Natalia Menéndez
En otoño, los anocheceres
son un abrazo imprevisto que sin querer me arropa,
una caricia helada sobre mi espalda triste.
Desde la ventana busco el brillo amargo
que muestra Rigel,
sólo así vislumbrará mi cordura
una estación que nace entre mis dedos.
Quiero recordar el eco de los vientos
que habrán de susurrarme que las ramas se desnudan.
Dame cobijo -igual que mi sexo te acoge en penumbra-
antes de que la seronda sea sólo despojos de un muerto.
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