Enrique Vila-Matas
Incidente en París
ENRIQUE VILA-MATAS 06/09/2011
El próximo 11 de septiembre se cumplirán 100 años exactos de un choque que tuvo lugar entre un triciclo y un automóvil en uno de los bulevares de París. A consecuencia del golpe, el triciclo se quedó con la rueda delantera deformada. El empleado de panadería, que hasta aquel momento había pedaleado con total despreocupación, se apeó y se dirigió hacia el automovilista, que se apeó igualmente. Enseguida comenzaron a recriminarse sus respectivas formas de conducir y se creó el clásico corro de gente que deseaba saber quién llevaba la razón. En cierta forma, dos culturas entraron en conflicto: el automovilista era alguien instruido que, encima, tenía el don de la palabra, mientras que el panadero se defendía solo gesticulando y, para colmo, haciendo siempre el mismo gesto.
Cuando la pelea comenzó a estancarse, se llamó a un policía para que reanimara el espectáculo. Uno de los testigos del choque en aquel bulevar de París fue el peatón Franz Kafka que, de paso por la ciudad aquel 11 de septiembre de 1911, registró en su diario el incidente, anotando todo tipo de detalles, como, por ejemplo, la gran cantidad de espectadores nuevos que se añadieron al corro inicial en cuanto apareció aquel policía, de quien todo el mundo parecía esperar que resolviera el asunto de inmediato con toda imparcialidad y, además, les permitiera el gran goce de poder presenciar en directo la redacción de un atestado. Como tantas veces en estos casos, el policía se hizo un lío. El policía, escribió Kafka en su diario, se equivocó un poco en el orden de sus anotaciones, y en algunos momentos, en su esfuerzo por poner las cosas de nuevo en su sitio, no oyó ni vio ninguna otra cosa.
Algo por el estilo me ocurrió hace 10 años cuando quise poner orden en mis anotaciones sobre el atentado de las Torres Gemelas y escribir sobre el asunto. Me hice tal lío que terminé viéndolo todo de forma kafkiana y de pronto me encontré buceando en el mundo del propio Kafka, tratando de saber qué había hecho él en algún 11 de septiembre del pasado. Fue así cómo descubrí que en 1901 no llevaba todavía ningún diario, pero sí el 11 de septiembre de 1911, que fue cuando presenció en París aquel choque de bulevar.
Si algo no fue nunca Kafka fue profeta, pero sí tenía algo de espejo; él mismo le dijo a Gustav Janouch que se veía a veces como un espejo que se avanzaba: un espejo que tenía la capacidad, como algunos relojes, de adelantarse. No estoy hablando pues de virtudes proféticas, sino de un agudo sentido de la percepción, que es algo distinto y suele ser más habitual en los escritores que las profecías. Kafka fue seguramente el más perceptivo de los escritores del siglo pasado. Hace 10 años, cuando hallé aquella meticulosa descripción del choque en París entre un panadero y un automovilista, sentí el impulso misterioso de seguir buceando en sus diarios, como si aquel incidente fuera solo el punto de arranque de un relato y pudiera encontrar en otras páginas de su diario la continuación de la historia.
Y así fue como salí en busca de lo que había anotado Kafka un año después, el 11 de septiembre de 1912. Para mi sorpresa, ese día el escritor soñó que estaba en una lengua de tierra construida con piedras de sillería que se adentraba en el mar. Al principio, no sabía dónde estaba, hasta que descubría muchos navíos de guerra alineados y firmemente anclados: "A la derecha se veía Nueva York, estábamos en el puerto de Nueva York".
Tras la sorpresa, seguí leyendo hasta el final, cuando el soñador acababa sentándose, recogía los pies contra su cuerpo, se estremecía de placer, se hundía realmente de gusto en el suelo y decía: ¡Pero si esto es aún más interesante que el tráfico de los bulevares de París!
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