EN EL ANIVERSARIO DEL CIERRE DEL CAMPO
Moshe Haelion, un superviviente de Auschwitz: “El mundo no debe olvidar”
Para Moshe Haelion, este martes 27 de enero es una fecha singular, porque el mundo recuerda a las víctimas del Holocausto perpetrado por los nazis. Sin embargo, para él, el recuerdo es constante… no sólo en los aniversarios. Moshe, que dentro de muy poco cumplirá 90 años, tenía sólo 16 cuando la guerra llegó a su Salónica natal, con la entrada de las tropas de Hitler en Grecia. Durante un tiempo, y pese a todo lo que habían oído sobre lo que sucedía en el resto de Europa, los judíos locales trataron de convencerse de que en Grecia sería diferente... Hasta que la realidad los golpeó.
En Auschwitz, donde Moshe llegó cuando acababa de cumplir 18 años, pasó un total de 21 meses. Allí murieron su madre, su hermana, abuelos y tíos.Él mismo nunca creyó que saldría con vida de aquel lugar. En realidad, cada minuto sentía que iba a morir. Ahora, en su apartamento de la ciudad de Bat Yam, al sur de Tel Aviv, relata su historia. Con voz tranquila, sin ánimo de venganza, cuenta todo aquello en un hermoso ladino, el judeo-español que continúa cultivando y que era, de hecho, su idioma natal.
PREGUNTA: ¿Cómo explicar a quien no lo vivió qué era Auschwitz?
RESPUESTA: Auschwitz era un infierno. Es lo que nosotros mismos sufrimos allí, los prisioneros, y por lo que pasaron nuestras familias… aunque sólo vivieron unas horas después de llegar al campo. Era un lugar en el que uno nunca sabía si al minuto siguiente estaría vivo. Un lugar en el que los niños estaban condenados a morir, al igual que sus madres. Sólo quienes podían trabajar, podían sobrevivir un tiempo. Al resto les esperaba la muerte.
P.: Usted perdió allí a toda su familia, salvo su padre, que falleció en Salónica, ¿verdad?
R.: Así es, todos murieron en Auschwitz... Recuerdo eso y recuerdo mi vida en Salónica. La celebración de la ceremonia de Bar Mitzva, al cumplir los 13 años, como todo judío, en una sinagoga que aún existe, la única que quedó en pie en la ciudad, del medio centenar que teníamos.
P.: ¿Recuerda la entrada en Grecia de los alemanes?
R.: Sí. Durante un año y tres meses no hicieron nada contra los judíos. Aunque, claro, tuvimos que ponernos la estrella amarilla para distinguirnos. Una de las primeras medidas fue prohibirnos ir a la escuela. Destruyeron el cementerio judío. Y después todo empezó a empeorar todavía más.
P.: ¿Cuándo comprendió lo que estaba pasando?
R.: Recuerdo que el primer mes en Auschwitz, después de que me hubieran separado nada más llegar de toda mi familia, no entendía el idioma y no sabía qué pasaba. Al principio pensé que era un campamento de trabajo con muy malas condiciones. Pero un campamento de trabajo, no otra cosa. Los que llegaban a Birkenau sabían enseguida lo que sucedía y, cuando veían el humo en las chimeneas de los crematorios, decían: “Nuestras familias están saliendo por allí”. Pero en Auschwitz, al principio, no se sabía; estábamos a unos kilómetros de distancia de Birkenau, de los (hornos) crematorios y estábamos encerrados en los bloques.
P.: En determinado momento, sin embargo, ya sabía no sólo que su probable destino era la muerte, sino que se estaba asesinando en masa a todos los judíos de Europa.
R.: Claro. Veíamos que venían vagones día y noche, todo el tiempo, de todos lados… Judíos de Polonia, de Hungría, de todos sitios.
P.: ¿Qué era lo peor en Auschwitz?
R.: Es difícil decirlo. A veces el hambre. Otras, muchas veces, el no saber si al minuto siguiente uno iba a estar vivo. Uno no sabía si era mejor morir y descansar o vivir esperando algo bueno, que nunca pasaba.
P.: ¿Alguna vez quiso vengarse?
R.: No. Y no sé cómo explicarlo. Nunca me lo han preguntado. Pero ahora que usted me lo plantea se me ocurre que la explicación está en que el pueblo judío aprecia mucho la vida humana. Hemos sufrido tanto que creo que no nos ocupamos de la venganza.
Imagen del antiguo campo de concentración nazi de Auschwitz, en Oswiecim (Reuters).
P.: Ahora se celebran los 70 años de la liberación de Auschwitz, pero, para usted, aquel 27 de enero no terminó la guerra…
R.: Claro que no. Evacuaron todos los campos de Polonia y nos trasladaron durante dos días a pie por la nieve, en la marcha de la muerte. Al que no podía caminar, lo mataban. Después de Auschwitz estuve en otros tres campos. Del último salí el 5 de mayo de 1945, cuando nos liberaron los norteamericanos.
Cada uno iba a retornar a su país pero, cuando estábamos en el camino de Austria a Grecia, por Italia, nos encontramos con soldados de la Brigada Judía y decidimos ir con ellos a la tierra de Israel, que era aún la Palestina del Mandato Británico. Llegamos aquí en junio de 1946.
P.: ¿Comenzó a vivir de nuevo?
R.: Exactamente. Me casé en febrero de 1947. A mi mujer, que era de Rumanía, la conocí en Italia. Falleció hace cinco años. Tuvimos una hija y un varón, y ellos tuvieron seis hijos. Y tengo cuatro bisnietos.
A nosotros nos parece que el haber podido crear una familia, tener hijos, nietos y bisnietos, es nuestra victoria sobre quienes quisieron exterminar a todo el pueblo judío. Hace dos años estuve en Auschwitz, con mi hija y mi nieta, que estaba embarazada. Es decir, estábamos allí cuatro generaciones, en el lugar en el que intentaron matarme. Esa es mi victoria.
P.: ¿Por qué ahora, 70 años después, es importante seguir contando lo que sucedió?
R.: Para que no se olvide. Los judíos recordamos lo que pasó hace 3.000 años, y queremos que esto se recuerde por los siglos de los siglos. Si no lo contamos hoy, no se sabrá. Por eso yo hablo a menudo en escuelas, en unidades del Ejército. Y cuando vienen (visitantes) de Sudamérica, de España y Portugal, me invitan a contarlo. También hablé con el Papa Francisco cuando estuvo de visita en Israel. Le agradecí, en ladino, el honor que hace a las víctimas al estrechar las manos de los supervivientes. Los judíos nos vamos a acordar siempre, pero el mundo entero tiene que saber lo que pasó.
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