Laura Freixas
Qué fue de las escritoras
Quince años después del “triunfo de lo femenino”, las autoras siguen relegadas
LAURA FREIXAS 6 JUL 2013
De los “12 novelistas con grandes perspectivas” que anunciaba hace poco en portada un influyente suplemento literario (El Cultural, 17-5-13), cinco eran mujeres: 42%. En cambio, el más alto premio literario en lengua castellana, el Cervantes, se ha concedido solo a tres autoras, un 8% del total. ¿Cómo explicar esta disparidad? Muy fácil, pensarán ustedes. En el pasado no había escritoras, o apenas, por eso no figuran en el canon presente (la nómina del Cervantes, los libros de texto de la ESO, las colecciones de clásicos). Ahora, en cambio, sí las hay: lo que nos muestra El Cultural es una generación igualitaria, e igualitario, por tanto, será el canon del futuro… Es una explicación simple y reconfortante, con la ventaja añadida de que no exige acción alguna: basta esperar, pues “es cuestión de tiempo”… Solo tiene un pequeño inconveniente: no es verdad.
Quienes empezamos a tener ya unos cuantos años recordamos que hace unos 15 apareció en escena una generación que se anunció no ya como igualitaria, sino como la del triunfo femenino. Echemos un vistazo a las hemerotecas. “Novelistas de biberón: Espido Freire, cabeza de una generación de narradoras veinteañeras” (Época, 1-11-99), “Los libros más vendidos de 1999 tienen firma femenina” (Qué leer, junio de 1999), “El boom de las mujeres” (Leer, junio de 2000) ¿Qué se hizo de sus protagonistas?
Veamos la nómina de los principales premios desde entonces hasta ahora (1999-2012). Entre los privados, los dos de más tradición, el Nadal y el Planeta, arrojan una proporción de ganadoras bastante alta: 28% y 43%, respectivamente. Pero ¿y los públicos? En los mismos años, el Cervantes lo ha obtenido solamente Ana María Matute, frente a 13 varones (7%). Me dirán ustedes que es un premio que ganan autores muy mayores, pertenecientes a una generación que no era precisamente igualitaria. Cierto: todos nacieron antes de 1940.
Pero fijémonos un poco más. El Cervantes es el último peldaño de la escalera de reconocimiento institucional, que suele empezar a subirse por el principio: el Premio Nacional de Poesía, Ensayo o Narrativa. Y en estos, ¿qué cifras nos encontramos? En los últimos 14 años, el de Poesía lo han recibido cinco mujeres (36%). El de Ensayo, dos (14%). El del Narrativa, ninguna: desde que Carme Riera lo obtuvo en 1995, todos los premiados vienen siendo hombres. Aquí no sirve el argumento de la generación: muchos nacieron en los años sesenta, o los setenta. Hay incluso quien ha ganado el Premio Nacional de Narrativa con una primera novela. No lo tienen o tuvieron, en cambio, narradoras de la talla de Esther Tusquets, Cristina Peri Rossi, Soledad Puértolas, Nuria Amat, Almudena Grandes, Rosa Montero, Belén Gopegui, Marta Sanz, o las catalanas (recordemos que el premio abarca todas las lenguas españolas) Mercè Rodoreda, Maria Barbal o Imma Monsó.
¿Es que no hay escritoras dignas de reconocimiento? ¿O es más bien que quienes otorgan ese reconocimiento las excluyen? Que en el ámbito comercial reine una mayor igualdad es de poco consuelo: es lo institucional lo que pasa a la historia; nuestras nietas y nietos en la escuela no estudiarán los premios Planeta, sino los premios Cervantes.
Hace poco, el blog Ayuda al Estudiante de EL PAÍS difundía un estudio de la Universidad de Valencia con una conclusión desoladora: de todos los nombres de científicos, artistas, escritores… que mencionan los manuales de la ESO, solo el 7,5% son femeninos, con el agravante de que cuanto más contemporánea es la época tratada, menos mujeres aparecen (http://blogs.elpais.com/ayuda-al-estudiante/2013/05/escritoras-silenciadas-en-clase-de-litaratura.html). Al presentar como natural (ni siquiera se comenta) ese extraño panorama de una historia, una ciencia, un arte, una literatura,… de hombres solos, los libros de texto nos enseñan a seguir invisibilizando a las mujeres: la profecía se autocumple.
Y todo esto, ¿por qué? Es esta una pregunta cuya respuesta más obvia —quien tiene el poder, individual o colectivamente, es reacio a compartirlo— resulta indemostrable. Me contentaré pues con preguntar no por el motivo, sino por el modo: cómo el establishment excluye a las escritoras; en qué consiste eso que se ha dado en llamar “la discriminación difusa”. Es un proceso que empieza por el principio: no las leen. Un estudio de los diarios de escritores españoles masculinos actuales nos muestra que leen mucho (en el diario comentan sus lecturas), pero solo a varones (Clarín, enero-febrero de 2012). Continúa en los suplementos literarios, en los que se reseñan, como media, 85 libros de escritores varones por 15 de escritoras (extranjeras de preferencia).
El favoritismo se manifiesta también en los espaldarazos de todo tipo que entidades privadas o públicas dan a los literatos. Por ejemplo, en el periodo 2006-2012, la Biblioteca Nacional invitó a hablar en el ciclo La biblioteca de… a 32 hombres y 6 mujeres (16%); la Fundación Caballero Bonald lleva 10 años dando un premio de ensayo, siempre a hombres; la Mapfre por su parte concede otro, el González Ruano, a un artículo periodístico, y de las 36 veces que lo ha otorgado hasta ahora, 35 han recaído, oh sorpresa, en un varón…
Así, la carrera-tipo de los escritores resulta ser aplicable solamente para los de un sexo. ¿Y a los —las— que pertenecen al otro, qué les ocurre? Algunas, pocas, salen adelante; suelen ser las que gozan de excepcionales apoyos: clase, dinero, protección de un hombre importante; y, aun así, ocupan un segundo plano respecto a sus compañeros: a cada escalón que se asciende, aumenta el porcentaje de hombres y disminuye el de mujeres.
Otras buscan en los platós televisivos el dinero y la fama que ámbitos de mayor prestigio les regatean; escriben libros de sexo y autoayuda, que son los que las editoriales les encargan (a ellas, no a ellos); y conscientes de que los medios las aprecian más por su belleza que por su talento, recurren a la cirugía estética. Otras por fin, ante la discriminación difusa, reaccionan con un malestar difuso: no entienden lo que pasa, pero se van desanimando. Escriben menos, ahogan su ambición, se vuelven marginales… lo que facilita y justifica a posteriori esa exclusión que se ejerció desde el principio.
Hace 20 años que vengo analizando este fenómeno, y puedo decir que, por desgracia, hay altibajos, pero no un avance sostenido. He visto, en cambio, lo bastante como para entender que ni es cierto que en el pasado no hubiera mujeres, ni lo es que en el futuro las recogerá el canon. Ahora sé que en literatura, como en otros campos, la (apariencia de) igualdad no es propia de la nueva generación, la que hoy es joven, sino de la juventud: es un viejo espejismo que a cada generación se renueva, para disiparse al cabo de unos años y volver a empezar. ¿Y qué podemos hacer para evitarlo? Para mí, la respuesta está clara: reflexión teórica y acción colectiva. Es decir, feminismo.
Laura Freixas es escritora y presidenta de la Asociación Clásicas y Modernas para la igualdad de género en la cultura.
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