Emilio Lledó: “Ojalá este domingo regrese la decencia”
“Ahora más que nunca recomiendo la filosofía a cualquier joven”, dice el ganador del premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades
Al bajar del vehículo, el taxista ofrece como cambio de la carrera hasta casa de Emilio Lledó, en Madrid, un billete de cinco euros. No hubo más remedio que devolverlo. A rotulador, en uno de los reversos, todo el valor que pudiera tener, lo ensombrecía una esvástica pintorrajeada y una frase: “Muerte al Islam”. Qué pertinente shock para visitar al maestro el día en que le habían concedido el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades y allí mismo preguntarle: ¿A qué se debe tanta rabia?
“A la ignorancia”, respondía, sin dudar, en uno de los butacones de su casa forrada por alrededor de 10.000 libros. “A la ignorancia que es sinónimo de violencia, no entiendo por qué tenemos que vivir rodeados de tanto odio”. Para combatirlo, sirva de ejemplo en qué se encontraba imbuido el sabio, sereno profesor y académico, cuando ayer por la mañana recibía una llamada de Oviedo, sobre las 10, comunicándole que había recibido el galardón. “Estaba trabajando en una conferencia que debo dar en la Casa del lector esta tarde —por ayer— sobre la felicidad”.
No a modo de autoayuda, sino tras 40 años de gozosa relación con Epicuro. “Fue cuando escribí mi ensayo sobre su filosofía. Ahora, de regreso a él, he querido revisarlo a fondo. Yo he cambiado mucho, pero sin embargo su pensamiento sigue intacto: indaga sobre el saber como una forma de abordar la vida en contraposición a Platón, que concibe la filosofía como una manera de afrontar la muerte. Epicuro nos quiere transmitir la existencia como sinónimo de esperanza, de futuro, de verdad, como una aventura que nos aleja del miedo a la muerte si la hemos vivido con decencia”.
Este último término se ha convertido hoy en una quimera para quien lleva toda la vida dotando de corazas éticas, de armas nutridas en la vitamina de la sana conciencia a sus discípulos, vengan de donde vengan. “Con que muestren curiosidad y pasión, me vale. Pocas veces he visto tanta como la que me demostraban los emigrantes andaluces que llegaban a Alemania en los años 50. Entonces yo estaba dando clases en Heidelberg y les enseñaba gramática del idioma en el que se tenían que desenvolver. No sabes cómo lo agradecían. Más cuando nadie les había instruido jamás en gramática española”.
Lo hacía en las tabernas del centro, desinteresadamente, con esa conciencia de codo con codo que le ha guiado tantas veces en la vida, desde que naciera en Sevilla hace 87 años. “Eran gentes admirables; me merece todo el respeto aquella parte de la población que agarraba una maletucha y se largaba a un país ajeno al suyo a ver qué les deparaba la vida. Para que luego digan de mis paisanos del sur lo que a veces declaraba ese tal Pujol, acerca de su vagaría y los subsidios. Allí le quería haber visto yo”.
Libros y premios para un pensador
Unos meses después de recibir los premios Nacional de las Letras, Antonio Sancha y Pedro Enríquez Ureña, el filósofo Emilio Lledó logró ayer el Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.
Es autor de libros esenciales como Memoria del logos o Lenguaje e historia. Acaba de publicar Palabra y humanidad.
Volviendo a la decencia… Para Emilio Lledó, aquellos emigrantes la encarnaban como nadie. Y se hace urgente recuperarla: “Ojalá este domingo regrese precisamente eso, la decencia. Debemos votar por ello, sería una bendición que nos ayudaría a cortar el paso al engaño, la falsedad, resultaría toda una venganza contra los prepotentes”.
No comprende el pensador por qué se ha torcido y retorcido el verdadero eje de la política. “Para mí sigue resultando válido lo que Aristóteles resaltaba como gran característica de quien se dedique a ella considerándola servicio público. Una tarea para hombres decentes”, propugnaba el filósofo hace 24 siglos. “Sin embargo, ahora, está en gran parte en manos de lo contrario y, además, esa falta de virtud se exhibe con poder. Lo que debería ser la política se ha transformado en estupidez y chulería nauseabunda”.
De una habitación a otra, en la penumbra de su casa, el eco del teléfono retumbaba sobre las paredes forradas de tratados y las mesas plagadas de ensayos o discos, entre los que sobresalían algunos del pianista Glenn Gould. En los escasos huecos que dejan los libros bien toqueteados o los nuevos —como el último que acaba de recibir suyo, Palabra y Humanidad, recién editado en Oviedo por KRK—, asomaban retratos de familia y dibujos de sus nietas.
Palomas de la paz albertianas, esbozadas con la inocencia de quien desea arrancar una sonrisa al abuelo. “Cuando esto era una casa”, comenta un Lledó desbordado ayer de afectos, “en la mesa del comedor, se comía. Ahora sólo sirve para que ésta engulla los libros que no tengo donde meter”. Hace seis meses ya ganó el Premio Nacional de las Letras
Manuales útiles para aprender lo que don Emilio considera una de las carreras más útiles y con más salidas del mundo: la filosofía. “Así lo creo. Ofrece herramientas y bagaje para pensar de manera amena lo que uno acabe opinando. La filosofía, como el río de Heráclito, fluye con cada momento y nos enseña a interpretar la sociedad en que vivimos. Yo la recomiendo ahora a cualquier joven más que nunca”.
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