En la carnicería del tío de Albert Camus en Argelia, 1920. Sentado en el centro, vestido de negro, el escritor a los siete años. / FOTO: RUE DES ARCHIVES/PVDE ("el país")
“Estas páginas torpes” de Albert Camus
'El revés y el derecho', primer libro del escritor, es una visita anónima a los manantiales de los que procede la metáfora mayor de su literatura: su madre omnipresente, la pobreza, la luz de la infancia… La ternura y el desvalimiento, la sinrazón y la violencia, la perplejidad y el crimen, que recorren la obra del Nobel, están ya presentes en esa obra publicada en Argelia en 1937
JUAN CRUZ 3 NOV 2012
Hacía un año que había ganado el Premio Nobel, que obtuvo en 1957, y Albert Camus sintió la pulsión de volver a visitar la casa literaria de su adolescencia, su primer libro. Era El revés y el derecho. Lo escribió entre 1935 y 1936, trataba sobre el mundo que lo rodeaba en Argelia cuando era niño y había circulado entre muy pocos lectores en 1937, cuando se publicó. Veinte años más tarde, aquel joven escritor que alguna vez soñó con ese instante se hallaba en lo más alto de la fama literaria, había escrito algunas obras que lo habían convertido en uno de los escritores más importantes del siglo XX y decidió que podía rescatar “estas páginas torpes” que ya vivían tan solo en las manos de algunos privilegiados.
Debió ser muy conmovedor ese reencuentro de Albert Camus con lo que aquel muchacho de veinticuatro años había dado a la estampa porque el autor, que en ese momento disfrutaba de los salones literarios que deploraba pero que formaban parte del éxito que alcanzó, sintió que lo más importante de su vida había sucedido entonces. “Brice Parain había dicho con frecuencia que en este libro está lo mejor que he escrito”. “Quiere decir, y está en lo cierto”, subrayaba Camus, “que hay más amor verdadero en estas páginas torpes que en todas las que vinieron después”. Y después vinieron La peste y El extranjero, por citar, tan solo, dos de sus obras culminantes, en las que conviven (como en estas páginas) la ternura y el desvalimiento, la sinrazón y la violencia, la perplejidad y el crimen.
Pero El revés y el derecho era muy especial, mucho más, acaso, que todo lo que vino después. Por eso, creía el propio Camus, había sido guardado como un espejo en el que no se quería mirar mientras progresaba su incursión por los caminos de la risa y el olvido que constituía la vida literaria de la que en ese momento, a pesar del éxito, o quizá por su culpa, abominaba. La vida le había devuelto risa y desconsuelo, la carcajada en los saraos; había conocido la envidia, la había practicado a veces, se había tratado de alejar de ella; y había conocido la diatriba y el odio, la compasión pero también el desprecio, y todas esas desventuras de los sentimientos lo habían alejado del “primer hombre”, por decirlo con el título de un libro que dejó inédito cuando el coche en el que viajaba de copiloto (junto a su editor, Gallimard) se estrelló contra un árbol.
Poco antes de ese accidente, Camus había dicho que su obra “aún no ha empezado”. Dos años antes, “de pelo ya ralo y seco, cubierto de bálago”, el artista “está maduro para el silencio, o para los salones, que es como decir lo mismo”, así que se enfrenta, como si viviera el epílogo de una autocrítica, a la vieja edición de su primera obra y afirma: “En cuanto a mí, sé que mi manantial está en El revés y el derecho, en ese mundo de pobreza y de luz en el que viví tanto tiempo y cuyo recuerdo me ampara aún en los dos peligros contrarios que amenazan a todo artista, el resentimiento y el contento”.
“La pobreza nunca me pareció una desgracia: la luz derramaba sobre ella sus riquezas. Iluminó incluso mis rebeldías”, afirmaba Camus
La obra es una visita anónima (está escrita en tercera persona, los personajes a los que se refiere son obviamente seres cercanos, entre ellos, su madre omnipresente, poderosa imagen en la que se mira toda la vida) a los “manantiales” de los que procede la metáfora mayor de su literatura, la perplejidad ante el mal y ante la injusticia y el olvido; pero el prólogo es un resumen maduro de esas contingencias de las que abomina y de las que él asegura que se vacunó en sus primeros años. En primer lugar, dice, “la pobreza nunca me pareció una desgracia: la luz derramaba sobre ella sus riquezas. Iluminó incluso mis rebeldías”.
En su libro Camus. A contracorriente (Galaxia Gutenberg), Jean Daniel, que fue su amigo, considera inexcusable para entender a Camus ese regreso a la infancia como motor de su gira a veces atormentada por el mundo en el que ya no tenía el amparo de la madre. “¿Es posible llegar a curarse de la propia infancia? La suya, bañada de sol y sueños, fue también una infancia de pobreza y enfermedad”. En su biografía, citada por Daniel, Herbert R. Lottman hace esta descripción de la casa que es la residencia literaria de El revés y el derecho y en la que Camus vivió en sus años de colegial: “El domicilio se halla en la primera y la última planta de un edificio del barrio obrero de Belcourt. Entre esas plantas hay otros dos pisos, y los retretes de los pasillos sirven para las tres viviendas. No hay baños (…). Tampoco electricidad ni agua corriente. (…) Al anochecer, su madre vuelve agotada del trabajo y se deja caer en un asiento con la mirada clavada en el suelo”.
Esa es la madre de El revés y el derecho; en cierto modo, es todas las mujeres de esa obra, y es también todas las mujeres que sufren dolor en la obra de Camus. Pero ese sufrimiento (el de su madre, el suyo, el de su clase) es el punto de referencia para expresar la convicción de un gozo: si no hubiera existido ese pasado, que en él siempre está presente, las tentaciones de la envidia y del resentimiento, tan frecuentes en el mundo que ahora es su mundo, el mundo del arte, lo hubieran envuelto en fango. La vida entonces, sin embargo, se portó sabiamente: “La miseria me impidió creer que todo es bueno bajo el sol y en la historia; el sol me enseñó que la historia no lo es todo”.
Pero el sol le enseñó algo más, que es cumbre en la reflexión que le provoca la relectura de ese libro que entonces, 1958, estaba devolviéndolo a él a la juventud: “En cualquier caso”, explica, “aquel calor hermoso que imperó en mi infancia me vedó cualquier resentimiento”. La pobreza, la carencia en general, no era carencia en realidad, pues proporcionaba dones que otros mejor situados no tendrían nunca, quizá. “Vivía con apuros, pero también en algo así como el deleite. Sentía en mí fuerzas infinitas: solo hacía falta encontrar un punto en donde aplicarlas”.
El revés y el derecho le da pretexto a Camus, y nos da pretexto a los que hemos aprendido de él, a sentir que la desgracia es un azar a cuya puerta se toca inevitablemente alguna vez, para explicar por qué “nunca” fue picado por el más terrible insecto, “me estoy refiriendo a la envidia, auténtico cáncer de las sociedades y de las doctrinas”. No quiere ser arrogante, aunque entre sus virtudes la modestia se quedó tan solo en el origen, así que concede que “el mérito de esta afortunada inmunidad” se lo debe, “ante todo, a mi gente, que carecía de casi todo y no envidiaba casi nada”.
Sobre la obra de Albert Camus hay mucho sol, y de hecho esa circunstancia ha sido materia de mucho estudio camusiano; el sol procede de esta obra, y el resplandor tiene su residencia mejor calibrada en ese prólogo, que ahora se lee como una declaración de principios. Pero el origen de la salud que desprende es lejano, físico y, para él, inolvidable: “Viví, hace mucho, durante ocho días colmado con los bienes de este mundo; dormíamos al raso en una playa, me alimentaba con fruta y me pasaba la mitad del día en unas aguas desiertas…”. El sol y el aire son gratis en África. Cuando fue a Estocolmo, a recoger el Nobel (discurso que completa la edición de este librito, con el que viajo siempre, por eso he querido titular El revés y el derecho los artículos de esta serie que comienza hoy), Camus evocó esos tiempos como la esencia de su escritura: el latido de la madre, el sol que habitó sobre su infancia, “las dos o tres imágenes sencillas a las que se le abrió el corazón una vez primera”.
El revés y el derecho. Discurso de Suecia. Albert Camus. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Miguel Salabert Criado. Alianza Editorial. Madrid, 2010. 144 páginas. 8 euros.
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