Del islam, como de Santa Bárbara, nos acordamos cuando truena. Y ese es mal momento para comprender. La tragedia de París ha venido a completar una serie de noticias inquietantes. El islam se ha convertido en amenaza. Sin embargo, me parece necesario reflexionar sobre este asunto desde la educación, porque tal como la entiendo es la ciencia del futuro deseable. En este momento, se habla de una guerra del islam contra Occidente, cuando habría que hablar de un enfrentamiento interno dentro del mismo islam. Muchos imanes han rechazado los actos terroristas y la violencia en general. Y muchos musulmanes moderados ven un gran peligro en el “estado islámico”. Como ha denunciado Gilles Kepel, en su libro Fitna. Guerre au coeur de l’islam, hay una guerra interna –fitna– emprendida por los militantes yihadistas para dominar las mentes de sus correligionarios, a fin de instaurar el “estado islámico”.
Los representantes del islamismo más moderado, más espiritual, insisten en que su religión es pacífica y caritativa, por lo que consideran que el islamismo político la pervierte. Sin embargo, no parece que los espirituales estén defendiendo su postura con la suficiente claridad y energía, en parte porque dependen política y económicamente de regímenes que mantienen una postura ambigua con los integrismos. Recordemos que unas creencias pacifistas pueden ser compatibles con unas acciones violentas. La intolerancia ha acompañado frecuentemente a las religiones monoteístas. La mansedumbre cristiana coexistió con las cruzadas. Precisamente porque Europa cometió muchos errores, podemos colaborar para que no se repitan. Para conseguirlo, el mundo islámico en su conjunto –también los moderados y espirituales– necesita –como necesitó el mundo cristiano– tres acciones conectadas entre sí: una defensa decidida de la democracia, el cultivo de un pensamiento crítico y la sumisión a una ética laica universal. Necesita el revulsivo que supuso para Occidente la Ilustración, que no fue un movimiento antirreligioso, sino que sirvió para que la religión se liberara de algunos de sus excesos.
1. Defensa decidida de la democracia
Fátima Mernissi, profesora en la Universidad de Rabat, educada en un harén y en una escuela coránica, afirma que no es la religión, sino el despotismo de sus dirigentes, lo que produjo la “amputación de la modernidad” que ha empobrecido intelectualmente al islam. ¿Por qué el islam teme a la democracia?, se pregunta. “Porque afecta al corazón mismo de lo que constituye la tradición: la posibilidad de adornar la violencia con el manto de lo sagrado”. En el año 2000, el citado Kepel, en su gran libro Jihad. Expansion et déclin de l’islamisme, auguraba una democratización del islamismo, pero en estos años la esperanza no se ha realizado. En el libro de Michel Houellebecq Sumission, cuya aparición ha coincidido con los trágicos sucesos de estos días, se echa más leña al fuego, fabulando una islamización de la República francesa, una invasión suave. En muchos países se ha establecido una peligrosa alianza entre la religión islámica y regímenes no democráticos, que impiden el diálogo. Todo lo que sea favorecer la democracia ayudará a resolver los actuales enfrentamientos. Nunca ha habido guerra entre naciones democráticas.
2. La protección del pensamiento crítico
En sus comienzos, la religión musulmana era teológicamente liberal. Por eso no constituyó una Iglesia institucionalizada. Pero dos acontecimientos cambaron su rumbo: el aplastamiento de los mu’tazilíes, y el final de la iytihad. Los mu’tazilíes defendían una interpretación racional del Corán. Pensaban, como pensó nuestro Averroes siglos más tarde, que “si hay una contradicción entre el resultado de una demostración racional y el sentido aparente del texto sagrado, este debe ser interpretado para que no haya contradicción”. Averroes fue condenado –no sólo por sus correligionarios, sino también por las autoridades católicas–, de la misma manera que en el año 846 lo habían sido los mu’tazilíes. El segundo acontecimiento sucedió a mediados del siglo XIII, cuando los ulemas decidieron que se cerraba “la puerta de la iytihad”, el esfuerzo por la reflexión. A partir de ese momento, los teólogos y filósofos musulmanes debían limitarse a repetir lo ya dicho. Algo muy parecido sucedió en el mundo cristiano, pero ni sus teólogos ni sus filósofos soportaron la prohibición. Eso es lo que reprocho a los musulmanes no islamistas: rechazan con toda razón la violencia, pero no rechazan con la misma contundencia otros aspectos relacionados con su marco conceptual. El ejercicio del pensamiento crítico es la gran defensa contra el fanatismo.
3. El respeto de los derechos humanos
El tercer elemento que facilitaría la convivencia es la sumisión de la moral religiosa a la ética de los derechos humanos. Esto también le costó reconocerlo al cristianismo, pero acabó comprendiendo que esa ética era su gran protección. El derecho a la libertad de conciencia, o a la libertad religiosa, no ha sido nunca un precepto religioso, sino laico. Los derechos humanos son la mejor protección de la religión que ha habido a lo largo de la historia. Los islamistas, por supuesto, no respetan los derechos humanos, pero los musulmanes moderados, espirituales, tienen una concepción de ellos que conviene aclarar. Las naciones islámicas han firmado muchos de los Pactos Internacionales sobre derechos del hombre, pero en 1990 la Conferencia Islámica adoptó la Declaración de El Cairo sobre los derechos del hombre en el islam. Se presentó como una declaración complementaria, pero pertenece a un mundo conceptual distinto a la declaración universal, porque afirma que esos derechos son reconocidos en el marco de la sharia, código jurídico de origen religioso, deben ejercerse según los métodos de la sharia, y su validez depende de Alá.
Debemos utilizar ejemplarmente esos tres antídotos contra la intolerancia religiosa y el fanatismo –la democracia, el pensamiento crítico y la ética de los derechos humanos–, sólo así demostrarán su fortaleza. Y necesitamos fomentarlos en las escuelas. Por supuesto, también en las escuelas con alumnos de otras religiones. Todos los niños y los adolescentes tienen que conocer la transcendencia de esos factores, conocer cuál es su alcance, su fundamentación, aprender de la historia lo que sucede cuando no se respetan, fomentar su ejercicio.
Siendo estos conocimientos tan necesarios,resulta incomprensible que la nueva ley de educación permita elegir entre educación religiosa y educación ética. Y también que las autoridades eclesiásticas no comprendan que la ética laica –que, por supuesto, ha aprovechado una parte importante de las grandes tradiciones religiosas– no es un enemigo a batir, sino una gran protección. Las persecuciones que sufren los cristianos en algunos países –encabezadas por fanáticos religiosos– no se arreglan con más religión, sino con más ética, es decir, con mayor respeto a la dignidad de todos los seres humanos.
Además, teólogos, filósofos, educadores de todas las culturas deberían volver a justificar la posibilidad, la conveniencia, la necesidad de alcanzar consensos estables sobre los derechos humanos, porque, tenemos la clara evidencia de que cuando se transgreden inevitablemente surge el HORROR. Basta con leer el periódico para comprobarlo.
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