No porque sea inventado no existe: maravilloso homenaje a los libros y la ficción
Carlos Colón
26.09.2011
Animación, Francia, 2009, 80 min. Dirección: Dominique Monferys. Guión: Anik Leray, Alexandre Reverend. Música: Christophe Héral.
El lugar de ensueño con el que muchos soñamos: una casa en una costa lo suficientemente abrupta como para invitar a salir para dar largos paseos o a refugiarse en ella en tardes y noches de vientos, rumor de olas y tormentas. Y dentro de ese lugar de ensueño, el paraíso del sueño despierto: una inmensa biblioteca como corazón de la casa. Una familia la ha heredado de una vieja tía que amaba los libros y disfrutaba leyéndoselos a sus pequeños sobrinos para transmitirles su amor por ellos. Su amada biblioteca se la ha legado al pequeño Natanaël. Pero el pequeño, pese a tener seis años, no sabe leer. Y las reparaciones que el viejo caserón necesita precisan un dinero que sus padres no tienen. ¿Solución? Vender la biblioteca que el niño no puede ni al parecer quiere leer. Por eso los personajes que viven en los libros de Carroll, Kipling, Collodi, Perrault, Hugo, Barrie, Grimm o Stevenson se verán obligados a materializarse -porque, como dice la fórmula mágica que es la clave de la película, no porque sean inventados no existen- para convencer al pequeño de que no se vendan los libros que albergan sus vidas. Y justo en este punto comienzan las fantásticas aventuras -porque les aseguro que lo son, y muy emocionantes, en el sentido más aventurero de la palabra- que tejen esta gran película no sólo para pequeños.
El secreto de este hermoso canto a los libros con un cierto aroma truffauniano (realzado, en la versión original, por la voz en off narrativa de la muy truffauniana Jeanne Moreau) consiste en la suma de dos grandes talentos. El de la extraordinaria ilustradora Rebecca Dautremer -autora de los aclamados libros de ilustraciones Enamorados, Princesas olvidadas o desconocidas, Cyrano, El diario secreto de Pulgarcito o Alicia en el país de las maravillas- en una de cuyas obras están basadas tanto la historia como el diseño de los personajes y los ambientes. Y el del realizador Dominique Monféry, formado artística y técnicamente en el Gobelins de París -prestigioso centro de formación en diseño gráfico y cine de animación-, fogueado en el departamento de animación de Disney en las producciones de El jorobado de Notre Dame o Tarzán, nominado al Oscar al cortometraje de animación por Destino (2003), debutante en el largometraje con Franklin y el tesoro del lago (2007) y consagrado en 2009 con esta hermosa película que nos llega con injustificable retraso.
La combinación de estos dos talentos, quizás sobre todo el de Rebecca Dautremer, la dota de la calidad preciosista de su dibujo minucioso, de una elegante belleza y de una capacidad de evocación realmente extraordinarias. Sumando contrarios aparentes podría decirse que nunca imágenes tan bellas han invitado tan cariñosa, delicada y seductoramente a gozar del placer de las palabras, de la lectura, de los libros. Hay muchos momentos de gran cine y gran arte, como el sueño de la caída en el agitado mar de páginas de libros en el que las letras son la espuma de las olas; el ataque de las letras, ininteligibles para el niño, que se desbordan de los libros como una marabunta alfabética; o la fantástica estrategia ideada por los personajes de meterse los unos en los libros de los otros para desanimar a los compradores que quieren deshacer la biblioteca. A ello hay que sumar un creativo uso del sonido, tanto de la voz (magnífico uso de la voz en off) como de la literalmente encantadora banda sonora compuesta por Christophe Heral.
Todos los colegios deberían llegar a un acuerdo con las salas y llevar los niños a ver esta bella y divertida incitación a la lectura. Para que aprendan que, no porque sean inventados, Alonso Quijano, la familia Dashwood, Heathcliff, David Copperfield, Sherlock Holmes, Jim Hawkins o Lord Jim no existen.
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