ENTREVISTA
“No me preocupa el ridículo, pero sí me seduce mucho el riesgo”
Mario Vargas Llosa asume de nuevo el reto actoral en un teatro. El escritor y premio Nobel protagoniza 'Los cuentos de la peste', un texto suyo basado en el 'Decamerón' de Boccaccio
Mario Vargas Llosa lo ha abandonado todo por el teatro. Ha interrumpido la novela que estaba escribiendo y su agenda se encuentra vacía de compromisos. No es la primera vez que se sube a un escenario teatral, pero ahora da el salto definitivo. Ya no es una lectura o narración dramatizada como en ocasiones anteriores. El escritor peruano estrena el próximo día 28 en el Teatro Español de Madrid Los cuentos de la peste, una obra que él mismo ha escrito basada en el Decamerón, de Giovanni Boccaccio, escrita a raíz de la invasión de la peste negra en Florencia, en marzo de 1348. Dirigida por Joan Ollé y junto a Aitana Sánchez-Gijón, Pedro Casablanc, Marta Poveda y Óscar de la Fuente, Vargas Llosa traslada a la escena unos cuentos que son todo un canto al hedonismo, a los placeres y a la grandeza de la fantasía y la imaginación. A sus 78 años, el premio Nobel de Literatura, que se confiesa aterrado, asume el riesgo que corre y lo hace con una felicidad y unas carcajadas que retumban en el salón de su casa en Madrid.
Los cuentos de la peste, editada por Alfaguara, entra dentro de la programación de toda la obra dramática del autor peruano que se está representando en el Teatro Español de Madrid.
Pregunta. El Decamerón ha figurado entre esos proyectos que le han acompañado desde siempre ¿Por qué se decidió a materializarlo en Los cuentos de la peste?
Respuesta. Me pasa siempre con las cosas que escribo. Muy rara vez me he puesto a escribir inmediatamente cuando tengo una idea de una historia, sea para una novela o para una obra de teatro. Generalmente dejo que pasen la prueba del tiempo. Muchas de esas ideas se desvanecen, se pierden, pero las que vuelven, las que recurren una y otra vez a lo largo de meses o años son las que al final se me van imponiendo y me inducen a escribir. No me acuerdo cuándo fue la primera vez que pensé yo en el Decamerón como una materia prima para una obra de teatro pero sí recuerdo que desde la primera vez que leí el libro la situación inicial de la historia me pareció muy teatral. Una peste que está devastando la ciudad y un grupo de jóvenes que, al no poder huir del lugar porque están cercados, deciden escapar a través de la fantasía y la imaginación y se van a un jardín a contarse cuentos. Me encantó la idea, me pareció muy simbólica de lo que es la literatura, el teatro, la novela. Es una manera de escapar a la realidad que es uno mismo, una manera de ser otro, de vivir otras experiencias, de tener unos destinos extraordinarios fuera de lo común. Pero eso es lo que hacemos normalmente cuando escribimos o leemos novelas. Esa fe en la fantasía y la imaginación.
P. Es un canto al hedonismo, a los placeres, al sexo, también al refugio de la fantasía donde uno se encuentra a salvo. ¿Hoy más que nunca hay necesidad de volar hacia lo imaginario o es algo intrínseco a todas las épocas?
R. Quizás lo más representativo del ser humano es esa necesidad de salir de sí mismo y ser otro. Es decir, de tener no solo la vida real que le tocó sino otras vidas, encarnar otros destinos. Eso hizo que nacieran las primeras historias en las cavernas y eso ha sido la fuente de la ficción a lo largo de toda la historia que se ha manifestado a través de la literatura, de la novela, del cuento y el teatro y ahora otros géneros como la televisión o el cine. Para mí, la ficción es la sombra que ha acompañado todo el destino de la humanidad y creo que si hay un indicio de vitalidad en un individuo, en una sociedad, está en esa voluntad de soñar, de ilusionarse con algo distinto de lo que es y de lo que tiene. Lo maravilloso del teatro es que nos hace vivir eso en directo y no a través de un intermediario como es la lectura.
P. ¿Qué valor le da al teatro dentro de su creación literaria?
R. A mí me apasionó mucho el teatro y siempre digo que si hubiera habido en Lima —cuando yo comencé a escribir en los años cincuenta— un movimiento teatral quizás hubiera sido dramaturgo antes que narrador, pero la vida teatral entonces era muy pequeñita y uno corría el riesgo de no ver nunca una obra suya montada sobre un escenario. Así que creo que eso me fue empujando hacia la narrativa, pero lo primero que escribí en serio cuando era todavía un niño fue una obrita de teatro, La huida del inca. Fue después de ver una obra que me impresionó muchísimo —solo las grandes novelas me habían impresionado tanto—, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, con una compañía argentina que pasó por Lima. Me impresionó tremendamente cómo en un escenario se rompían las convenciones del tiempo y el espacio. Una obra que saltaba del pasado al futuro, del futuro al pasado y que daba una sensación de totalidad. Inmediatamente escribí esa obrita de teatro y además la dirigí yo mismo en el último año de colegio, en Piura. Hay un fenómeno curioso que yo no sabría explicar y es porqué ciertas historias vienen con su género a cuestas. Todas las obras de teatro que he escrito han venido así, con su género a cuestas, haciéndome sentir que eso solo podía ser una historia montada en un escenario y no escrita como un cuento o una novela. No sé por qué, quizás porque esas historias son más visuales o más compactas y caben en el tiempo de una obra de teatro, al contrario de las novelas que desbordan eso largamente o, tal vez, y es una reflexión que me hizo una vez Aitana Sánchez-Gijón, porque mi teatro tiene que ver con la relación entre ficción y realidad, entre la vida vivida y la vida imaginada.
P. Autor y actor. ¿Es una combinación complicada?
R. Para mí inesperada. Nunca lo pensé. Escribir teatro siempre lo tuve presente, pero el hecho de llegar a las tablas ha sido muy impremeditado. Después de La verdad de las mentiras, Odiseo y Penélope y Las mil noches y una noche, este que voy a dar es el salto definitivo. Ya no son solo dos personas, no solo es narración, es mucha actuación. Algo casi suicida.
P. ¿Cuando sube al escenario es fácil calmar al autor de las palabras que está representando?
R. Me olvido del autor. Me olvido salvo cuando Joan Ollé y Aitana quieren cortarme el texto. Entonces vuelvo a ser el autor y defiendo como una fiera mi texto, generalmente con éxito, aunque algunos cortes me han impuesto. Para un autor que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, es una experiencia maravillosa e impagable convertirse de pronto en un personaje de ficción, vivir la ficción como la que vive un actor. Subir a un escenario es tan fascinante como aterrador. Cuando uno actúa en una película, uno tiene siempre la posibilidad de enmendar, de corregir, de rehacer. En el teatro no, es como la vida, lo que ocurre, ocurre y no tiene más remedio. Si te equivocas te equivocas para siempre.
P. ¿Tiene miedo?
R. Estoy aterrado, sobre todo cuando salgo de los ensayos porque cuando estás actuando la tensión te lo impide. Tengo la suerte de trabajar con Ollé y con Aitana que son amigos y que me ayudan mucho. También los otros actores que son muy comprensivos. Me siento bastante arropado, pero aun así el pánico está presente y lo estará cada día más hasta el momento del estreno.
P. A sus 78 años, supone un reto físico e intelectual. ¿Qué hay de necesidad personal?
R. Quizás la respuesta que tengo que dar es más general. Yo no quiero morirme en vida. Siempre me ha entristecido mucho ver a esos seres humanos que se mueren en vida, que pierden las ilusiones, que se resignan a una especie de espera. Los seres humanos a los que yo más he admirado son aquellos que resisten hasta el final y en los que la muerte es como un accidente que los sorprende en plena actividad. Me gustaría morir estando vivo. Muchas de las cosas que hago, que son a veces un poco temerarias como esta, surgen de esa necesidad de seguir viviendo hasta el final, explorándolo todo.
P. Parece que su familia está en contra de esta aventura. ¿Es lo más temerario que ha hecho?
R. Sí. Sobre todo por el terror y el pánico que veo en mi mujer. Ha puesto 10.000 kilómetros de distancia nada menos porque no quiere estar cerca de lo que piensa será el ridículo supremo… [Ríe a carcajadas]. Piensa que voy a perder la dignidad y el honor convirtiéndome en un cómico a una edad en la que yo debería de estar ya reposando. No solo no va a estar en el estreno, sino que va a estar a 10.000 kilómetros porque piensa que la vergüenza que sentirá será menor así. Pero al menos uno de mis hijos me ha anunciado que va a asistir al estreno.
P. Es consciente de que los focos van a estar pendiente de un Premio Nobel en el escenario?
R. Sé que mucha gente va a ir a ver cómo meto la pata [vuelven de nuevo las carcajadas]. Estoy seguro de que irán a ver si me tropiezo, si me equivoco, si me caigo, pero todo eso me da más riesgo a la aventura. Una aventura sin riesgo no es una aventura.
P. ¿Tiene la sensación de que se juega mucho?
R. Lo peor que me juego es el ridículo, pero no es tan grave, no me preocupa. Pero sí me seduce mucho el riesgo que está implícito en eso. Es un desafío, una manera de seguir vivo.
P. Le queda quizás lo más importante: el encuentro con el público. ¿Espera que sea generoso o, al contrario, cree que le juzgarán con mayor dureza?
R. Creo que los críticos serán más severos. El público ha sido siempre muy cariñoso conmigo. No creo que haya una actitud predeterminada de hostilidad, pero tengo gran curiosidad por ver cómo reacciona el público y también la crítica. A ver qué pasa. Nunca llegas a saber si te ha ido bien o no, no hay manera de desdoblarse, uno no tiene la distancia suficiente, ni siquiera cuando termina una novela.
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