José Antonio Ramírez Lozano
ARTEMÓN, EL
DIABLO
Artemón es la usura de la luz,
sin embargo
su rendija es la lumbre del renglón
en que escribo
las palabras atroces que no atreven
mis labios.
Siento con él su cabra patearme los
sueños,
recorrer los rastrojos de todos mis
tejados.
Su cabra Montesina con la esquila de
plomo
que ahuyenta en las callejas el
ánima mezquina
de los suicidas ebrios que acuden
con sus tarros
de vidrio a la botica por el
bicarbonato.
Él es quien me procura los pétalos
de azufre
que quemo en la indulgencia venial
de mis manos.
Él es quien me asoma al ojo terrible
del embudo
por el que miro el mundo, por el que
escucho el largo
sermón de sus miserias, el clamor de
sus turbas,
la oscura letanía de sus
acantilados.
Príncipe del hollín, tú que coges mi
mano
cuando escribo y me mojas la pluma
en esta tinta
oscura con que enhebra la sombra el
garabato
que ovilla el mundo, tiéntame, no me
dejes caer
en la rancia virtud de los tibios de
espíritu.
Llévame a lo más alto del templo y
muéstrame
la vida del revés, lo que nunca los
hombres
contemplaron, el don de poseerlo
todo
con sólo la palabra. Tú que atento,
al oído,
de niño me advertías que la belleza
estaba
siempre en la tentación, jamás en el
pecado.
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