Luis García Montero
Los profesores de literatura
El mundo del libro está en crisis. Al calor del 23 de abril se dan cifran, se discute sobre los horizontes que abre la tecnología, se denuncian las repercusiones de las descargas ilegales y se ofrecen datos sobre los problemas que soportan editores, autores y libreros. También se publican listas de éxitos y se valora la festividad de San Jordi como una competición de ventas. Es sintomático que casi nunca se hable de los profesores de literatura.
La crisis golpea la industria editorial como ocurre hoy con cualquier industria. La incertidumbre económica y la política de recortes han hundido el consumo. Las inversiones públicas encargadas de mantener las bibliotecas y los centros de investigación disminuyeron tanto que ni siquiera resulta posible mantener las suscripciones de las revistas históricas. El panorama invita a la desolación. Las dificultades económicas, además, están acelerando la confusión entre la calidad literaria y los éxitos de ventas. Las obras comerciales llegan a tratarse en la prensa y en el mundo editorial con el respeto que antes se guardaba para el valor artístico e intelectual. En una realidad tan agobiada, el libro que se vende es un acontecimiento.
Pero no creo que todos los problemas se deban a la coyuntura de la crisis económica. Me parece que hay razones de más calado. La degradación cultural española, las invitaciones a un entretenimiento zafio y a un populismo capaz de enorgullecerse de su ignorancia, están dañando un tejido lector ya de por sí débil. La lectura como ejercicio cultural en las horas de ocio pide una relación especial con el tiempo, con las ideas de éxito o fracaso, con la realización personal y con el significado de la dignidad humana que empieza a escasear en los paradigmas sociales.
Escribo estas ideas tristes y enseguida tengo la sensación de estar convirtiéndome en un viejo cascarrabias, en alguien incapaz de entender un mundo joven. Tal vez se trate de un cambio de ciclo cultural, de una evolución positiva hacia un horizonte ante el que me siento desorientado. Es muy posible, pero en cualquier caso intuyo que en ese cambio de ciclo el lugar del libro está lleno de heridas. Y aclaro que mis palabras nada tienen que ver con la denuncia de la juventud, porque la mayoría de las decisiones que nos conducen por caminos que me inquietan las ha tomado gente mayor o muy mayor. El motivo último de preguntarnos si está bien lo que hacemos es la certeza de las dificultades laborales y humanas que sufre la juventud por culpa nuestra.
Los planes de estudio suponen la decisión más evidente sobre el futuro. ¿Qué lugar ocupa la literatura en los colegios y los institutos? Si pensamos en la crisis del libro, no está de más recordar –en medio de las celebraciones del 23 de abril y de las campañas oficiales de animación a la lectura- la pérdida radical de espacio que la literatura ha sufrido en ese horario escolar que luego contagia cualquier minuto y se extiende por todos los rincones de la vida. Ninguna campaña ocasional marcada por un día festivo en el calendario puede compensar la situación precaria de la literatura en los planes de estudio.
En el discurso pronunciado con motivo de la ceremonia del Premio Cervantes, José Manuel Caballero Bonald recordó al profesor del colegio de los Marianistas de Jerez que le dio en cuarto o quinto curso de bachillerato un florilegio con las aventuras más llamativas del Quijote. No supuso para él – según dijo- una lección prematura, sino una conmoción insospechada. Hablar aquí de emociones es muy pertinente porque el mundo de la lectura, según Caballero Bonald, implica la posibilidad de “reconocernos en los otros”. Leer facilita el aprendizaje de la sensibilidad y la imaginación moral que nos permite reconocer al otro (un protagonista literario, por ejemplo) como persona. Nuestra vida interior más decente surge al entender por dentro la humanidad de los demás, el dolor de los demás, sus ilusiones. La imaginación moral es también imprescindible a la hora de buscar alternativas.
Guardo pocas certezas sobre el futuro. Una de ellas es que la debilidad de la literatura en los planes de estudio simboliza los aspectos más negativos del mundo que se nos prepara. La aspiración de formar personas ha sido desplazada por el adiestramiento en una información seca al servicio de los mercados y de la servidumbre. En medio de esta inercia, los profesores de literatura son unos verdaderos resistentes cuando procuran contagiar el amor por los libros y por la imaginación. Su vocación les lleva a no dar la batalla por perdida. A ellos les pertenece el 23 de abril tanto como a los escritores, los editores, los bibliotecarios y los libreros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario