El bicho de Kafka cumple un siglo
Se celebra el centenario de la edición de ‘La metamorfosis’
Nuevas versiones llegan estos días a las librerías
El 22 de noviembre de 1912 Max Brod, el amigo íntimo que desobedeció la orden de Franz Kafka de quemar todos sus escritos cuando hubiera muerto, le escribió a Felice Bauer, la entonces novia del escritor. Intentó explicarle que el autor pasaba una mala época y que sus padres no eran conscientes de que para un ser excepcional como él “son necesarias condiciones igualmente excepcionales con objeto de que su delicada espiritualidad no se marchite”.
Ese ser excepcional, frágil, tremendamente nervioso, y básica y fundamentalmente obsesionado con la escritura, redactó entre el 17 de noviembre y el 7 de diciembre de 1912 una de las obras maestras de la literatura de todos los tiempos. Se publicó unos años después, en 1915, así que toca celebrar un siglo de vida de aquella singular historia que se inicia cuando el viajante de comercio Gregor Samsa, “tras despertar de un sueño intranquilo”, descubrió que se había transformado en “un monstruoso bicho”. La editorial Nórdica ha aprovechado la ocasión para estrenar una nueva traducción, de Isabel Hernández, en un volumen que ha ilustrado Antonio Santos, con prólogo de Juan José Millás y que ha optado por titular La metamorfosis. Navona se ha decantado en cambio por La transformación, y de llevar la narración del alemán al español se ha ocupado Xandru Fernández.
Kafka (1883-1924) había conocido a Felice en agosto de 1912 y en septiembre le escribió la primera carta. El 1 de noviembre ya le dejaba perfectamente claro cuál era su mayor obsesión: “Mi vida, en el fondo, consiste y ha consistido siempre en intentos de escribir, en su mayoría fracasados. Pero el no escribir me hacía estar por los suelos, para ser barrido”. Por entonces estaba trabajando en una novela, que Brod publicaría con el título de América. Pero se había atascado. Como a Felice le daba cumplida cuenta de todo lo que le ocurría, el 17 de ese mismo mes le anunció que se le había ocurrido un cuento que lo llevaba asediando desde “lo más hondo” de sí mismo.
Lo sorprendente de esta singular historia es la naturalidad con la que Gregor se toma su transformación. Las cosas han cambiado, parece que no lo entienden cuando se dirige a sus padres y a su hermana, va a llegar tarde al trabajo, no sabe muy bien todavía cómo va a bajar de la cama para ponerse en marcha, tiene un molesto dolor en el costado y cuando lo toca con una de sus patas siente escalofríos. Pero, en fin, Gregor es consciente de que algo tendrá que hacer, y se aplica a ello.
“También al héroe de mi cuento le han ido hoy las cosas excesivamente mal”, le contó Kafka a Felice en una carta del 23 de noviembre de aquel año. Le acababa de advertir que el cuento le daría “un miedo espeluznante”. El 24 insiste: “Mi amor, pero qué extremadamente repulsiva es la historia que acabo de apartar a un lado para recuperarme pensando en ti. Ha avanzado ya hasta un poco más de la mitad, y en conjunto no estoy descontento de ella, pero en cuanto a nauseabunda, lo es de un modo ilimitado, y cosas como esas, te das cuenta, provienen del mismo corazón en el que tú habitas y toleras como morada”.
Un asunto nauseabundo que produce un miedo espeluznante. Kafka seguramente tenía razón cuando hablaba así de su pieza, pero lo paradójico del asunto, como ocurre con casi todo en su obra, es que el relato está también atravesado por un sutil humor y que habrá algunos a los que, más que miedo, lo que les inspira el viajante de comercio convertido en escarabajo es una tremenda ternura, simpatía, complicidad incluso. ¿De qué habla, en realidad, este cuento?
El responsable de la edición de las obras completas de Kafka en español, Jordi Llovet, ha escrito que hay algo esencial en su arte narrativo: “El sentido literal de un relato no es más que un armazón que sugiere, sino fuerza, una actividad interpretativa; y esa actividad no es sólo laberíntica, sino interminable”. Tiene razón, al mismo tiempo que se va leyendo la narración, van surgiendo hipótesis muy diferentes sobre el sentido de lo que cuenta. Hay, pues, muchas interpretaciones posibles. Y todas, además, perfectamente discutibles. Nabokov se enfadaba con aquellos que decían que el bicho era “muy apropiado para caracterizar el sentimiento de inutilidad frente al padre”: “Me interesan las chinches, no las chinchorrerías; así que rechazo esta clase de disparates”.
Eso sí, Kafka velaba constantemente por todos los detalles. Cuando el relato iba a publicarse en 1915, y supo que llevaría alguna ilustración, escribió de inmediato a los editores: “Resulta que se me ha ocurrido, dado de que Starke será realmente el ilustrador, que quizá esté en su deseo querer dibujar el mismísimo insecto. ¡Esto no, por favor! El insecto mismo no debe ser dibujado. Ni tan solo debe ser mostrado desde lejos...”. Conviene decir que en las ilustraciones de Antonio Santos del nuevo libro de Nórdica, el bicho no aparece por ninguna parte.
¿‘La transformación’ o ‘La metamorfosis’?
Franz Kafka tituló su narración Die Werwandlung, cuya traducción literal es La transformación. Era un tipo extremadamente meticuloso, obsesivo incluso, con la utilización de las palabras, le interesaba su precisión y que dijeran exactamente lo que dicen. Así que no utilizó el término Metamorphose, que también existe en alemán y que acota el significado más general de “transformación” al referirlo específicamente al cambio que se produce cuando los seres humanos se convierten en animales, plantas, manantiales, etcétera.
“Yo traduje el libro de cuentos cuyo primer título es La transformación, y nunca supe por qué a todos les dio por ponerle La metamorfosis”, explicó Jorge Luis Borges en una entrevista publicada en EL PAÍS el 20 de julio de 1983. “Es un disparate. Yo no sé a quién se le ocurrió traducir así esa palabra del más sencillo alemán. Cuando trabajé con la obra, el editor insistió en dejarla así porque ya se había hecho famosa y se la vinculaba a Kafka”.
En el tercer volumen de las obras completas de Kafka que ha publicado Galaxia Gutenberg, se explica en las notas que el título procede seguramente de una precoz traducción (anónima) que se hizo de la narración en 1925 en Revista de Occidente. Fue ahí donde se tituló La metamorfosis. Sigue todavía teniendo fortuna.
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