Juan José Millás
JUAN JOSÉ MILLÁS 15 MAR 2013
El significado del término “desahucio”, por poner un ejemplo, vive dentro de esa palabra desde el principio de los tiempos. Nació con ella, como el caracol con su concha, y en su interior ha ido creciendo o decreciendo, ensanchándose o estrechándose, en función de las épocas que le ha tocado vivir. El significado de una palabra es como un inquilino de renta antigua: vive en esa casa (conocida técnicamente como significante) desde que tiene memoria. Podría recorrer a ciegas su pasillo y señalar con los ojos cerrados sus grietas, así como los desperfectos de la pintura del salón, la mancha de humedad del techo de la cocina, y las irregularidades en el alicatado del cuarto de baño. Todo ello en el caso de que las palabras tengan pasillo, salón, cocina, y cuarto de baño, que quizá sí, quizá los significantes tengan su puerta de entrada y sus habitaciones y hasta un sótano lleno de tuberías y de ratas.
Pues bien, hay tiempos en los que el significado, como las personas, es desahuciado de su vivienda de toda la vida. Llega un juez con su secretario y con los bomberos y la poli y descerraja la puerta de la palabra “desahucio”, por ejemplo, y saca a patadas al significado, que tiene tantas posibilidades de sobrevivir como un caracol fuera de su concha. En unas ocasiones la palabra se queda vacía y, en otras, la justicia mete a otro inquilino que a lo mejor significa lo contrario de lo que quería decir el anterior. Ahora, sin ir más lejos, están intentando que desahucio no signifique desahucio, ni que recorte signifique recorte, ni que pobreza signifique pobreza, ni que despido signifique despido ni que público signifique público. Están pateando la puerta de todas las palabras y entrando a saco en su significado, lo que es el paso previo para patear al personal, que, llegado el momento, tampoco significará personal.
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