Albert Camus
En la revista "Mercurio":La propiedad del porvenir
Cada lector tiene sus altares. En el mío, en un lugar de privilegio, están las letras francesas. De Francia amo a sus salvajes (Baudelaire, Rimbaud), a sus gigantes (Chateaubriand, Hugo), a sus estilistas (Valéry, Michon), a sus excéntricos (Lautréamont, Blanchot) e incluso a sus demonios (Céline, Drieu La Rochelle). Pero por encima de todos ellos, y con permiso de Proust, el escritor que más admiro de la tradición francesa es aquel que llevó a su máxima y más noble expresión el interés por conjugar la verdad y la justicia de un proyecto ético con la belleza de la palabra escrita y la hondura de la vida sentida: Albert Camus.
Habitamos una época convulsa, en la que desde el poder se nos insiste en el sometimiento a directivas que solo enmascaran intereses de grupo, de clase, de casta. En el reino de los fines, la demanda de individuos tibios, negligentes y cómplices es la consigna. Como respuesta a este pervero statu quo, el sujeto contemporáneo busca patrones de conducta de todo tipo, desde el protoanarquismo de Guy Fawkes a la indignación de Stéphane Hessel. Por el camino, una vez más, se corre el riesgo de olvidar que hubo intelectuales, relativamente cercanos en el tiempo, que dibujaron negro sobre blanco guías de comportamiento tanto en el orden moral, de la ciudadanía, como en el orden ético, del individuo. Me asiste la convicción de que Camus fue uno de los más fecundos autores a la hora de promover una actitud crítica y adulta ante el mundo y la realidad. Toda su obra, se trate de la ficción, el teatro o el ensayo, admite ser contemplada como un ejemplo magnífico de la célebre definición que Foucault aplicó a la filosofía de Deleuze: la evidencia de que su pensamiento, pero también su actitud práctica, significaban una inmejorable introducción a un modo de vida no fascista.
Dentro de un rosario de obras capitales, al lado de joyas como La caída, La peste o Los justos,un texto sobresale en mi ánimo: El hombre rebelde. En este libro, uno de los más bellos escritos a lo largo del siglo pasado, y que Losada publicó en español en Argentina, en 1953, Camus cifró el arco completo de la rebelión individual y colectiva a través de la Historia. El escritor argelino no dejó ninguna experiencia humana fuera de su pesquisa: desde la filosófica a la política, pasando por la literaria. Camus contempló en su obra el despliegue maravilloso y maravillado del hombre que dice no, pero que al hacerlo expresa, acaso paradójicamente, la aspiración a un orden en el que su singularidad (el hecho de que su vida sea irreductible a nada que no sea ella misma), aunque también su humanidad (el hecho de que su aventura ha sido, es y será compartida por millones de semejantes), encuentran acomodo, sentido y razón.
Una frase de ese libro cobra relevancia en estos tiempos: “El porvenir es la única clase de propiedad que los amos conceden de buen grado a los esclavos”. Hasta Camus resulta hoy optimista en este análisis que se quería irónico. Así, cuando incluso el porvenir está en trance de ser solo una figura retórica, la luz de El hombre rebelde puede iluminar la rebeldía del hombre. La literatura, que ha devenido en otra forma más de mercancía, no debe olvidar que, entre sus propósitos, está también la aspiración, tan legítima como trascendente, a la emancipación del ser humano a través de la conciencia, la belleza y el lenguaje. Camus sigue siendo un hito ineludible en este tránsito a una efectiva mayoría de edad, tanto de la inteligencia como del corazón.
Ricardo Menéndez Salmón
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