Enrique Vila-Matas
Vila-Matas, dinamita del realismo
El escritor desvela conexiones entre su vida y su obra en 'Fuera de aquí'
Se lamenta de la incomprensión que han tenido algunas de su obras
CARLES GELI Barcelona 8 NOV 2013
“Ahora que no me dedico a ser un personaje, que he dejado de ser el justiciero de la noche que fui, que alejé los escándalos y soy un señor serio y no salgo, resulta que soy un arquetipo”, constata alegremente sorprendido Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), que cuantifica hoy en una treintena los libros en los que aparece ya como personaje literario. Quizá porque está en ese periodo más serio (nada que ver con que haya cumplido 65 años, dice) o porque cree que tras la aparición de Exploradores del abismo(2007) ha superado sus etapas de “indagación sobre el sinsentido y la de la automitografía” y ahora se halla en “la búsqueda del difícil brillo de lo auténtico, aproximándome a la verdad a través de la ficción”, la cuestión es que nunca antes un lector de Vila-Matas ha podido estar más cerca de la persona y saber de sus claves autoficcionales.
La brisa que disipa algunas de las brumas tras las que durante casi 40 años se ha agazapado la acaba de publicar Galaxia Gutenberg y se llama Fuera de aquí (Galaxia Gutenberg). Son conversaciones mantenidas con quien ha traducido 15 de sus obras al francés, André Gabastou.
Algunas de mis obras más arriesgadas no se han comprendido mucho, especialmente entre la crítica local madrileña, suestablishment literario, para la que he sido una rara avis
“No hablo de mi vida sino de mis libros y de dónde salen”, explica Vila-Matas, que debe admitir que “es otro espacio y aquí he hablado normal”. Viniendo de él, esa normalidad es mucho. Por eso se sabe ahora que de la infancia poco ha quedado en su memoria literaria. “No tengo grandes recuerdos y los que tengo son de una felicidad sin problemas y que yo sepa no hay narrativa sin conflicto; no, no tengo recuerdos y los que tengo son inventados; como decía el verso de Larkin, aquello es un aburrimiento olvidado”.
Mientras el lector va escuchando cómo Impostura (1984) es el libro donde nace toda su obra, —“me marcó, sin yo saberlo, las directrices futuras de lo que haría después, mezclando de forma muy ambigua realidad y ficción”—, o de que siempre hay en sus libros un escritor que hace de eje tácito (Kafka en Hijos sin hijos; Melville en Bartleby y compañía; Blanchot en Doctor Pasavento; Pessoa en Extraña forma de vida…), también uno se percata de que la “incomprensión” que han recibido Una casa para siempre (1988), El mal de Montano (de 2002, “mi libro más ambicioso y mucho mejor que Bartleby y compañía”) o Doctor Pasavento (2005) han dejado cicatrices más profundas de lo que parece. “Algunas de mis obras más arriesgadas no se han comprendido mucho, especialmente entre la crítica local madrileña, su establishment literario, para la que he sido una rara avis. Madrid mira poco hacia afuera, se cree autosuficiente y por eso se ha cerrado tanto a los cambios generados en la literatura”. Una situación que se ha trasladado a otros ámbitos: “Muchos escritores españoles durante tiempo se han creído superiores a los mexicanos, por ejemplo”.
Quizá resulta que el lector no quiere que Vila-Matas se salga de un determinado guion... “No sé qué personaje se han creado de mí incluso los lectores más jóvenes. Nuestra sociedad ha perdido la memoria del intento de poder hacer siempre otra cosa distinta. Es justo lo que he querido hacer con mi obra: provocarme a mí mismo no tener salida”.
¡Y cuánta vanidad y estupidez hay en esos movimientos que nos obligan a presenciar en sus televisiones! No consigo comprender por qué he de ser yo propiedad de un lugar y adecuarme a su supuesta forma de ser
“Cada vez que me aproximo al realismo me acuerdo de que voy a jugar con dinamita”, confiesa en Fuera de aquí a cuento de El viaje vertical (1999), parcial autorretrato de joven y un intento, admite, de hacer una novela más tradicional. Con dinamita juega diversas veces al definir España como “un país aún con ramalazos franquistas”. Las relaciones Cataluña-España no hacen más que ahondar la sensación. “Hace tiempo que perdí la inocencia y sé que nuestros políticos sólo defienden sus propios intereses económicos. ¡Y cuánta vanidad y estupidez hay en esos movimientos que nos obligan a presenciar en sus televisiones! No consigo comprender por qué he de ser yo propiedad de un lugar y adecuarme a su supuesta forma de ser”.
También define el escritor el país como una tierra “baldía y yerma”: “Lo que más me carga de todo es esa colección de agoreros nacionales, especialmente en el campo cultural, que van lanzando que todo está acabado: la novela, el arte…, y lo único que reflejan con ese discurso derrotista es su incapacidad para adaptarse a lo nuevo. El arte siempre ha sido una sucesión de nubes que pasan deprisa; y las grandes obras, también… Siempre todo ha pasado deprisa; todo lo nuevo no ha de ser malo”. De esa filosofía se impregnará su nuevo libro, Kassel no invita a la lógica, y donde aprovecha su reciente estancia en la Documenta de 2012 (fue invitado a escribir en público desde un restaurante chino).
Lo que más me carga de todo es esa colección de agoreros nacionales, especialmente en el campo cultural, que van lanzando que todo está acabado
La mirada de Vila-Matas es hoy optimista. En los próximos cinco años aparecerán siete novelas suyas en Suecia y en el off-off Brodway la compañía Martin Segal Theater prepara para mayo próximo una adaptación de su París no se acaba nunca… Él parece que tampoco: está ahora con esa “búsqueda suprema de la autenticidad”. Lo argumenta: “Es un poco lo que decía Foster Wallace en su artículo sobre volver a Dostoievski: hay que volver la literatura a la vida, a lo humano; ahora estoy entre el intelectualismo que trata al lector de tonto y el best-seller que también lo trata así; hemos de hacer una literatura que piense en los lectores”. O sea, igual Vila-Matas no ha cambiado tanto.
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