Fermín Herrero
De pobres no pasamos ya, eso
está claro. Que a nadie extrañe nuestro
horizonte de pedregada rasa si nos fue
negado el mar y el día después
de la fiesta. Al arrimo del hábito somos
lo que la tierra dicta, lo que deja
en las venas sembrando bien somero. Llevamos
el olor a tomillo, la lentitud
del animal marcada a fuego, un crujido
de granzas como viento en la encina, la sed
por los rastrojos. Sólo crecemos al amparo
de la lluvia, por una linde la sangre
hierve y el frío nos reseca, de por vida,
el corazón. Por eso son anchas las paredes
de las casas y hasta los ríos son
conatos y cada cosecha elegía
y si el dolor nos cruza en lugar de ablentarlo
lo enquistamos, por donde nadie pase. Sólo
quien se resigna vive por estos pegujales,
por eso —huyendo voy de mí— nos sobra
lo poco que juntamos.
—Como ventana al cierzo—
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