Brown o un Ken Follett".
Su método de trabajo siempre pasa por la colaboración ("No me gusta traducir solo"), en el caso de Larsson, con Juanjo Ortega, con quien ha compartido durante los dos últimos años notas, comentarios, soluciones a problemas sintácticos y semánticos, y con quien celebraba lecturas colectivas para resolver dudas "en un proceso de aprendizaje mutuo".
Ortega, por su parte, resopla al recordar "que hemos corrido lo que no está escrito porque, a raíz del éxito, la editorial [Destino] aceleró los plazos de entrega. Ha sido una experiencia única, con dedicación, dura e intensa, pero también muy agradecida". Es lo que tiene ir por el metro o la calle, y darse cuenta de que ocho de cada diez peatones llevan algún tomo de Larsson: "A veces me entra un ataque de soberbia y te entran ganas de decir: ¡Oye, que ese libro lo he traducido yo!".
Según cuenta Ortega, la traducción del sueco les ha exigido, en cierta manera, localizar el texto para evitar expresiones que un lector español no pueda entender: "A veces hay que rebuscar en el lenguaje, retorcer el texto hasta que exprese lo que quería el autor originalmente". ¿Debe ser invisible el traductor? "Debe ser objetivo y fiel al texto original, lo que no quiere decir literal. Hay muchos términos para los que, sencillamente, no hay traducción".
Se refiere a casos concretos de los tres tomos. Sin ir más lejos, en La reina en el palacio abundan los términos jurídicos y democráticos sin equivalencias porque los sistemas de gobierno no siempre son equiparables. "En Los hombres nos topamos con la palabra sueca midsommar, una celebración que no tiene equivalente en español: no es la fiesta del medio-verano, tampoco la de san Juan, que es otro referente cultural, ni la celebración del solsticio, que suena muy rebuscado. Así que optamos por dejarlo en original y explicar el término en una anotación dentro del texto".
Para problemas con el lenguaje, los que habitualmente sortea Lourdes Porta traduciendo a autores japoneses, entre otros, Haruki Murakami, algo así como un best seller de culto cuyas ventas, si no llegan al nivel masivo de Ken Follett o Stephen King, pueden contarse por millones.
Al igual que Larsson, ha ido creciendo con el tiempo. "A Murakami lo descubrí hace 15 años y en Japón ya era best seller, pero aquí ha sido una sorpresa", reconoce Porta, para quien el subidón experimentado por el autor tras la publicación de Tokio Blues ha acelerado un poco el ritmo de publicaciones en castellano... pero no mucho: una media de uno al año. "No puedes traducir del japonés al mismo ritmo que lo haces del inglés o del francés. Requiere un tiempo y necesitas hacer reposar la prosa, descansar y revisar porque el estilo se tiene que trabajar muchísimo. De ahí que el ritmo no sea como en otros best sellers".
Lexell, que publicó su primera traducción de una novela en 1993, asegura que su trabajo ha cambiado mucho, especialmente en los últimos años, y mucho más con el boom de la literatura nórdica: "Antes, estos libros no eran best sellers y su traducción caía en otro tipo de editoriales. Y no corría tanta prisa; era otro mercado. En el fondo, con Larsson nunca nos planteamos que estuviéramos traduciendo a un superventas. No nació con esa vocación: era un escritor desconocido y era su primera obra, así que no es igual que un Dan Brown o un Ken Follett".
Su método de trabajo siempre pasa por la colaboración ("No me gusta traducir solo"), en el caso de Larsson, con Juanjo Ortega, con quien ha compartido durante los dos últimos años notas, comentarios, soluciones a problemas sintácticos y semánticos, y con quien celebraba lecturas colectivas para resolver dudas "en un proceso de aprendizaje mutuo".
Ortega, por su parte, resopla al recordar "que hemos corrido lo que no está escrito porque, a raíz del éxito, la editorial [Destino] aceleró los plazos de entrega. Ha sido una experiencia única, con dedicación, dura e intensa, pero también muy agradecida". Es lo que tiene ir por el metro o la calle, y darse cuenta de que ocho de cada diez peatones llevan algún tomo de Larsson: "A veces me entra un ataque de soberbia y te entran ganas de decir: ¡Oye, que ese libro lo he traducido yo!".
Según cuenta Ortega, la traducción del sueco les ha exigido, en cierta manera, localizar el texto para evitar expresiones que un lector español no pueda entender: "A veces hay que rebuscar en el lenguaje, retorcer el texto hasta que exprese lo que quería el autor originalmente". ¿Debe ser invisible el traductor? "Debe ser objetivo y fiel al texto original, lo que no quiere decir literal. Hay muchos términos para los que, sencillamente, no hay traducción".
Se refiere a casos concretos de los tres tomos. Sin ir más lejos, en La reina en el palacio abundan los términos jurídicos y democráticos sin equivalencias porque los sistemas de gobierno no siempre son equiparables. "En Los hombres nos topamos con la palabra sueca midsommar, una celebración que no tiene equivalente en español: no es la fiesta del medio-verano, tampoco la de san Juan, que es otro referente cultural, ni la celebración del solsticio, que suena muy rebuscado. Así que optamos por dejarlo en original y explicar el término en una anotación dentro del texto".
Para problemas con el lenguaje, los que habitualmente sortea Lourdes Porta traduciendo a autores japoneses, entre otros, Haruki Murakami, algo así como un best seller de culto cuyas ventas, si no llegan al nivel masivo de Ken Follett o Stephen King, pueden contarse por millones.
Al igual que Larsson, ha ido creciendo con el tiempo. "A Murakami lo descubrí hace 15 años y en Japón ya era best seller, pero aquí ha sido una sorpresa", reconoce Porta, para quien el subidón experimentado por el autor tras la publicación de Tokio Blues ha acelerado un poco el ritmo de publicaciones en castellano... pero no mucho: una media de uno al año. "No puedes traducir del japonés al mismo ritmo que lo haces del inglés o del francés. Requiere un tiempo y necesitas hacer reposar la prosa, descansar y revisar porque el estilo se tiene que trabajar muchísimo. De ahí que el ritmo no sea como en otros best sellers".
UNA COMUNA DE LETRAS
El estudio de traductores Anuvela es el encargado de la traducción al castellano de Ken Follett
, Stephen King, Frederick Forsyht y Katherine Neville, entre otros. Se definen como "un colectivo de traductores literarios", nacido en Barcelona en 2001 ante "la necesidad de compartir espacio y recursos" y de "crear un remanso profesional donde varios amigos pudieran ofrecerse apoyo mutuo y risas terapéuticas". Son responsables de algo cada vez más corriente en tiempos de lanzamientos mundiales: la traducción colectiva.El estudio de traductores Anuvela es el encargado de la traducción al castellano de Ken Follett
Fue el caso del último libro de Follett, Un mundo sin fin. Random House Mondadori acudió a ellos "porque necesitaban tenerlo en menos de tres meses", recuerda Robert Falcó, de Anuvela, cotraductor junto a Laura Martín, Laura Rins y Ana Alcaina. "Lo normal sería el doble, pero un título así nunca se hace en el plazo normal porque quiere aprovechar la repercusión del autor con el lanzamiento en el extranjero".
Las traducciones en grupo se han hecho siempre, reconoce Falcó: "Nosotros hemos intentado profesionalizarlas".
Su método de trabajo incluye a una persona que, además de traducir su parte, se encarga de que todos los textos mantengan una unidad, un estilo y de que el todo sea coherente. Como resultado, la traducción es firmada como colectivo, aunque también se recogen los nombres individuales. La encargada de coordinar Follett es Ana Alcaina, que también ejerció como tal en El fuego, de Katherine Neville. "En ninguno de los dos casos la editorial nos impuso directrices ni presiones. Al tratarse de secuelas, sí nos indicaron que leyésemos Los pilares de la tierra y El ocho. El coordinador debe encargarse de que la secuela guarde paralelismos con la anterior".
Pero también hay un lado menos amable de tratar con autores como King o Forsyth: "El muchos casos, por el mismo tema de plazos que sufre el escritor, hay que corregir en el original datos históricos imprecisos, usos incorrectos de otras lenguas, incoherencias en el argumento, lo cual añade una dificultad extra", dice Verónica Canales, también de Anuvela. Y si es una secuela, como es el caso de King y su Torre Oscura, "implica la elaboración de un glosario que mantenga la coherencia".
Si además el libro original no se ha publicado aún en el país de origen (como El afgano, de Forsyth), "el autor puede introducir continuas correcciones al texto que tú estás traduciendo", dice Canales, lo que convierte a la traducción en una "retraducción".
TARIFAS ALTAS Y REPERCUSIÓN
En Anuvela tienen claro cuáles son las diferencias entre traducir un best seller y un título que no lo es. "La tarifa y la repercusión mediática de tu trabajo", dice Falcó. Sobre lo primero, "tenemos la contrapartida de que negociamos una tarifa de traducción más alta a la habitual y, si el libro acaba siendo un éxito de ventas, cobramos un porcentaje de los libros vendidos en concepto de derechos de autor, como cualquier escritor". Sobre lo segundo, "sabes que, cuando traduces a Follett, tu trabajo va a ser leído por mucha gente. Eso impone respeto. También que vaya a ser analizado por la crítica".
El anhelo del traductor está en boca de Verónica Canales: "Aspiramos a que algún día el lector pueda tener preferencias por un traductor u otro, que sepa que la calidad de lo que lee está en manos de autores con nombres y apellidos distintos (y a la vez tan parecidos) al escritor".
En Anuvela tienen claro cuáles son las diferencias entre traducir un best seller y un título que no lo es. "La tarifa y la repercusión mediática de tu trabajo", dice Falcó. Sobre lo primero, "tenemos la contrapartida de que negociamos una tarifa de traducción más alta a la habitual y, si el libro acaba siendo un éxito de ventas, cobramos un porcentaje de los libros vendidos en concepto de derechos de autor, como cualquier escritor". Sobre lo segundo, "sabes que, cuando traduces a Follett, tu trabajo va a ser leído por mucha gente. Eso impone respeto. También que vaya a ser analizado por la crítica".
El anhelo del traductor está en boca de Verónica Canales: "Aspiramos a que algún día el lector pueda tener preferencias por un traductor u otro, que sepa que la calidad de lo que lee está en manos de autores con nombres y apellidos distintos (y a la vez tan parecidos) al escritor".
2.
¿QUIÉN SE COMIÓ EL QUESO DEL TRADUCTOR?Las relaciones entre editoriales y traductores siempre podrían ser mejores: en algunos casos rozan la ilegalidad.
"Obviamente, bombazos como El señor de los anillos, Harry Potter o Ken Follett hay muy pocos. Y hay que tener en cuenta que, para llegar a cobrar derechos de autor, un libro tiene que superar, más o menos, los 60.000 ejemplares vendidos; lo cual son muchos ejemplares si tenemos en cuenta que la tirada media de un libro está entre los 4.000 o 5.000 ejemplares", reconoce Robert Falcó, del estudio de traductores Anuvela.
Según la Ley de Propiedad Intelectual, los traductores son autores y, como tal, reciben un porcentaje de la explotación de derechos. Sin embargo, "aún hay editoriales que no hacen contratos de traducción o que no especifican el porcentaje de derechos de autor que nos corresponde", avisa Falcó.
Según la Ley de Propiedad Intelectual, los traductores son autores y, como tal, reciben un porcentaje de la explotación de derechos. Sin embargo, "aún hay editoriales que no hacen contratos de traducción o que no especifican el porcentaje de derechos de autor que nos corresponde", avisa Falcó.
UN PELOTAZO NO ESPERADO
¿Quién se ha llevado mi queso?
El caso de Montserrat Gurguí ha sido uno de los más sonados, aunque no se considera traductora de best sellers porque, de los 120 libros aproximadamente que ha traducido en 23 años de carrera, sólo el 5% le ha dado derechos. Su mala experiencia viene precisamente de uno de esos superventas por los que nadie parecía apostar: ¿Quién se ha llevado mi queso?, de Spencer Johnson (Ediciones Urano). "Lo hice sin contrato, gracias a una modalidad que contempla la LPI que se llama a tanto alzado y por la que el traductor cobra lo estipulado (por página) y el editor sólo puede sacar una única edición. Si quiere sacar más, debe hacer contrato".
El libro se publicó por primera vez en febrero de 2000. En otoño de este año, Gurguí vio que iba por la octava edición y que empezaba a aparecer en la lista de más vendidos. "En La Vanguardia se decía que se habían vendido 100.000 ejemplares. Me puse en contacto con el editor, le dije que la edición estaba fuera de la ley y le invité a que regularizáramos la situación. Me aseguró que él no creía en los contratos, como si fuera una cuestión de fe".
Después de un tira y afloja, pactaron un 0,50% de royalties y firmaron un contrato en noviembre de 2000. Pero en Navidades del mismo año, había otra edición en la calle con el nombre de otro traductor. "Era prácticamente igual que la mía. Se habían dedicado a cambiar cuento por relato, luego por después, etc. El autor de la nueva traducción era un colaborador de la casa, amigo personal del editor. Se había saltado el contrato en función de una cláusula que llevan todos los contratos y estaba explotando otra traducción. Lo rompió y tuvo que indemnizarme".
El caso de Montserrat Gurguí ha sido uno de los más sonados, aunque no se considera traductora de best sellers porque, de los 120 libros aproximadamente que ha traducido en 23 años de carrera, sólo el 5% le ha dado derechos. Su mala experiencia viene precisamente de uno de esos superventas por los que nadie parecía apostar: ¿Quién se ha llevado mi queso?, de Spencer Johnson (Ediciones Urano). "Lo hice sin contrato, gracias a una modalidad que contempla la LPI que se llama a tanto alzado y por la que el traductor cobra lo estipulado (por página) y el editor sólo puede sacar una única edición. Si quiere sacar más, debe hacer contrato".
El libro se publicó por primera vez en febrero de 2000. En otoño de este año, Gurguí vio que iba por la octava edición y que empezaba a aparecer en la lista de más vendidos. "En La Vanguardia se decía que se habían vendido 100.000 ejemplares. Me puse en contacto con el editor, le dije que la edición estaba fuera de la ley y le invité a que regularizáramos la situación. Me aseguró que él no creía en los contratos, como si fuera una cuestión de fe".
Después de un tira y afloja, pactaron un 0,50% de royalties y firmaron un contrato en noviembre de 2000. Pero en Navidades del mismo año, había otra edición en la calle con el nombre de otro traductor. "Era prácticamente igual que la mía. Se habían dedicado a cambiar cuento por relato, luego por después, etc. El autor de la nueva traducción era un colaborador de la casa, amigo personal del editor. Se había saltado el contrato en función de una cláusula que llevan todos los contratos y estaba explotando otra traducción. Lo rompió y tuvo que indemnizarme".
UN CLÁSICO SIN DERECHOS
Tolkien y su versión española
Falcó recuerda también "uno de los casos más sangrantes", el de Matilde Horne, traductora de Las dos torres y El regreso del rey, de la trilogía El señor de los anillos. Horne, que murió a mediados del año pasado, recibió tan sólo el pago de 6.000 euros en concepto de derechos de autor por sus traducciones cuando el editor Franciso Porrúa vendió Minotauro al gigante editorial Planeta. "Y cuando reclamó a Planeta, le ofrecieron 1.200 euros al año", recuerda Falcó, que propone jugar con los números: "Imaginemos que en 2001 [tras el boom de la primera película] se vendieron 500.000 ejemplares y que cada uno podía costar unos 20 euros. Eso equivale a 10.000.000 de facturación". Si le hubieran pagado "un simple 0,5%, el total asciende a 50.000 euros en concepto de derechos de autor. Y eso sólo teniendo en cuenta lo que debería haber cobrado en el año 2001".
Posteriormente, y gracias a la intervención de las asociaciones de traductores, Planeta acabó liquidándole los derechos que le correspondían desde la compra de Minotauro.
Falcó recuerda también "uno de los casos más sangrantes", el de Matilde Horne, traductora de Las dos torres y El regreso del rey, de la trilogía El señor de los anillos. Horne, que murió a mediados del año pasado, recibió tan sólo el pago de 6.000 euros en concepto de derechos de autor por sus traducciones cuando el editor Franciso Porrúa vendió Minotauro al gigante editorial Planeta. "Y cuando reclamó a Planeta, le ofrecieron 1.200 euros al año", recuerda Falcó, que propone jugar con los números: "Imaginemos que en 2001 [tras el boom de la primera película] se vendieron 500.000 ejemplares y que cada uno podía costar unos 20 euros. Eso equivale a 10.000.000 de facturación". Si le hubieran pagado "un simple 0,5%, el total asciende a 50.000 euros en concepto de derechos de autor. Y eso sólo teniendo en cuenta lo que debería haber cobrado en el año 2001".
Posteriormente, y gracias a la intervención de las asociaciones de traductores, Planeta acabó liquidándole los derechos que le correspondían desde la compra de Minotauro.
INGLÉS EN LAS ALPUJARRAS
Chris Stewart, el escritor que fue batería de Genesis
Gurguí subraya un caso reciente y "muy flagrante de impagos y malos tratos": el de Chris Stewart, batería del grupo Genesis, británico enamorado del paisaje de Las Alpujarras al más puro estilo de Gerald Brenan. Stewart publicó en 1999 Driving among lemons. An optimistic in Andalucía, un best seller en Reino Unido y EEUU que en España ha sido editado por Almuzara bajo el título Entre limones.
Según denunciaba el propio autor a El diario de Córdoba en febrero, no ha cobrado "nada" por el libro, que en España ha vendido 250.000 ejemplares. Es la cabeza visible de una situación con el grupo Almuzara que, según ACEtt, asociación fundada en 1983 para defender los intereses y derechos de los traductores de libros, afecta a nueve de sus afiliados.
Gurguí subraya un caso reciente y "muy flagrante de impagos y malos tratos": el de Chris Stewart, batería del grupo Genesis, británico enamorado del paisaje de Las Alpujarras al más puro estilo de Gerald Brenan. Stewart publicó en 1999 Driving among lemons. An optimistic in Andalucía, un best seller en Reino Unido y EEUU que en España ha sido editado por Almuzara bajo el título Entre limones.
Según denunciaba el propio autor a El diario de Córdoba en febrero, no ha cobrado "nada" por el libro, que en España ha vendido 250.000 ejemplares. Es la cabeza visible de una situación con el grupo Almuzara que, según ACEtt, asociación fundada en 1983 para defender los intereses y derechos de los traductores de libros, afecta a nueve de sus afiliados.
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