Sara Mesa
SÍSIFO La ciudad desolada hoy no susurra nada en mis oídos. Despega los labios y permanece muda. Se agotó la palabra. Tengo miedo; estoy sola. Cada calle es idéntica y todas giran formando un laberinto. No hay escapatoria para mí, para nadie. Un rayo azul, metálico, ha devastado el cielo. Los pájaros no cantan: chirrían como puertas oxidadas, como instrumentos desafinados e infernales. No encuentro el sol. Una gaviota sucia busca entre la basura algún despojo útil, residuos de provecho; así yo miro atrás a ver que me he dejado si hay algo de valor y si es preciso quizá recuperarlo. Pero la basura es basura, la nada es negra, o blanca, pero es nada. La ciudad ya no me ofrece cosa alguna no me dice ni una sola palabra. Estiro mis brazos y giro como un molino en una encrucijada. Podrían atropellarme pero también el tráfico parece detenido. Me siento. Me pregunto: dónde está la belleza, dónde el bien. Yo sé que existen. Los he besado con mis propios labios. He pasado mis dedos azulados por sus suavísimos contornos. Yo misma he sostenido sus pilares y pinté sus colores y pronuncié sus nombres. Dónde afluyó entonces todo eso, dónde ha parado. La ciudad no responde a mis preguntas. Me mira con su ojo impasible, despiadado. Estoy sola entre escombros. Otra vez estoy sola y he de empezar de nuevo a levantar mi piedra con paciencia infinita como mi condena.
(De Este jilguero agenda, 2007)
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