La desobediencia civil contra una norma injusta es un objetivo correcto e incluso necesario desde el punto de vista ético.
Henry Thoureau
Hace unos ciento treinta años, una temprana mañana del 14 de junio de 1884, con la postrera brisa que reciben los que se van rumbo hacia el gran tránsito, fueron ejecutados a garrote vil en Jerez de la Frontera siete braceros de la comarca, acusados de haber cometido graves crímenes en nombre de una sociedad secreta anarquista cuyo nombre era La Mano Negra. Una severa campaña de intimidación, terror y represión hacia un colectivo de descamisados y analfabetos que sólo eran espectadores mudos ante la condena de su propia miseria, acabaría ajusticiando a estos sin muchas contemplaciones, después de un juicio plagado de inquietantes pruebas prefabricadas y descaradas manipulaciones.
El gobierno monárquico aprovecharía una serie de asesinatos alimentados por el hambre solemne de unos jornaleros habituados a una explotación inmisericorde por parte de una aristocracia de terratenientes, donde una existencia infame era el único horizonte demoledor e ineludible. El fatal destino condenaba en aquel tiempo a una vivencia infrahumana a una ingente mayoría de la clase trabajadora en Andalucía y Extremadura. Este escarmiento a los desheredados de la tierra lo que buscaba era, esencialmente, desarticular el pujante movimiento obrero andaluz.
La revuelta del hambre
En aquel tiempo, Andalucía se debatía por alcanzar los mínimos estadios de su desarrollo, en tanto que su estructura socio-económica estaba constreñida a una demarcación exclusivamente agraria. Mientras, las dos revoluciones industriales del siglo XIX pasaban de largo como en la película de Berlanga, Bienvenido Mr. Marshall. En aquel desierto de pobreza no se veía ninguna venturosa nube en lontananza.
En la década de 1882 a 1892, una serie de conflictos sociales, tales como los sucesos de La Mano Negra, la masacre de Riotinto de 1888 y el asalto de los campesinos a Jerez, no sólo conmocionarían a la opinión pública por la oleada de represión y solidaridad que levantaron, si no que reforzarían el asentamiento y consolidación de los movimientos sindicales obreros con más arraigo, como sería el caso de la CNT y la UGT. Mientras el anarquismo catalán ambicionaba una confederación del trabajo (lo que ocurriría en la segunda década del siglo XX), el anarquismo andaluz se sumerge en el modelo de sociedades secretas entre juramentados que se dedican al atentado personal y al secuestro de terratenientes.
La multitud reclamaba pan y trabajo a las puertas de los ayuntamientos mientras la represión iba in crescendo. Los asaltos a las tahonas se hacían habituales y los jornaleros enfurecidos armaron algunos alborotos que la burguesía agraria local y la prensa conservadora se encargarían de amplificar con hechos manipulados convenientemente. Se habían cargado las tintas hasta un punto de no retorno. A la ya implantada presencia de efectivos militares que desde hacia un año venían patrullando la zona de Cádiz, se habían sumado un centenar de guardias civiles que se estaban empleando a fondo con detenciones selectivas unas veces, discrecionales otras.
La vida exige más comprensión que conocimiento; lamentablemente a aquel gobierno le faltaban ambos. La situación se les estaba yendo de las manos y en vez de admitir su incompetencia para solucionarlo por las buenas y dar una justa respuesta a las carencias de aquellos desarrapados, decidieron quebrar al movimiento campesino con severos y desproporcionados correctivos. Nada nuevo bajo el sol.
La "época dorada" del anarquismo
La primera revolución de izquierdas en España sería La Gloriosa de 1868, que alumbraría una Constitución, la de 1869, que llegaría a albergar en sí misma toda una Ínsula Barataria de elevados propósitos. Esta revolución crearía expectativas entre los colectivos de trabajadores, pero la reacción conservadora en España despeñaría los sueños de un gran segmento de la población que pensaba que la Utopía se podía obtener a precio de saldo. Sólo los grupos anarquistas sobrevivirían en la clandestinidad dado su perfil de geometría variable y por la reducida composición de sus células que los hacía poco vulnerables a la acción policial. El final del sueño republicano tras la entrada de Pavía en el Congreso provocaría una persecución feroz por parte del nuevo régimen “restaurador” que dirigió todo su empeño destructor hacia los grupúsculos anarquistas que a la postre se radicalizarían. La única salida a la que se impelía a estos colectivos ácratas era pues, la acción directa, que se tornaría en una forma de terrorismo reactivo ante la falta de canales de expresión adecuados. Angiolillo, un anarquista italiano acabaría con la vida de Cánovas, que era la cabeza visible de aquel régimen represor. Comenzaba así la “época dorada“ del anarquismo.
Algunos crímenes de naturaleza pasional, y otros que tenían carácter de hurtos o robos, fueron el pretexto para una salvaje represión sobre la clase obrera local. Centenares de arrestados fueron encarcelados en Cádiz, Jerez y Sevilla sin garantías procesales dignas de tal nombre. Había que dar un escarmiento ejemplar a aquellos incipientes y balbuceantes movimientos sindicales y se le imputaron a una ubicua sociedad secreta, La Mano Negra, aquellos actos delictivos que no tenían más trasunto político que la filiación de algunos de los detenidos al sindicato anarquista.
Destacadas personalidades de la época acusaron a la Guardia Civil de un montaje policial. Al parecer todas las pruebas que acabarían con los “conjurados” sentados en aquel artilugio inventado por la Inquisición se centraban en un manuscrito que jamás se presentaría a las autoridades. El “sensacional” descubrimiento hecho por la Guardia Civil de unos estatutos de la sociedad, bajo el elocuente título de Reglamento de la Sociedad de Pobres contra sus ladrones y verdugos, determinaría la condena a muerte inexorable y sin remisión para estos pobres desgraciados.
Siete ejecuciones en el garrote vil
En su alegato de veintiún artículos publicados en el periódico madrileño El Día, a partir del 21 de diciembre del año 1882, titulado genéricamente «El Hambre en Andalucía», el escritor y periodista Leopoldo Alas Clarín hablaba de los contundentes efectos de las palizas y torturas infligidos indiscriminadamente a los campesinos como aviso para navegantes. Más humillantes eran todavía los paseos de las cuerdas de presos por las calles de Jerez, para mayor escarnio de los detenidos y sus familias.
Más de quinientos de aquellos jornaleros fueron deportados a las colonias. Mientras tanto, muchas madres ahogarían a sus hijos en las marismas para evitarles un futuro desolador. Las raíces del odio, a veces son profundas e inescrutables.
Los trágicos sucesos de la llamada Mano Negra acontecidos en las periferias del año 1883, cuya aparición, finalidad, contexto y proyección siguen siendo hoy en día todavía un enigma, empujaron a aquellos hombres a acciones desesperadas. Algunas de las causas que generaron aquel levantamiento siguen siendo muy actuales. Muchas cosas han cambiado desde aquel escenario, aunque algunos actores siguen siendo los mismos.
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