Vivir del libro en tiempos de Franco
Un estudio analiza las dificultades y desarrollo de la industria editorial durante la dictadura
Desde que el 1 de abril de 1939 la voz del locutor Fernando Fernández de Córdoba anunció por radio: "La guerra ha terminado", hasta que el presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro dijo el 20 de noviembre de 1975: "Españoles, Franco ha muerto" pasaron los 36 años de la dictadura. Ese es el periodo que estudia con exhaustividad el volumen Historia de la edición en España 1939-1975, publicado por la editorial Marcial Pons y presentado ayer en la Biblioteca Nacional.
El director de la obra, Jesús A. Martínez, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, señala que el régimen franquista, "sin paragón en su época con otros países ni en la historia de España", lógicamente condicionó la labor editorial, pero a la larg cayó en lo que califica de "gran contradicción". Según Martínez, el franquismo consideró el libro "como una industria prioritaria, con editores que prosperaron cobijados por las subvenciones y por las redes clientelares cercanas al poder", sin embargo "al extenderse la publicación de obras, predispuso a una sociedad sensible al cambio, a una sociedad que pensara en un futuro distinto y con sentido crítico". Es decir, fuera del control deseado.
A lo largo de 1.000 páginas y 32 capítulos escritos por 23 expertos, esta obra —continuación de Historia de la edición en España 1836-1936— analiza cómo se difundieron libros, tebeos, periódicos y revistas en aquella España. Junto a Martínez, comentaron este libro y el mundo editorial en tiempos de Franco el secretario de la Federación de Gremios de Editores de España, Antonio María Ávila; Carlos Pascual del Pino, de la editorial Marcial Pons, y el adjunto al director de EL PAÍS y exeditor Juan Cruz.
Martínez, autor de la introducción de la obra y de seis de sus capítulos, afirma que en los primeros años la dictadura ejerció un control muy estricto gracias a la censura de guerra vigente y el adoctrinamiento. "Es una etapa en la que se mutila todo lo que pudiera haber tenido contacto con la República, se barre lo que no fuera adhesión al régimen; la mayoría de los escritores está en el exilio y las editoriales solo podían publicar reediciones". Los presos podían redimir sus pecados políticos "con la lectura y las colaboraciones en revistas".
En cuanto a la censura, Martínez subraya que no se trataba de un sistema organizado, como por ejemplo en la Alemania nazi, "sino más perverso". Los autores "no sabían cómo sortearla ya que los criterios eran heterogéneos y dependían de cada censor". Para poder publicar, los editores tuvieron que acercarse a las personas y organismos que detentaban el poder. "Los que mejor se adaptaron incluso pudieron lanzar obras contestatarias".
Historia de la edición en España 1939-1975 dedica un amplio apartado al ámbito económico: el coste de los libros, la evolución de las artes gráficas, las librerías, los quioscos, la venta puerta a puerta... y el nacimiento de las nuevas editoriales desde finales de los cincuenta: "Como Seix Barral, con un tono más intelectual, y Planeta, con un criterio más comercial". En el ámbito educativo destacarán Anaya y Santillana, "que son las que estarán más preparadas cuando se apruebe la nueva ley de Educación de 1970". Precisamente ese año el número de editoriales alcanza las 927, cuando 30 años antes eran menos de la mitad, 420.
El desarrollismo de los sesenta propició la popularización del libro de bolsillo, "un equipaje cotidiano de las masas", como lo denomina Martínez; el éxito de un formato "manejable, atractivo y de calidad que había triunfado en otros países 20 años antes".
La última etapa estuvo marcada por la Ley de Prensa e Imprenta, de 1966, conocida como Ley Fraga por ser su mentor el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga. "El discurso oficial fue que se terminaba la censura previa de la ley de 1938", pero en realidad "se aprobó para intentar sujetar algo que se les iba de las manos". Por eso, se incluyó "la consulta voluntaria", matiza Martínez. "Esta figura suponía que cualquier editor podía hacer un libro sin pasar por la censura, pero como después podía ser retenido, en la práctica todos pasaban por el control de siempre, para no arriesgarse. Si un libro no obtenía autorización, los gastos que sufría el empresario eran terribles".
Casi 40 años después de la muerte de Franco, Martínez habla de una industria editorial radicalmente diferente y que podría ser desmenuzada en un nuevo tomo de Historia de la edición. "Desde los ochenta ha habido una gran transformación empresarial y una revolución tecnológica. Muchas editoriales comienzan a ser absorbidos por corporaciones internacionales". A la vez, a inicios de este siglo principia la proliferación de pequeños sellos, hasta el boom actual. Las consecuencias: "La desaparición de la clase media editorial y una bipolarización. Por un lado, los grandes grupos, y por otro un minifundismo de editoriales independientes que buscan sobre todo la calidad. Estos sellos modestos están recuperando el equilibrio que se daba en la dictadura entre lo comercial y lo intelectual".
Y un apunte final sobre los lectores: "Ahora se lee más", dice sin dudar Martínez, "pero el debate es cómo se lee. Se hace de forma más fragmentaria, a saltos, y por lo tanto la lectura es más dispersa. No deja ideas reposadas ni un pensamiento tan crítico".
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