Una pareja india va a pasar su primera noche juntos, pero ninguno de los dos está feliz. /ZIGOR ALDAMA
("El País")
Infancias robadas
Esta es la historia de niñas a las que arrebataron su infancia para convertirlas en esposas.
Una práctica ilegal que se lleva a cabo en lugares como el subcontinente indio.
Allí se concentran la mayoría de los matrimonios infantiles del mundo.
ZIGOR ALDAMA 24 MAR 2013
Sansita Devi corre a por el pequeño espejo de mano. Tras un frugal desayuno llega el momento del día que más disfruta. Se sienta en un taburete, frente a la vivienda de adobe que ocupa su familia, y espera a que llegue su madre. La mujer, con una sonrisa condescendiente, se acuclilla y prepara el polvo rojo del tika que le pondrá en la frente. Es solo un punto entre ceja y ceja y una línea vertical al comienzo de la raya del pelo, pero Devi se siente mucho más guapa. “Y más mayor”. Lo que desconoce esta niña nepalesa de siete años es que el ritual matinal que tanto adora es, en realidad, la certificación de que está casada.
Claro que no puede recordar la ceremonia que sus padres organizaron cuando tenía solo tres años. “Sé que no es correcto casar a los hijos tan pequeños, pero no tenemos alternativa. Cuanto más mayores son ellas, más dote tenemos que pagar, así que lo mejor es hacerlo cuanto antes”, explica el padre, Ram Iqbal Malik, un joven de 25 años perteneciente a la casta intocable dom. Él tampoco recuerda cuándo lo casaron, pero es evidente que sus progenitores no perdieron el tiempo: su hija mayor, Anita, tiene ya 10 años.
Malik concertó los matrimonios de Sansita y de Anita el mismo día. “Había ido a la boda de unos vecinos y, después de haber bebido bastante, empecé a hablar con un hombre que tenía dos hijos varones. La diferencia de edad con mis chicas no es muy importante, y me pareció que la familia tiene una buena calidad de vida, así que decidimos casar a las dos parejas en la misma ceremonia para ahorrar”.
Eso sí, antes de sellar las uniones, Malik puso como condición que las niñas permanezcan en el hogar paterno hasta que alcancen la adolescencia. “Porque recuerdo lo difícil que fue para mi mujer dar a luz la primera vez –tenía 12 años– y porque una ONG local nos informó de los peligros que corrían las niñas si se marchaban ya a casa de sus maridos”. Los resume Bimal Kumar Phnuyal, director de Action Aid Nepal, ONG hermanada con la española Ayuda en Acción: “En primer lugar, abandonan su educación para dedicarse, generalmente, a las labores de la casa o del campo; en el hogar de la familia política están expuestas a todo tipo de violencia doméstica, incluido el abuso sexual; su vida, incluso, corre peligro por la elevada tasa de embarazos prematuros que se dan en estos casos”.
La marca del ‘tika’ en la frente certifica que Sansita está casada. Hoy tiene siete años. Contrajo matrimonio a los tres
Según la legislación que regula el matrimonio en Nepal, aprobada en 1971, la unión de menores de 18 años es ilegal. Y cualquier funcionario del Registro Civil que inscriba a una pareja sin seguir esta normativa puede ser encarcelado durante un máximo de seis meses y condenado a pagar una multa de hasta 5.000 rupias (unos 45 euros). Pero basta con un vistazo al embarrado poblado de la familia de Malik, situado en el distrito oriental de Bara, para confirmar que la ley es aquí papel mojado. Casi todos los niños menores de 12 años han dejado atrás la soltería.
“La mayoría de las familias evitan registrar los matrimonios en un primer momento, son tratos y ceremonias que no tienen carácter legal. Como se llevan a cabo en lugares privados, con la connivencia de una sociedad que no ve nada malo en esta tradición, es muy difícil combatirlos”, reconoce Sailendra Gachhedar, subinspector de policía del vecino distrito de Lahan. “Cuando van al registro para conseguir el certificado ya no hay nada que hacer, porque generalmente la mujer ya ha dado a luz”. Y la ley estipula que un matrimonio infantil solo se puede declarar nulo si la pareja no tiene hijos.
Según las últimas estadísticas oficiales, correspondientes a 2010, el 26,1% de las nepalesas de entre 15 y 19 años están casadas. En las zonas rurales, ese porcentaje aumenta 10 puntos, y la edad media a la que contraen matrimonio se queda en 16,2 años. Unicef cifra en un 30% el porcentaje de mujeres casadas antes de los 19 que, para cuando alcanzan esa edad, ya tiene tres o cuatro hijos. Sin embargo, entre 1990 y 2000 solo se presentaron 59 denuncias contra casamientos de menores. “Ha habido, incluso, casos en los que nuestros agentes han recibido palizas al intentar evitar una ceremonia, así que ahora nos limitamos a tratar de convencer a los padres para que no dejen marchar a sus hijas hasta que hayan cumplido una edad razonable”.
Los de Rina Kumari Sada creen que 13 años es suficiente. Por eso, hoy van a casarla con un chico de 16 al que ella no ha visto nunca. Su rostro evidencia que le es ajena la alegre efervescencia que se ha apoderado del pueblo, atareado en pintar corazones en las paredes de su casa, instalar en la plaza un potente equipo de sonido para el baile y cocinar para los dos centenares de invitados bajo un improvisado cobertizo de plástico. Sin duda, no es un día feliz para ella. Mantiene la vista clavada en el suelo mientras una anciana le tatúa con henna las manos. Y cuando habla lo hace con un hilillo de voz quebrada. “Estoy triste. Y tengo miedo”. Su madre intenta consolarla, pero Kumari es incapaz de contener unas silenciosas lágrimas. “Tienes que ser fuerte, todas hemos pasado por este mal trago”, dice a su hija.
“Hemos tenido que casarla porque ya se está haciendo mayor. Tengo miedo de que se enamore de alguien que le quite la virginidad. Casarla después sería mucho más difícil y costoso”. Por lo visto, Kumari ha mantenido un contacto “excesivo” con un chico de casta más alta, y la madre teme que la use con fines sexuales y que luego la abandone. “Ha pasado muchas veces, y sería una condena para ella”. Los padres acordaron casarla para protegerla. “No tenemos mucho dinero, así que hemos dado unos muebles y corremos con el gasto de la boda”: 125.000 rupias (1.100 euros) que han pedido prestadas a un interés del 60%.
“No quiero abandonar a mi familia”, se resiste, en vano, Kumari. Sin duda, ese es el momento más aterrador para las niñas. Lo sabe bien Sureina Malik, que está sufriendo esa pesadilla a pocos kilómetros de distancia. Hace un año que la casaron con Rishi Kapur y, ahora, con 16, le ha llegado el momento de mudarse a la casa de su familia política. Curiosamente, ella es un año mayor que él. “Es un fenómeno en auge entre algunos grupos sociales de clase media que no tienen problema con la dote, porque muchas familias buscan una chica que pueda hacer labores en casa o trabajar el campo, y para eso es mejor una adolescente que una niña”, comenta Karen Andersen, responsable del área de protección de la infancia de Unicef en Nepal.
No obstante, a Sureina Malik lo que menos le preocupa ahora es tener que cocinar y limpiar. Lo que teme, tanto que es incapaz de articular palabra e, incluso, le tiemblan las manos y los labios, es que caiga el sol y tenga que encerrarse con Kapur en el dormitorio que los padres de él ya han preparado para una noche de bodas en condiciones. Los amigos del adolescente hacen bromas obscenas e imitan los movimientos del coito para animarle, pero Kapur tampoco está satisfecho con el vuelco que va a dar su vida. “He tenido que abandonar los estudios y ahora me tocará trabajar. No quería casarme y no quiero tener hijos, pero es lo que tengo que hacer”, se lamenta cuando sus padres no están presentes.
“Entiendo que este es un momento duro, pero no se puede ir contra la tradición”, justifica Mahindra, el padre de Kapur. “Tengo tres hijos y dos hijas, y todos están casados ya. Kapur tendría que sentirse afortunado porque le hemos permitido estudiar hasta secundaria, mientras que a sus hermanas las enviamos a la casa de sus maridos cuando tenían 8 y 10 años”. De momento, el padre no quiere que Malik y Kapur tengan descendencia, así que esta tarde hablará con su hijo para darle una clase acelerada de sexo y una caja de preservativos. Ella lo desconoce todo sobre el coito.
Sin duda, a pesar de que la mayoría de los padres comparte la creencia de que “el amor surge con el tiempo”, muchos de estos matrimonios fracasan. Algunos, incluso, acaban en tragedia. Es el caso de Umita Devi, una joven nepalesa de casta alta a la que sus padres casaron con 14 años, y que murió en enero de 2012 apaleada por sus suegros cerca de la ciudad de Janakpur. “El marido era cinco años mayor que ella y se fue a Chitwan –al norte del país– a trabajar”, recuerda el hermano de Umita, Dilip Kumar Patel. “Cuando regresó lo hizo de la mano de una chica baharí de la que se había enamorado y con la que se quería casar. Dijo que se suicidaría si se lo impedían”.
Pero la familia de Devi trató de evitar esa unión y buscó el asesoramiento de asociaciones de mujeres. “Parecía que el chico había entrado en razón y que estaba dispuesto a dejar a la baharí. Hasta que un día nos llamaron diciendo que Devi había sufrido heridas graves”. Patel fue con sus padres a recoger a su hermana con la intención de trasladarla a un hospital, pero cuando llegaron ya estaba muerta. “La golpearon con una vara tantas veces que le habían desgarrado la piel, y tenía la cara ensangrentada porque le habían arrancado la joyería que dimos como dote”. Según la autopsia, un golpe le rompió el cuello y la mató. La madre cree que se la quitaron de encima para evitar que el hijo cumpliese su amenaza de quitarse la vida. “Nunca debimos casarla”, se arrepiente ahora.
Estos casos son tan habituales, que un 4% de las mujeres nepalesas se resigna a aceptar la poligamia para no ser repudiadas. Para tratar de evitar ese extremo, los padres de los niños a los que van a casar suelen acudir a santones que deciden si una pareja es compatible o no. Por una jugosa suma de dinero, estos hombres practican llamativos rituales en los que mezclan superstición y religión. “Tenemos en cuenta el zodiaco y la astrología, seguimos unas escrituras antiguas y, luego, nos fijamos en rasgos externos, como el color de la piel y la edad”, dice Ram Padart Dube, un matchmaker indio muy cotizado en el este de Nepal.
En realidad, lo que tratan de hacer los santones que guardan algo de honestidad, reconoce Dube, es introducir un atisbo de sentido común en las uniones. “Las castas más bajas se empeñan en casar a sus hijas cada vez más jóvenes para ahorrar en la dote, pero solemos pedirles que esperen por lo menos a los 12 años y que no se deshagan de ellas hasta los 15 o 16, cuando ya están sexualmente más desarrolladas. Entre las castas medias y altas, sin embargo, nos llegan muchos casos extremos en los que la diferencia de edad entre los novios es excesiva. Intentamos que no se produzcan esas uniones, pero hay familias que están tan desesperadas por casar a sus hijos que ni siquiera escuchan nuestra opinión”.
La de Savitri Devi fue una de ellas. Esta joven de India, un país que concentra el 40% de todos los matrimonios infantiles que se dan en el mundo, sobraba en una familia de campesinos que no puede alimentar a siete bocas. Los padres decidieron quitársela de encima cuando tenía 13 años y hacer negocio: al contrario de lo habitual en el subcontinente indio, querían que fuese el hombre quien pagase dote por ella.
Sanjay Prasad Kalwar, un hombre de 30 años, aceptó después de verla en casa de sus padres. “Mi anterior mujer me abandonó, pero no nos hemos divorciado oficialmente porque ni siquiera sé dónde está. Sabía que me costaría encontrar a quien aceptase la situación y no tuviese reparo a convivir con mi hijo”, explica él. “Cuando vino a casa no tenía ni idea de quién era, ni de qué pretendía”, recuerda ella. “Solo me dijeron que vistiera poca ropa y que lo saludara”. Un mes después tuvo que ir a vivir con él.
Ahora, tres años después, Devi está convencida de que sus padres “hicieron lo que debían”. Y se muestra razonablemente satisfecha. Incluso juega con Kalwar y le coge de la mano para posar en las fotografías de este reportaje. “Me respeta y no me fuerza a hacer nada que no quiera”. Sin embargo, él reconoce que quiere tener dos o tres hijos, y que los quiere pronto. Ella baja la cabeza y sonríe avergonzada. “Haremos lo que él diga”.
“Aunque los matrimonios infantiles afectan tanto a niñas como a niños, independientemente de su casta, es evidente que ellas sufren mucho más. Son una propiedad como otra cualquiera, mientras que a ellos se los considera los salvadores de la familia”, afirma Doreen Reddy, directora del Programa de Mujeres de la Fundación Vicente Ferrer (FVF), que trabaja por la igualdad de género en la localidad india de Anantapur. Esta concepción está tan arraigada en la sociedad, que, hasta abril del año pasado, nadie había conseguido anular un matrimonio en India por haberse celebrado antes de la edad legal.
Laxmi Sargara, de 18 años, ha abierto la veda, pero no parece que vaya a formarse cola en los juzgados. “La situación está mejorando, sobre todo en las ciudades, y la edad media a la que se contrae matrimonio en India crece. Pero todavía estamos al principio de un camino muy largo”, afirma Reddy. De hecho, en ocho Estados del país de Gandhi siguen casando a más de la mitad de las mujeres antes de alcanzar la mayoría de edad. “Ellas están destinadas a abandonar sus familias para vivir con las de sus maridos, razón por la que ni siquiera se les da bien de comer. Su educación tampoco es una prioridad, porque una mujer bien formada tiene que pagar más dote para casarse con un hombre de su nivel, y, además, los padres temen que se rebelen contra las tradiciones si van a la escuela”, apunta la especialista de la FVF.
Por si fuera poco, la violación, la brutal tortura y el asesinato de Jyoti Singh el pasado mes de diciembre en Delhi no solo ha provocado la ira de un país harto de la violencia contra las mujeres, sino que también ha causado un inesperado efecto secundario: el aumento de los matrimonios de niñas pequeñas. “Los padres tienen miedo de que las violen, y creen, erróneamente, que casándolas las protegen”, aclara Shuba Chacko, directora de la ONG local Aneka.
Sanjay tiene 30 años; su esposa, savitri, 16. Él quiere dos o tres hijos pronto. “haremos lo que él diga”, afirma ella
Algunos políticos indios mantienen la misma opinión. Incluso, hay parlamentarios que han expresado su intención de rebajar hasta los 16 años la edad mínima para contraer matrimonio. “Sería una regresión muy importante y una muestra más del patriarcalismo de esta sociedad”, prosigue Shuba Chacko. “En realidad, lo que temen los hombres es que las niñas pierdan la virginidad, cuyo valor exacerba nuestra sociedad, y que luego no puedan casarse. Y lo único que consiguen es perpetuar un código social que convierte a la mujer en una esclava e impide un desarrollo más rápido y equitativo del país”.
Jyothi Ani no quiere ser esclava de nadie. A sus 14 años ansía continuar con sus estudios, y se ha opuesto con fuerza al matrimonio que sus padres habían concertado con un familiar lejano 24 años mayor que ella. “Mi tío enviudó y quería una mujer para cuidar de sus dos hijos. Ofreció dinero para casarse conmigo, y me prometieron a él”. En mayo del año pasado, una trabajadora de la FVF se enteró del caso e intercedió por Ani. Le explicó a la madre los problemas que podrían derivar de la unión en el futuro. Ante la resistencia de los padres, amenazó con acciones legales. Finalmente, los padres accedieron.
Pero la respuesta de quien iba a ser su marido fue tan violenta que tuvieron que internar a Ani en un colegio lejos de él. “Mis padres han aceptado que no me case hasta los 18 y que continúe estudiando. Cuando llegue el momento dejaré que ellos elijan por mí –el 80% de los matrimonios en India son concertados–, pero espero que mi marido tenga estudios y un buen trabajo”. A unos pasos, su padre asiente en silencio.
Dos mil kilómetros hacia el noreste, en la vecina Bangladesh, Sheuly Akter es la viva imagen de lo que ha evitado Jyothi. La casaron a los 13 años con un primo que trabaja en una mina de oro. Desde el principio le ha obligado a mantener relaciones sexuales dolorosas, y tanto él como los suegros la maltratan. “Me dicen que no sirvo para nada, que preferirían haber casado a su hijo con una perra”. No puede ir a clase. Tiene que cuidar de la casa. “Envidio a los niños que van con uniforme por la calle”, reconoce cuando nadie la vigila. “Muchas veces solo pienso en suicidarme”, reconoce la adolescente mientras prepara leña para encender el fuego. No hay estadísticas al respecto, pero muchas lo hacen.
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