TRES NOVELAS SIN PUDOR A LA VERDAD
Heroína, muerte, SIDA y ajustes familiares, literatura de alto riesgo en primera persona
Escribir a bocajarro, como kamikazes que menosprecian las consecuencias personales de lo revelado. Hacerlo sin pudor, sin miedo al ridículo ni a las represalias. Entrar en el desencuentro, la muerte y la familia. Y hacerlo natural. La autobiografía no es una noticia, es un seísmo que viene y va, con más o menos intensidad, cuando la necesidad de experiencia puede a la de metáfora. “Un testamento vital”, dice Xulia Alonso (A Rúa, Galicia, 1961) de su novela Futuro imperfecto, traducida al castellano ahora por la colección Mar Maior de Galaxia.
Xulia no encontró en las metáforas la complicidad como para contar cómo se vive a la carrera entre los veinte y los treinta años, montando castillos en el aire y “buscando las fórmulas para trasladarlos del sueño a la realidad”.Futuro imperfecto es, probablemente, uno de los libros de testimonio con más crueldad y menos eufemismos del último año. Su historia debía quedar escrita y publicada, accesible para conocer uno de los peores capítulos de la historia democrática de este país: la droga y el SIDA.
“Cuando el SIDA desaparece de la primera línea de información, todo lo que pasó entonces quedó borrado. El miedo y el rechazo fue de tal violencia, que es necesario que se sepa”. ¿Hasta dónde? “Hay una diferencia entre la discreción y la clandestinidad. Ésta se impone, la primera se elige. Lo más duro durante todo este tiempo ha sido la clandestinidad. Hacerlo público ha sido una liberación. No corro ningún riesgo, lo más doloroso ya lo viví y nunca la hubiera publicado sin el consentimiento de mis padres. No soy una heroína, soy honesta. La honestidad es algo con lo que no estamos acostumbrados a vivir en lo público”.
La verdad por encima de la ficción
En gallego se publicó en 2013 y desde entonces no ha dejado de visitar los colegios públicos, porque hay profesores que recomiendan la lectura. Se lee en institutos y saborea la experiencia de compartirla con chavales de cuarto de la ESO a segundo de Bachiller. Dice que leen con interés porque “perciben que es cierto”. “La verdad está por encima de la ficción. La experiencia interesa más que la novela”, sentencia con tranquilidad.
El límite de este libro, al que no podemos llamar novela, es la elegancia. El relato recorre la muerte de su ser más querido, el nacimiento de su hija, el conflicto con sus padres, capítulos en los que se describe el síndrome de abstinencia, sin sensacionalismo. Con prudencia, sin sordidez, ni drama, ni sentimentalismo. “Esa parte en la que hablo cuando estoy de mono la escribí del tirón y apenas la he retocado. No lo podía escribir de otra manera”, explica a este periódico.
Xulia Alonso y su pareja Nicolás Herrero, en 1981. (Mar Maior)
Tampoco pensó en hacerlo de otra manera que no fuera en primera persona. Prefiere no calificarlo como crónica de una frustración, sino como un libro de reconciliación con Santiago de Compostela, la cárcel de expectativas y su pasado. “Me comprometí con mi intimidad. No me siento orgullosa, pero no me avergüenzo. El pudor me hubiera impedido recordar ciertos episodios”.
La verdad no es verdadera
También a Carlos Pardo (Madrid, 1975). El viaje a pie de Johann Sebastian (Periférica) está escrito sin límites que cercenen la intimidad más heladora de una familia –la suya- que se encuentra incapacitada para cumplir con aspiraciones más elevadas que las de barrio de clase media. “No he querido hacer una crónica familiar, sino contar esos momentos de fuga en los que una familia quiere destruirse. No me he puesto límites de pudor. He escrito la historia como si todos los personajes hubiéramos muerto. Si no, el libro no sería verdadero”, cuenta el poeta y novelista.
Pardo ha tumbado a su propia familia sobre el laboratorio del hundimiento de las expectativas del país. Resultado: el fracaso ha sido un éxito. “Si un libro no pone en juego tu vida, en un sentido amplio, la tuya y la de quien lo lee, no merece la pena intentar escribirlo”, explica para aclarar sus intenciones kamikazes. Entonces, el papel de los escritores en sus novelas autobiográficas es esencial para legitimar la verosimilitud del producto. Más allá de la historia.
El poeta y novelista, Carlos Pardo. (Periférica)
“Creo que el éxito de la autobiografía respecto a la novela, o mejor dicho el que grandes novelistas (J. M. Coetzee, Doris Lessing, V. S. Naipaul) pasen de la ficción verosímil de la novela a la veracidad de la autobiografía, tiene que ver con que ésta cumple con las expectativas de cercanía con las que comenzó el género de la novela”, contesta el autor. Y añade que en nuestras sociedades abiertas, donde cada uno vive su vida como si fuera única, el género autobiográfico es el que puede “recomponer el pacto comunitario”.
Abajo las ficciones
“Dejemos las ficciones para las campañas políticas y las estrategias de los lobbies (y los medios de comunicación). Como dicen los sociólogos, cuando falla la comunidad, empieza la identidad”, y es así como contando la vida de uno se inventa la del otro y se establece la comunidad.
Insistiendo en la idea de pacto comunitario: “Escribir las miserias de uno como si no fueran miserias (porque no creo que lo sean) es una manera quizá un poco exagerada de querer hacer amigos, de sentirte menos solo y de que otros, los que te leen y ven esas miserias suyas que no son miserias, también se sientan acompañados”. Incluso irrumpiendo con el pasado al contar las incidencias del viaje a pie del joven compositor Johann Sebastian Bach. “Quien va pie va dispuesto a perder el tiempo y a perderse él mismo. Y ahí es donde empieza cualquier novela”.
A pesar del relato crudo de sus hermanos y de que puedan sentirlo como alta traición por revelación de secretos familiares, Carlos “jura” que ha vivido la escritura del libro como “un acto de amor”. Es más, asegura que el libro es “una declaración de amor de la realidad sin necesidad de escribirla”. “Escribimos para arreglar una vida: es la parte ficcional que tiene cualquier vida. Vivir es un ejercicio de ficción”.
No al exhibicionismo
Margarita García Robayo (Cartagena de Indias, 1980) también eligió a la familia como prueba del hundimiento, porque “formar una familia es apostar por el género, sentirse capaz de tener éxito en aquello que tantos han fracasado”, hasta que sucede lo que suele suceder, que “ese entusiasmo degenera en esfuerzo y finalmente en resignación”. Lo que no aprendí (Malpaso) es una memoria familiar (sangrante) neutralizada por el relato de la infancia, capaz de “naturalizar hasta lo más siniestro y de reconstruirnos todos los días”. La narradora, Caty, está a un paso de la madurez, de dejar que la frustración lo embargue todo; cuando madura, su relato se agria y envenena con sus recuerdos.
La autora Margarita García Robayo. (Alejandro Guyot)
García Robayo no cree que escribir en primera persona tenga ninguna ventaja, pero sí que el novelista está involucrado en su novela “hasta la médula”. Sin embargo, esa implicación no la facilita el formato, es decir, “no es eso que llamamos autobiografía o autoficción el único formato que lo representa”. ¿En su reconstrucción ha tendido a mejorarse o a lastimarse? “Nunca me lo pregunté, pero ahora que lo pienso me parece que he tendido siempre a lastimarme en la ficción”.
Asegura que al contar la intimidad de la familia tampoco, como Carlos Pardo y Xulia Alonso, ha puesto límites. Sólo la fuerza de la historia señala las fronteras. “No me gusta contar por contar, eso es exhibicionismo. No me gusta el exhibicionismo”. Desde dentro, sin escaparate.
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