miércoles, 22 de julio de 2009

LECTURA. "El oso en el baile de los guardabosques", de Peter Hacks

EL OSO EN EL BAILE DE LOS GUARDABOSQUES

Era invierno.
El oso iba resoplando por el bosque rumbo al baile de disfraces. Estaba de un humor excelente. Ya se había bebido un par de copas de coñac de osos, que está hecho con miel, vodka y muchas es­pecias bien picantes. El disfraz del oso era graciosí­simo: llevaba una chaqueta verde, un par de botas brillantes y una escopeta colgando del hombro: ya habrán adivinado ustedes que iba disfrazado de guar­dabosque.
Entonces llegó caminando por la nieve un hom­bre que se acercó a él. Ese hombre también usaba chaqueta verde y botas brillantes y llevaba una esco­peta colgando del hombro. Ustedes ya habrán adivi­nado que este hombre era el guardabosque.
El guardabosque dijo, con voz gruesa:
—Buenas noches, mi amigo. ¿Usted también va al Baile de los Guardabosques?
—¡Hrrmmm! —dijo el oso, con una voz tan pro­funda como la zanja que hay al borde del camino.
—¡Oh, discúlpeme! —dijo el guardabosque, apabullado—. No sabía que usted era el guardabos­que en jefe.
—Está bien, está bien —respondió el oso afa­blemente. Tomó al guardabosque por el brazo para poder apoyarse firmemente en él, y am­bos entraron trastabillando a la taberna llamada "El Duodécimo Cuerno del Ciervo", donde se realizaba el Baile de los Guardabosques. Algunos de los guar­dabosques llevaban cuernos y andaban exhibiéndolos, y otros tenían cornetas y soplaban en ellas. Todos usaban largas barbas y bigotes enrulados, pero el oso era el que tenía más pelo en la cara.
—¡Yuuu-huuu! —gritaban los guardabosques y le propinaban al oso unas fuertes palmadas en la es­palda.
—¡A divertirse! —replicaba el oso, y golpeaba él también a los guardabosques en la espalda, con la fuerza de una avalancha.
—¡Oh, perdón! —decían los guardabosques, asustados—. No sabíamos que usted era el guarda­bosque en jefe.
—Continúen —decía el oso. Y bailaron y bebie­ron y rieron, y cantaron canciones de cazadores y de bebedores.
No sé si ustedes habrán visto alguna vez el es­tado en que queda la gente que baila y bebe y ríe y canta demasiado. Los guardabosques estaban frené­ticos, y el oso igual que ellos; entonces el oso dijo:
—Ahora salgamos y vayamos a matar al oso.
Inmediatamente los guardabosques se pusieron sus guantes de piel, se ajustaron los cinturones de cuero alrededor de las panzas y salieron a la noche fría. Caminaron bajo la espesura disparando sus es­copetas al aire. Gritaban "Yuu-huu", y otra vez "Yuu-huu", que no quiere decir nada en absoluto, pero así hacen todos los cazadores. El oso arrancó un puñado de fresas de un arbusto y se las comió de un bocado. Los guardabosques dijeron:
—Miren al guardabosque en jefe, qué pillo —y ellos también comieron fresas y se agarraban las ba­rrigas a causa de la risa. Pero después de algún tiempo notaron que no podían hallar al oso.
—¿Por qué no lo encontramos? —dijo el oso—. Pues porque está metido en su guarida, cabezas de chorlos.
Y se dirigió a la guarida del oso seguido por los guardabosques. Sacó la llave del bolsillo de su chaqueta, abrió la puerta y se introdujo, seguido por los guardabosques.
—El oso ha salido —dijo el oso, husmeando-—, pero no hace mucho de ello porque hay un fuerte olor a oso en este lugar.
Y volvió rápidamente a la taberna, siempre se­guido por los guardabosques.
Después de todos los esfuerzos realizados, ne­cesitaron beber litros y litros, pero lo que bebía el oso era como el torrente que se forma al derretirse la nieve y que es capaz de destruir un puente.
—Oh, discúlpenos —decían los guardabosques, perplejos—. Usted sí que es un guardabosque en jefe muy poderoso.
Y el oso dijo:
—El oso no está escondido en el bosque y tam­poco está escondido en su guarida. Sólo queda una posibilidad: se ha disfrazado de guardabosque y se esconde entre nosotros.
—Es verdad, por supuesto —exclamaron los guardabosques y empezaron a mirarse de reojo y con sospecha unos a otros.
Resulta que entre ellos había un guardabosque muy joven, que tenía una barba relativamente corta y que sólo lucía unos pocos cuernos. Además, era el más débil y el más tímido de todos ellos. De manera que decidieron que él era el oso. Se arrastraron con gran dificultad por los asientos y cepillaron las mesas con sus barbas y tantearon las paredes.
—¿Qué están buscando? —preguntó el joven guardabosque.
—Nuestras armas —dijeron—. Desgraciada­mente están colgadas de los percheros.
—¿Y para qué quieren sus armas? —exclamó el joven guardabosque.
—Para matarte a ti, desde luego —contesta­ron—. Puesto que tú eres el oso...
—Ustedes no entienden nada de osos —dijo el oso—. Primero tienen que ver si tiene cola y garras en las manos.
—No tiene —dijeron los guardabosques—, pero ¿qué tiene que ver? Después de todo, usted lleva cola y garras en las manos, guardabosque en jefe.
En eso entró la esposa del oso y estaba suma­mente enojada.
—Por el amor de Dios —gritó—, mira en qué compañía estás.
Le dio un mordiscón en el cuello al oso para que se le pasara la borrachera, y se lo llevó a casa.
—Qué lástima que hayas llegado tan temprano —le dijo el oso a su mujer cuando estaban en el bos­que—. Acabábamos de descubrir al oso. Bueno, no importa, será otro día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola bloggeros! Leí este cuento maravilloso cuando tenía ocho años. Conservo el libro y ahora se lo leo a mi hijo, de siete,a quien le encanta. Gracias por rescatarlo en el blog y permitir que de esa forma muchos amigos puedan leerlo en la web.