Viñeta de Forges
La profesión docente bajo sospecha
F. Javier Merchán Iglesias. Catedrático de Educación Secundaria. Profesor de la Universidad de Sevilla
19.09.2011
El conflicto suscitado en algunas comunidades autónomas por el aumento del horario lectivo de los docentes y, en especial, las intempestivas declaraciones de Esperanza Aguirre y de su consejera de Educación sobre el trabajo de los profesores, está sirviendo para poner de manifiesto el profundo desconocimiento que algunos políticos tienen sobre los problemas de la educación.
En sus discursos, el mundo de la política se complace en exhibir periódicamente las bondades de la formación de niños y jóvenes, la importancia que le atribuyen en el progreso económico y social del país y su admiración y reconocimiento por el ejercicio de la docencia. Sin embargo, en muchos casos, como en este, los hechos contradicen a las declaraciones, lo que nos hace pensar que, efectivamente, existe un plan de recortes y desprestigio de lo público, que se trata de ocultar distrayendo la atención mediante la estratagema de señalar con el dedo culpabilizador precisamente a quienes sufren la decisión.
Desde luego, cualquiera que tenga un mínimo conocimiento del trabajo de los docentes sabe que aumentar el número de las horas que dedican a impartir clases, las horas lectivas, o aumentar el número de alumnos por aula, significa, lisa y llanamente, aumentar su carga de trabajo. Más horas de clase suponen, cuando menos, más asignaturas que impartir, más alumnos a los que atender, más ejercicios y exámenes que corregir, más expedientes que rellenar y más familias a las que orientar, y si todo ello se quiere hacer con un mínimo de profesionalidad, estamos hablando de más esfuerzo y más dedicación.
Si a esto sumamos el recorte del salario de los profesores producido en el inolvidable mayo del pasado año, resulta que nuestros admirados docentes van a trabajar más por menos, pidiéndoles, además, que conserven la motivación, pues ya se sabe que la educación de los jóvenes es el futuro del país. Claro que si unos trabajan más, otros van a trabajar menos, es decir, nada, pues el aumento de horas de clase tiene como consecuencia una reducción del número de profesores, de manera que muchos de los que ya tenían contrato van a engrosar las filas del paro y los que, después de formarse, aspiran a incorporarse a la enseñanza, van a tener que seguir esperando.
Los tiempos de crisis son tiempos difíciles y conflictivos en los que a veces se pierden las formas y se dejan traslucir pensamientos de manera descarnada. Sin entrar aquí en mayores consideraciones, puede ser legítimo pedir a todos, también a los docentes, que trabajen más y ganen menos, pero no es de recibo deslizar para ello el argumento de que los profesores son unos vagos. Como sabemos, frente a otras posibilidades igualmente viables, la discutible política económica conservadora que han adoptado los gobiernos de la Unión Europea se centra en la reducción del déficit mediante la reducción del gasto, lo que significa, efectivamente, que, según esa política, no sólo hay que reducir el sueldo de los profesores sino también aumentar sus horas de trabajo para contratar menos personal. Pero el deliberado ilusionismo del lenguaje político y, particularmente, el exceso verbal y mental de los dirigentes del PP, les ha llevado a afirmar que los docentes deben trabajar más, no porque consideren que hay que gastar menos, sino porque trabajan poco. Este discurso, que cala profundamente en el conjunto de la población, además de ser injusto, pone bajo sospecha a la profesión docente.
Siempre es aconsejable distanciarse de planteamientos corporativos. La educación no es asunto que competa exclusivamente a los profesores, ni debe tener como referente fundamental la satisfacción de sus intereses. Sin embargo, una gestión adecuada de la enseñanza debe tener en cuenta la peculiaridad de su profesión. Contra lo que algunos piensan, ese trabajo no se reduce a impartir clases en el aula, sino que requiere una gran diversidad de tareas que a veces ni siquiera se realizan en el recinto escolar y cuyos resultados no pueden medirse en términos cuantitativos. Ignorar esta peculiaridad no sólo hace inviable cualquier proyecto de mejora, sino que, de paso, aboca a una caricaturización de la profesión, abonando el campo para su desprestigio.
Pero en la vida social nada surge espontáneamente de un día para otro. Hace tiempo que, aquí y allí, la política educativa se centra obsesivamente en el control sobre los profesores, suponiendo que no hacen lo que deben. Para ello se han puesto en marcha fórmulas de gestión de los centros escolares que los aparta de los ámbitos de decisión, reduciendo su papel al de meros ejecutores de innumerables instrucciones, normas y órdenes, sometiendo su trabajo a la presión burocrática de quienes han decidido, hasta el más mínimo detalle lo que tienen que hacer. Desde hace algunos años la política educativa promociona los puestos de gestión y control, minusvalorando en la práctica a quienes se encargan directamente de la docencia. En esta política, que se ha calificado como de mucha vigilancia y poca confianza, subyace la idea de que el tan denostado fracaso escolar obedece fundamentalmente al trabajo de los docentes. Y... de aquellos polvos, estos lodos.
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