Fermín Herrero
Camino de su madriguera lacustre,
siempre con la ansiedad a sus espaldas,
un veterano del Vietcong acaba
de violar a una niña. Le apuntaba al pecho
con desgana. Conviene despreciarse
por completo. Los mismos ojos
de aquel chicano tembloroso a la altura
del paralelo diecisiete. Lleva prisa.
Ha resuelto un encargo muy sencillo
al norte de Namdinh. También lloraba.
La vida es una selva insomne de napalm, fotos fijas
noche tras noche, o niebla en los pantanos,
con frecuencia rociados de gasoil, los camaradas,
ardiendo como teas. La vida es de día
un francotirador que pesca en los manglares.
Lo que caiga.
—A sueldo—
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