Ricardo III reta a la corona británica 529 años después de muerto
El hallazgo de una ruptura en la línea masculina de sucesión plantea "interesantes conjeturas" sobre la legitimidad de la línea sucesoria, hasta la propia Isabel II
PABLO GUIMÓN Londres 5 DIC 2014
Ricardo III, retratado en el imaginario colectivo como un odioso déspota por William Shakespeare, no parece dispuesto a dar tregua a su país ni siquiera 529 años después de muerto. Un estudio publicado en la revista Nature Communications esta semana confirma “al 99,999%” que los huesos encontrados hace dos años, enterrados bajo el aparcamiento de un edificio municipal de Leicester, son los del último rey inglés muerto en combate. Se cierra así la investigación forense más antigua de Reino Unido. Pero el cierre lleva una pequeña bomba de regalo: el hallazgo de una ruptura en la línea masculina de sucesión que, según el profesor de Historia de la Universidad de Leicester Kevin Schurer, codirector de la investigación, “plantea interesantes conjeturas sobre la legitimidad de la sucesión” hasta la propia Isabel II.
Ricardo III ascendió al trono en 1483, tras la muerte de su hermano Eduardo VI. En solo dos años de reinado, puso patas arriba a su país. En la versión de Shakespeare, llegó a matar a sus sobrinos para poder reinar, aunque la historia solo certifica que desaparecieron. Mató a diestro y siniestro para conservar el poder, hasta que una rebelión lo tumbó a los 32 años en la batalla de Bosworth en 1485. Su muerte, luchando sin casco y a pie –“¡Mi reino por un caballo!”, clama el personaje de Shakespeare-, marcó el fin de la dinastía Plantagenet y el principio de los Tudor, con quienes la actual reina tiene lazos de sangre.
Desde que en 2012 se encontró un conjunto de huesos bajo un aparcamiento en el centro de Leicester, en lo que en su día fue la iglesia de Greyfriars, donde cuentan las crónicas que se enterró sin mucha pompa al último rey de York, un equipo internacional liderado por la Universidad local ha estado realizando exámenes genéticos para tratar de confirmar la presunción inicial de que se trataba de los restos del monarca.
Ricardo III murió sin descendencia que le sobreviviera, por lo que la investigación genealógica tuvo que ir hacia atrás en el tiempo antes de descender a sus parientes vivos. Muestras de ADN de sus huesos se cotejaron con las de donantes vivos, familiares del actual duque de Beaufort, descendiente de los Plantagenet y de los Tudor.
Cuando investigaron la línea paterna descubrieron algo inesperado: el ADN no se correspondía con el de sus parientes vivos
La investigación de los genes mitocondriales, heredados por vía materna, demostró de manera concluyente que se trataba de Ricardo III. Pero cuando investigaron la línea paterna (cromosomas Y) descubrieron algo inesperado: el ADN no se correspondía con el de sus parientes vivos. Lo cual revelaba que en algún punto de la historia una relación adúltera había roto la cadena de sucesión. Es decir, alguien fue hijo ilegítimo sin saberlo.
Resulta casi imposible determinar en cuál de los 19 eslabones de la cadena de sucesión investigada se produjo el adulterio. Pero si el hijo ilegítimo fuera Juan de Gante (vástago de Eduardo III) o su hijo Enrique IV, eso podría afectar de rebote a los derechos sucesorios de los Windsor, parientes de los Tudor. Además de que podría haber tenido, de haberse conocido en su tiempo, importantes consecuencias en el destino de Inglaterra: sin su reivindicación dinástica, a Enrique VII le habría costado reclutar un ejército para derrotar al propio Ricardo III en la batalla de Bosworth.
“Si Juan de Gante no fuera realmente hijo de Eduardo III, Enrique IV no habría tenido derecho a reclamar el trono, y tampoco Enrique V, Enrique VI, ni, indirectamente, los Tudor”, explicaba Kevin Schürer, profesor de la universidad de Leicester. “Pero estadísticamente es más probable que la ruptura se produjera en la parte más baja de la cadena”. En cualquier caso, tratar de comprobar dónde se produjo la ruptura requeriría exhumar algún que otro cadáver, lo cual no parece probable que vaya a suceder.
Resulta casi imposible determinar en cuál de los 19 eslabones de la cadena de sucesión investigada se produjo el adulterio
La investigación ha arrojado otras conclusiones no menos inesperadas. Que el rey no era jorobado, como lo retrató Shakespeare, sino que padecía escoliosis es algo que se vio fácilmente al reconstruir la columna en tres dimensiones con las vértebras halladas. De hecho, no parece que fuera “tan tullido y desfigurado” que hasta los perros le ladraban, como decía el bardo de Avon, sino más bien apuesto. Los nueve rotos en el cráneo indican, por otro lado, que no convenía perder el casco en plena batalla medieval, como le debió de suceder a él. Y los análisis genéticos parecen indicar, al contrario de lo que se creía, que el rey era rubio y de ojos azules (o tenía predisposición en sus genes para ello). Así que tal vez Al Pacino, que documentó su obsesión por meterse en el personaje shakespeariano en Looking for Richard (1996), no era realmente el actor más apropiado. Al menos, genéticamente.
Lo que sí parece claro es que sus restos descansarán para siempre en la catedral de Leicester, después de que el Tribunal Supremo británico desestimase, el pasado mes de mayo, las pretensiones de unos supuestos descendientes, agrupados en la llamada Alianza Plantegenet, de que sus restos fueran trasladados a York, donde vivió más tiempo. Se cerraba así la penúltima batalla de Ricardo III.
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