Gsús Bonilla
CIUDADES
GRISES
Son las diez por mi reloj
y los humanos plastificados
avanzan por el gangrenoso
asfalto de la ciudad,
la húmeda mañana se torna
estrangulada si añado
las lágrimas de ella.
Las ciudades grises
suelen buscar huecos en las bocas
perdidas, para aspirar el
aire limpio que asea sus calles.
Las ciudades grises te roban
el alma, para que extraños
como ella piensen que son
acogedoras.
Ella, sentada en el banco
frío de piedra, espera recuerdos;
enciende un cigarro, y el
humo de la primera calada enlaza
imágenes absurdas que
creía olvidadas.
El foxterrier blanco que
le acompaña hace sus necesidades
sobre la acera. Ella
intuye que sobre la acera, necesariamente,
hay alguna imagen suya de
antaño también.
Sin esfuerzo se levanta
de su helado sentayo, abre la bolsa
negra adosada a la correa
del can y se inclina con cuidado,
recoge el excremento,
y lo introduce en la
bolsa con delicadeza.
Ella sabe que las
fotografías que le regala la memoria en
mañanas mojadas como esta,
las imágenes, aunque
asquerosas, hay que
guardarlas con mimo.
Las ciudades grises no se
cansan de masturbar los pensamientos
de los extraños con
dudas, que se sientan en bancos gélidos
a fumarse los
sentimientos de culpa, mientras sus perros, día
a día viven ajenos a las mierdas que sus amos disfrutan.
a día viven ajenos a las mierdas que sus amos disfrutan.
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