Tomás, 34 años, estudia la ESO, y pide en Madrid, en la calle. Fotos: Ana Goñi
La crisis económica y el paro cambian el perfil de los 'sin hogar' en España
Tomás recuerda todas las fechas. Cuándo le echaron de la empresa de reparto de publicidad en la que trabajaba, hace tres años. Los ocho meses de paro que cobró. Cuándo comenzó a vivir en la calle, en mayo de hace dos años. Cuánto lleva pidiendo: desde el 8 de agosto de 2012, cuándo empezó en el McDonlad's de la calle Atocha, en Madrid. Ya ha colocado su cartel en cinco sitios; el último, en la calle Carretas, donde pide ahora. Al principio ponía que era español; luego, no sabe por qué, le dio vergüenza, y en él se puede leer: "Pido una ayuda. Gracias". Así, a secas. Pero con mayúsculas.
La sociedad tiene muchos nombres para Tomás. Tomás es un mendigo, un pobre, un excluido. Un 'sin techo', una persona sin hogar. Sin embargo, Tomás es un parado. También un estudiante. También un hombre que imagina otro futuro y que da pasos para hacerlo realidad. Tomás es una de las 22.938 personas que, según los últimos datos del INE, hicieron uso de los servicios asistenciales de alojamiento o restauración en municipios españoles de más de 20.000 habitantes en 2012. Se trata de la Encuesta a las Personas Sin Hogar, que, publicada a mediados de este año, arroja luz sobre un problema social cada vez más intenso —mil personas más de las que figuraban en el anterior estudio, de 2005—, que afecta a 71,3 de cada 100.000 habitantes en España. En su mayoría están en Cataluña (21,3%), Madrid (15,4%) y Andalucía (13,1%). Tomás cuadra bien además con el perfil que arroja ese informe: mayoría de españoles en la calle (54,2%, frente al 51% en 2005), entre los 30 y 44 años de edad (38,4%), que perdió el empleo (un mayoritario 45% atribuye su situación a esa causa) y que lo busca (52,1%),mientras duerme en alojamientos colectivos (43,9%). El número medio de las personas que duermen en alguno de los centros de atención fue de 14.050 en 2012. En ellos (sumando los de alojamiento, restauración, información, etc.)trabajaron más de 16.000 personas (57% de voluntarios), con un gasto de 201,13 millones de euros. El 75,8% de estos centros se financia única o mayoritariamente por las administraciones públicas.
Tomás lleva dos años sin hogar. (Foto: A.G.)Durante un tiempo, Tomás durmió en la calle, en la Plaza Mayor. Ahora no. Ahora acude a un albergue cerca del Bernabéu, donde se levanta cada mañana a las 8, desayuna y se marcha a su curso de la ESO, que realiza, a sus 34 años, a través del CEPA (Centro de Educación para Adultos) en la zona de Delicias. Está en cuarto, y en año y medio espera sacárselo entero: "Sí, es fácil, esto no es como en el colegio, aquí casi ni se estudia", dice riendo. Porque Tomás ríe mucho, todo el rato, a veces sin que esté claro de qué, ya sea comentando el día que un municipal le dijo que en la Plaza Mayor habían dormido 200 personas, ya sea alardeando de su ropa (se la compra o acude a un ropero), o explicando lo que sucede en otros albergues, que, según él, "son peores que la calle". También cuando cuenta sus planes: "Quiero trabajar de vigilante jurado" (500 euros por un curso del ministerio de Interior que, cuando acabe la ESO, pagará “con algún trabajillo”).
Tomás ríe, y sigue detallando su horario casi cuartelario, tanto como el de la mayoría de las personas sin hogar, que tienen que tener muy en cuenta a qué hora pueden comer gratis, y dónde (y según el día de la semana), cuándo y dónde reparten un café caliente, a qué hora llegar al albergue para no quedarse fuera o si es mejor hacerse un hueco en la Plaza Mayor o en otro sitio... Un horario "en el que te levantas, te pones a andar para desayunar, te pones a andar hasta el sitio de comer, te pones a andar hasta el sitio donde puedes cenar. Te puedes hacer 30 km. Esa es la vida en la calle", como dirá, al caer la noche, un afgano que duerme en la misma Plaza Mayor que Tomás dejó atrás.
Él no se queja. No. Tomás coge el metro después de sus clases y a la una se marcha a tomar algo en un comedor gratuito, y en media hora sale "espantadito para acá". Acá es la calle Carretas, donde cumple puntual su horario vespertino: de una y media a cinco y media pidiendo, día tras día, escuchando "venga, que de la calle se sale", confirmando que, "si te ven limpito, la gente se enrolla”, respondiendo con una sonrisa y agradeciendo los 10 euros que se suele sacar por esas cuatro horas. De ahí marcha a la Plaza Mayor —donde deja su cartel, escondido en un pasadizo y al cuidado de un hombre mayor, también 'sin techo'— y de vuelta al albergue. Ducha y a la cama. "Esto no es fácil. No mola dormir en cualquier sitio. Yo lo hacía en la Plaza Mayor porque allí pasan los nacionales y está más controlado", dice, aunque añade también que las cosas han cambiado: "Cuando en España había trabajo, en la calle estaba el yonqui, el drogata. Ahora no. Ahora es gente que se queda sin curro y [cambia la persona del verbo] te ves tan mal, tan mal, que acabas aquí”.
Lola (nombre ficticio), camionera. (Foto: A.G.)Lo corrobora Julia Almansa, vicepresidenta de Faciam (Federación de Asociaciones de Centros para la Integración y Ayuda de Marginados) y directora de la obra social del Centro Luz Casanova. Desde el año 2012, cuando se recabaron los datos del INE, han detectado “un incremento y una modificación en el perfil de las personas que atendemos. Aumenta la población española, y entre la inmigrante entran personas que ya tenían un proyecto de larga duración en España, pierden el empleo y esto les lleva a una situación de irregularidad administrativa”, lo que desemboca en una “exclusión sobrevenida”. Hay una parte producida por la crisis: se trata, sobre todo, de personas que estaban ya “en una situación de vulnerabilidad, pero que se mantenían con trabajos precarios, y ya no”. “Ha cambiado el perfil y se han incorporado grupos de población que hasta hace poco tenían una situación ‘normalizada’”, confirman también desde Cruz Roja.
El próximo 24 de noviembre, Faciam reivindica con diversos actos en toda España el Día de los Sin Techo, que en esta ocasión está centrado en la salud de unas personas que padecen en un 30% enfermedades crónicas (16% de ellas, mentales): “Nos gustaría pedir a la Administración que se garantice el acceso al sistema de salud a todos y que se planifiquen estrategias de salud mental”, declara Almansa. La reivindicación ante la sociedad es que “sea consciente de la invisibilidad a la que están sometidos. Muchos de los que acuden a un centro te dicen que hasta llegar a él no han cruzado una sola palabra con nadie”.
“Lo que peor llevo es la indiferencia”, cuenta Lola, que no se llama así, pero prefiere que así se la mencione en este texto. Tiene 36 años y un camión que dejó aparcado en un pueblo de la sierra de Madrid cuando, hace un año, se acabaron los ahorros, el desempleo, todo, y la única solución que vio fue bajar a la capital. Ha dormido en la calle y en un coche (cuando hacía demasiado frío) y ahora en una habitación que les han dejado a ella y a su pareja en una casa okupada, sin luz ni agua. Él, de hecho, anda ahora llenando una garrafa de 25 litros en una de las pocas fuentes que quedan en la capital, para poder utilizarla luego.
Lo último que cobró Lola, hace dos años, fue el subsidio de desempleo. Había trabajado con el camión, como auxiliar en una fundación para discapacitados, repartiendo publicidad, en la vendimia, en Francia, “pero este año no hay trabajo, demasiada gente”… Ahora hace malabares en el centro de Madrid. Se saca, junto a su pareja, unos 15 euros, y ella da las gracias a los que le dan unos céntimos y a los que no, pero al menos le contestan, porque lo que más le duele “es el desprecio de la gente: hay quien te mira mal, y flipo porque a lo mejor tengo más estudios (hasta 3º de bachiller y la Escuela de Artes y Oficios) y más cultura que ellos”.
José María, cinco días en la calle. (Foto: A.G.)Hay 4.513 mujeres que, como Lola, malviven donde pueden (han pasado del 17,3% en 2005 al 19% en 2012) y que, como ella, quizá hayan pasado miedo más de una ocasión. “Cuando eres una mujer y estás sola… Una vez tuve que salir corriendo de un grupo de chicos que salieron de un coche, con la cabeza rapada y el bate en la mano. Y luego están los hombres que piensan que, si estás pidiendo, es que vas a hacer cualquier cosa por 20 euros”. A Lola no hace falta decirle que un 51% de las personas sin hogar han sido víctimas de un delito o agresión. Ella, desde hace un tiempo, no sale sin su perro: “Lo cogí como defensa”.
José María, que aguarda su turno al caer la noche para recibir un bocadillo en un comedor del centro, pertenece a dos de los grupos que, según el INE, más crecieron entre 2005 y 2012: el de los que llevan menos de un año en la calle (32%) y el de las personas entre 45 y 64 años (38%). Él tiene 49, y lleva, dice, cinco días en la calle, tras varias disputas familiares. Tiene reconocida una invalidez, pero este mes, según cuenta, ha cambiado de banco y no le ha llegado el ingreso. Duerme en un albergue. “La calle está jodida”, resume.
Otro grupo de edad que casi se duplicó entre las dos encuestas del INE es el de los mayores de 64. En la cola del comedor de José María está también Adolfo, de 73 años, que no vive ni en un albergue ni en la acera, sino en una pensión, y que muestra con orgullo su carné de payaso. Una profesión que, cuenta, sigue ejerciendo, “pero no en la calle… Yo soy un artista. Voy donde me llaman”. La actitud de Adolfo –o Fito, su nombre artístico— y la de Tomás contrastan con la voz que se quiebra de Eduardo, 71 años y 431 euros de pensión, que le dan para pagar una habitación de 210 y poco más. Ahora cuenta con ese techo, pero estuvo en un albergue durante última campaña del frío del Ayuntamiento de Madrid (las fechas varían, pero suelen ir de noviembre a marzo en todas las capitales).
Eduardo, 71 años. (Foto: A.G.)Eduardo aguarda, a la mañana siguiente, el desayuno en el comedor Ave María, de la calle Doctor Cortezo, “uno de los mejores de Madrid (un gran café caliente, un bocadillo, a veces tostadas), ante el que desde las 9 hasta las 11 de la mañana se forma una cola de unas 50 personas que desaparece por la puerta del comedor cada cierto tiempo, sólo para volver a formarse, a los pocos minutos, con otras tantas. De lejos, podría parecer la cola de los cines Ideal —en la puerta de al lado—, si no fuera porque muchos de los que allí esperan llevan bolsas, mochilas, bultos. Eduardo, en cambio, sujeta sólo un cartera: “Llevo galletas, un vaso y sacarina, porque soy diabético”, explica. Era conductor (“taxis, camiones, de todo”) y tenía dos pisos, uno que tuvo que entregar a su mujer tras el divorcio y otro que, según relata, ha vendido su hijo, sin darle nada a cambio. “¿Por qué? Por el egoísmo del dinero. Le pedí hasta dormir en el coche y no me dejó”, narra.
A ese mismo comedor irá, hacia las 11, José María —hoy ya cumple seis días en la calle—, y después intentará que le dejen aparcar algunos coches, a ver qué saca, hasta que llegue la hora de la siguiente parada en la rígida ‘agenda’ de los 'sin techo': el comedor, el reparto de cafés, de bocadillos, la hora del albergue. Cerca está Antonio, sevillano, de 40 años, que la noche anterior, en la Plaza Mayor, decía con guasa: “Yo en la calle estoy muy bien”. Antonio lleva desde los 12, cuando se fue de casa, sin techo a ratos, a ratos en la cárcel, a ratos en el extranjero y a ratos hasta con casa y casado (y con hija), y se conoce muy bien a los que duermen calle. A los que llevan mucho así y a los que no: “Cuando a alguno lo ves con muchas bolsas, es que lleva poco tiempo. La primera noche no les pasa nada, pero a la cuarta se vuelven majaretas. Si quieres ver a los de Madrid, vete a Sevilla, ahí están todos. Y al revés: a nadie le gusta quedarse sin trabajo y que su gente le vea así”.
Antonio no piensa salir de la calle hasta el improbable momento en que “los de allí [y señala a la Casa de la Panadería, en una vaga alusión en la que caben las autoridades, los políticos y hasta los indigentes extranjeros de enfrente] no dejen de robar”. Eduardo, con una pensión que le impide trabajar y no le da para vivir, no ve futuro. Otra de las cosas que han cambiado en estos últimos años, según apunta Julia Almansa, es que se alarga el tiempo de permanencia en la calle —“que es muy peligrosa, muy dañina”—, porque para eso se necesita un refuerzo social, que ha disminuido con la crisis, otro laboral (ídem) y también uno personal, que permita dar soluciones individualizadas a cada uno de ellos: “Hay más dificultades para encontrar trabajo; las ayudas para que tengan unos ingresos mínimos han disminuido… En una situación de calle la pérdida de derechos que ha provocado la crisis resulta mucho más peligrosa”, narra la vicepresidenta de Faciam.
Aun así, Tomás sigue acoplando sus clases de ESO a su horario de ‘sin techo’. Lola, buscando en portales de empleo cualquier cosa a la que agarrarse. No pide mucho: “Unos zapatos de invierno, unos de verano y unas zapatillas de casa”. Y un techo, claro está, bajo el que usarlas.
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