Fermín Herrero
Vas formando su rostro muy despacio,
rasgos sueltos. A veces en un bar
alguien que te retiene con un tímido
adiós en la mirada. Otras en la sorpresa
de una esquina, melena al viento y cruce
de disculpas, apenas un conato. Gestos.
Su sedimentación es lenta, arbitraria.
Ignoras por completo de dónde procede
su luz ni cómo se perfila, lo que cuesta
fijar la imagen. Como todo se mueve
su permanencia es síntoma de algo
que excede al hábito. No sabes con frecuencia
de su voz y a menudo te pierdes en sus líneas
que raramente reconoces. Sometidos
a rotación, permutan, se presentan siempre
como de paso en la ciudad, con pasaporte
falso, viviendo en la sospecha. Ninguno
te sacia aunque prefieras los que se ponen
tristes en sueños recurrentes. Vas cambiando
de caras porque nada retorna. Gestos.
Dispersos, suspendidos, los adviertes en otros
y acaban solapándose, se eclipsan,
para empezar de nuevo en las facciones.
—El fisonomista—
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