Manuel Vicent
MANUEL VICENT 3 MAR 2013
Antes sentíamos terror frente a las cosas que ignorábamos; ahora sentimos terror por las cosas que conocemos. Antes adorábamos al Sol para que nos fuera propicio y fiábamos nuestro destino a las estrellas; ahora la astronomía nos amenaza con millones de aerolitos y puede que cualquier día uno de ellos acabe con la vida en la Tierra. A los antiguos les causaban pánico la veleidad y tormentoso carácter de Yahvé y de los dioses del Olimpo, los dueños del rayo de la muerte; ahora vivimos a merced de los misiles o del coche bomba de un fanático, porque el Olimpo está en el Pentágono o en el sótano de cualquier grupo terrorista. Ayer ignorábamos el misterio del feto en el vientre de la madre y sentíamos terror ante la posibilidad de engendrar a un monstruo; hoy sabemos que ese monstruo se puede fabricar en un laboratorio cruzando genes humanos y de animales. Ayer bendecíamos la mesa para agradecer los alimentos que nos había regalado el Señor; hoy esta oración es más necesaria que nunca porque tememos que la comida basura nos vaya a envenenar. Ayer reinaba la Inquisición o la voluntad despótica de un tirano, a la que estábamos sometidos; hoy sentimos la misma indefensión ante la incompetencia y la corrupción de los políticos demócratas que hemos elegido. Antes nos sobrecogía el origen desconocido de las tempestades, inundaciones, incendios y seísmos de la naturaleza; ahora el pánico se genera ante el poder que la ciencia y la técnica han concedido a la humanidad para destruir el planeta con la lluvia nuclear. Antes nos angustiaba saber que veníamos del mono; ahora nos alarma la convicción de que nuestra decadencia nos devuelve de nuevo al mundo de los simios. Cuando éramos niños, en medio de la dicha solar, teníamos miedo a los espectros de la oscuridad y durante las turbulencias de la pubertad nos sentimos acongojados por los tormentos del sexo y del infierno, por las pesadillas ante un futuro incierto. Pasados los años, al saber qué bromas macabras se gasta la naturaleza y en qué pozos negros abreva la psicología humana, se llega a esta conclusión: el terror que expele la inteligencia solo se atempera con la moral y la moral alcanza su cima con la estética. Esta es la única forma de superar con cierta dignidad las desventuras de este perro mundo.
Antes sentíamos terror frente a las cosas que ignorábamos; ahora sentimos terror por las cosas que conocemos. Antes adorábamos al Sol para que nos fuera propicio y fiábamos nuestro destino a las estrellas; ahora la astronomía nos amenaza con millones de aerolitos y puede que cualquier día uno de ellos acabe con la vida en la Tierra. A los antiguos les causaban pánico la veleidad y tormentoso carácter de Yahvé y de los dioses del Olimpo, los dueños del rayo de la muerte; ahora vivimos a merced de los misiles o del coche bomba de un fanático, porque el Olimpo está en el Pentágono o en el sótano de cualquier grupo terrorista. Ayer ignorábamos el misterio del feto en el vientre de la madre y sentíamos terror ante la posibilidad de engendrar a un monstruo; hoy sabemos que ese monstruo se puede fabricar en un laboratorio cruzando genes humanos y de animales. Ayer bendecíamos la mesa para agradecer los alimentos que nos había regalado el Señor; hoy esta oración es más necesaria que nunca porque tememos que la comida basura nos vaya a envenenar. Ayer reinaba la Inquisición o la voluntad despótica de un tirano, a la que estábamos sometidos; hoy sentimos la misma indefensión ante la incompetencia y la corrupción de los políticos demócratas que hemos elegido. Antes nos sobrecogía el origen desconocido de las tempestades, inundaciones, incendios y seísmos de la naturaleza; ahora el pánico se genera ante el poder que la ciencia y la técnica han concedido a la humanidad para destruir el planeta con la lluvia nuclear. Antes nos angustiaba saber que veníamos del mono; ahora nos alarma la convicción de que nuestra decadencia nos devuelve de nuevo al mundo de los simios. Cuando éramos niños, en medio de la dicha solar, teníamos miedo a los espectros de la oscuridad y durante las turbulencias de la pubertad nos sentimos acongojados por los tormentos del sexo y del infierno, por las pesadillas ante un futuro incierto. Pasados los años, al saber qué bromas macabras se gasta la naturaleza y en qué pozos negros abreva la psicología humana, se llega a esta conclusión: el terror que expele la inteligencia solo se atempera con la moral y la moral alcanza su cima con la estética. Esta es la única forma de superar con cierta dignidad las desventuras de este perro mundo.
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