Almudena Grandes
Un aire de familia
ALMUDENA GRANDES 17/07/2011
La hermana de la novia las recibió junto al aparatoso arco de flores que daba entrada a la capilla improvisada en el jardín de la casa de sus padres.
-¡Mini, estás fantástica! -las dos se besaron de lado, para no estropearse el maquillaje-. Y esta es tu hermana, ¿verdad? No sabía que tuvieras una melliza...
La madre del novio miró a su amiga Nena y aceptó lo inevitable. Antes o después tenía que pasar. Aunque ninguna de las dos lo confesaría jamás en voz alta, hacía más de medio siglo que se conocían. Entonces, la una se llamaba Fermina; la otra, Magdalena, y se parecían más o menos como un huevo a una castaña.
Desde el jardín de infancia, y hasta que los novios se convirtieron en el único sol de sus respectivos horizontes, fueron inseparables. Después, no sólo rivales, sino incluso enemigas, pero siempre tan enconadas, eso sí, que nunca dejaron de ser íntimas. Ya tenían la misma estatura, pero Mini era morena, guapa de cara, regordeta, con mucho pecho y huesos anchos. Nena, castaña clara, de piel pálida, tenía un cuerpo esbelto, más atractivo que su rostro alargado, casi espiritual excepto por el ligero caballete que apenas afeaba su nariz. Sin embargo, cada una a su manera, por sus propios motivos, tenía mucho éxito con los chicos, un patrimonio que se multiplicaba por una cifra superior a dos cuando entraban juntas en los bares.
Con veintipocos años, las dos se casaron por la Iglesia con dos amigos íntimos que eran, a su vez, primos hermanos. Ambas bodas fueron trágicas porque, aunque se dedicaron a criticarlo todo desde que oyeron las primeras notas del órgano hasta que sirvieron el último chocolate con churros, las dos sufrieron atrozmente porque el traje de la otra fuera más bonito, el moño más elegante, el brillante del anillo de pedida más gordo, la luna de miel más cara. Sus maridos, que se dieron cuenta a tiempo, atajaron parte del problema contratando el mismo menú, en la misma sala del mismo hotel, con la misma barra libre y la misma orquesta, el mismo día de la semana.
Ellos siempre fueron uña y carne, y por eso a sus mujeres nunca les faltaron ocasiones para competir. Por más que lo intentaron, tampoco lograron separarlos. Se llevaban tan bien que lo compartían todo, al principio la pista de tenis, el coche, los partidos de fútbol, las timbas de póquer, después el picadero, las amantes, los viajes a Cuba, las tremendas mulatas. Se llevaban tan bien que metieron la pata al mismo tiempo, para dar a sus esposas una histórica oportunidad de reconciliación. Mini llamó a Nena y la invitó a comer. Nena aceptó y, antes de sentarse, propuso que las dos contrataran al mismo abogado. Mini sonrió, eso es exactamente lo que pensaba proponerte... A partir del postre volvieron a ser las mejores amigas.
Los crujieron vivos. Se quedaron con las casas, con los coches, con los apartamentos de la playa, con las letras del Tesoro... Había que celebrarlo, y cada una escogió su propio camino. Nena se operó la nariz, Mini se puso pómulos. ¡Qué nariz tan divina!, celebró la una. ¡Qué pómulos tan fantásticos!, admiró la otra. Así que se los intercambiaron. Luego fueron los pechos, y Mini se quitó, Nena se puso, pero las dos escogieron la misma fotografía, la misma forma, la misma altura. Con los glúteos, el proceso fue simétrico. Donde a una le faltaba, a la otra le sobraba, pero la silicona hizo el mismo trasero, con forma de pera, en dos muy diferentes. Después se rellenaron los labios, se hicieron liposucciones, se retocaron la barbilla, se libraron de la papada, se estiraron un poquito por allí, otro poquito por allá, y cuando los poquitos fueron tantos que ya les nacía el pelo en la mitad del cráneo, como si sus cabezas fueran un efecto especial creado para hacerlas intervenir como figurantes en un episodio de Star Trek, acudieron a la misma clínica para implantarse pelo nuevo en la piel que antes tenían justo encima de las cejas.
Por lo demás, las dos iban teñidas de rubio porque el pelo oscuro endurece mucho, las dos llevaban mechas más oscuras porque el pelo simplemente amarillo es una paletada, las dos llevaban las uñas pintadas de rosa porque la manicura francesa está pasada de moda, las dos llevaban tacones vertiginosos, modelos parecidos en tonos semejantes, y su propio, carísimo sombrero, de la última colección de un célebre diseñador inglés, porque a ver, en esta temporada, a quién se le ocurre ir a un evento sin sombrero.
Las consecuencias de tanta intimidad se multiplicaron a una velocidad tan estrepitosa, que llegó un momento en el que ni siquiera se molestaron en desmentir a quienes las tomaban por hermanas mellizas. Pero a ninguna de las dos le gustó parecerlo.
-¡Ni que faltaran cirujanos plásticos en España! -susurró Mini en mitad de la ceremonia-. Pero, claro, como siempre tienes que copiármelo todo...
-¡Pues anda que tú! -correspondió su mejor amiga.
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