Rafael Antúnez Arce
Mi habitación podría ser cualquiera; mientras, la rama me avisa, y me vuelvo y no la veo. Estoy ciego, por eso busco la raíz de lo invisible en la carnalidad aparente. Algo me llama, las gaviotas con sus agónicos chillidos, una huella de mis labios colgando de sus alas. Casi las había atrapado, el sueño era hermoso, y una muchacha rubia sonreía, con sus manos transparentes como mi voz, empotrada en un muro transparente también, pugnando por salir.
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