El escritor Paolo Giordano. / ANDREA GANDINI ("El país")
Retratos de guerra
Dos viajes a la base italiana en Afganistán inspiraron a Paolo Giordano para construir el sorprendente decorado en el que se desenvuelven los soldados de 'El cuerpo humano'.
Con su primera novela, 'La soledad de los números primos', el escritor turinés sedujo a siete millones de lectores.
AMELIA CASTILLA Turín 9 MAR 2013
Sopla el viento helado de los Alpes, en una atmósfera de bruma que envuelve el paisaje de gris, como en un pasaje de una novela de Paolo Giordano. A la puerta de la casa turinesa del escritor se ve aparcada la furgoneta blanca, propiedad de un tapicero de la zona que, desde hace tres años, impide la entrada de los rayos de sol en su estudio y a la que dedicó un cuento para ilustrar actos que no favorecen la convivencia. La presencia del destartalado vehículo bajo la ventana deja claro que al conductor no le ablandan las pequeñas historias. Lo corrobora el propio Giordano con una sonrisa resignada al abrir la puerta que da acceso al edificio. Un piano y una guitarra, recuerdo de la época en que tocaba en un grupo de rock y quería ser cantante, forman parte del mobiliario de su minimalista rincón de escritor y de su nueva vida junto a su familia. Aquí, sentado frente a la ventana con paisaje de furgoneta, ha escrito El cuerpo humano, la historia de un destacamento italiano en Afganistán que la editorial Salamandra publica en España el próximo jueves.
Han trascurrido cinco largos años desde que Giordano (Turín, 1982) se convirtió en uno de los mayores fenómenos editoriales con La soledad de los números primos, novela de la que vendió siete millones de copias en todo el mundo. Entonces contaba 26 años y preparaba el doctorado sobre la física de las partículas en la universidad, pero muchas cosas han cambiado desde entonces, en lo personal y en lo literario. De entrada, puso el punto final al doctorado (“los turineses acabamos todo lo que empezamos”), pero abandonó su trabajo en la Facultad para dedicarse a tiempo completo al oficio de escritor. Pasar del agujero negro de la adolescencia de Alice y Mattia, dos seres solitarios y sensibles, a la vida de un batallón italiano en Afganistán no resultó sencillo; las segundas novelas, sobre todo si llegan precedidas de un éxito arrollador con todo lo que conlleva de exposición pública, nunca son fáciles. Al principio, su formación científica le impedía dar crédito a lo que le decían, pero luego llegó la inseguridad. “He combatido contra un gran miedo, debía demostrar que era lo bastante bueno como para ocupar el lugar en que me encuentro. Afortunadamente mi ambición ayudó a sofocar la parte emocional. No puedo negar que el éxito ha sido como una bomba en mi vida. Me ha arrastrado a cambiar de profesión y a asumir responsabilidades que antes no tenía; ahora he formado una familia y muchas cosas han cambiado en el terreno personal. Entre ambos libros hay una diferencia enorme y el recorrido vital de que he sido objeto se nota en este nuevo trabajo. Creo que esto también ha sido una reacción a lo que me ha sucedido, con todas las posibilidades que se me abrieron, si no hubiera tenido unos anclajes a la realidad hubiera podido perderme. Tenía miedo de entrar en un estado de dispersión enorme”, cuenta entre sorbo y sorbo de agua.
La novela arranca en una situación de normalidad, pero todo cambia de improviso, como una explosión. “Me pareció que bien podía ser una metáfora para contar lo que me había pasado a mí, aunque no hablara de eso. Antes empecé otros proyectos y otras historias, pero, de repente, la guerra se me presentó como la metáfora mejor para describir una situación de confusión mental: más allá de lo que significa con todo su horror, tiene también la capacidad de llevar a las personas a un estado de claridad: el miedo es miedo, el heroismo es heroismo…, y esta claridad en las cosas me permitía salir de la confusión en la que yo mismo me encontraba”. El cuerpo humano narra la vida de un batallón destinado durante seis meses en Fob Ice, la base de operaciones avanzadas de las tropas italianas, en la entrada norte del valle de Gulistán, en territorio afgano. “Sentía necesidad de buscar la claridad. Quería contar cómo viven los jóvenes en esa franja de edad que va de los veinte a los treinta años. Al principio no podía hacerlos brillar con luz propia, me parecían opacos. En ese contexto, su personalidad quedaba escondida dentro de muchas capas y no salía a la luz”. Pero la situación se transforma radicalmente cuando viajan a Afganistán: “En la base militar vivían en una burbuja en la que me era posible alcanzarlos sin prejuicios ni poses. Cada persona se mostraba como era realmente. A partir de un pedazo de desierto, podían reinventar su vida cotidiana trozo a trozo”.
No puedo negar que el éxito ha sido como una bomba en mi vida. Me ha arrastrado a cambiar de profesión y a asumir responsabilidades que antes no tenía
Giordano pertenece a la estirpe de los tímidos que se crecen en la distancia corta. De esos que una vez que toman la palabra no resulta fácil pararlos. “¿Hablo mucho?”, pregunta en un ligero intervalo. Sus ojos, de un azul casi transparente, permanecen atentos al mínimo detalle. Un ligero tupé y un atuendo de vaqueros, botas y un jersey, le dan un aire de eterno adolescente, un poco en el estilo James Dean, pero no solo en lo físico, también quizás en lo atormentado del personaje. Tal como lo cuenta, en la literatura Giordano pone mucho de su propia vida, de sus miedos y vacilaciones. En este caso, se ha enfrentado a una novela coral, con 12 personajes moviéndose por el libro bajo una estructura férrea. “No sé trabajar con intrigas definidas. El diseño de los personajes está medido y meditado, mezclando la psicología de cada uno y las relaciones y circustancias que les unen y distancian. En principio, la guerra es siempre una metáfora, una experiencia para situarlos al límite. Claro que ver morir a alguien o ser responsable de su muerte queda más allá de la metáfora, pero es una motivación; también por lo que atañe a las motivaciones, creo que más allá de los prejuicios hay razones muy complejas e íntimas que los animan a tener una experiencia de estas características. Hay una búsqueda de sí mismos, de ponerse a prueba. Diría exagerando un poco que en este caso la guerra representa lo que fue el servicio militar en el pasado cuando era obligatorio”. Sometidos a esa travesía del desierto, los soldados se ven obligados a madurar. Construidos como arquetipos, cada personaje representa un carácter abstracto. Letty, el típico soldado dominado por su madre, encarna la inocencia; Cederma, un patán que lleva tatuado en la espalda un verso de la Ilíada y recita de memoria La chaqueta metálica, la violencia; Mitrano, el chivo expiatorio, y el coronel Ballesio, más preocupado por volver a esquiar en los Alpes y mantener la cerveza fría en la nevera donde guardan las vacunas, el mando. Pero entre los miembros del desorientado batallón brillan con luz propia dos personajes con los que Giordano parece identificarse: Eguitto, socorrista médico, y René, stripper en la vida civil, y al mando del pelotón. “Ambos, de trayectoria opuesta, se parecen a mí. René, al que descubro al final, va entrando lentamente en la novela, como si yo lo hubiera estado esperando durante mucho tiempo, sin entender su forma de moverse en el mundo; cree tener un control absoluto sobre su vida, el mundo parece el que él ha creado y, de repente, un embarazo hace que explote su control, que se rompa la burbuja de seguridad en que se mueve. Sin embargo, Eguitto es menos convencional, desde niño ha tenido muchas responsabilidades, más de las que pueda imaginar, y solo en la guerra aprende a dejar de lado las que no son suyas”. Es el único de los soldados que no desea regresar a Turín. Precisamente en medio de una emboscada, bajo las balas talibanes, Eguitto descubre que “las peores fracturas se producen cuando estamos parados, cuando el cuerpo decide hacerse añicos y, en una fracción de segundos, se rompe en tantas esquirlas que es imposible recomponerlo”. Como Mattia, el adolescente de apariencia débil y fuera de las convenciones sociales, con el que Giordano arrebató en su primera novela, Giotto es también un número primo. “Su lealtad a las personas que ama suena como una forma de heroísmo y una afirmación de carácter, hay que tener gran fuerza para salir de relaciones afectivas que te encadenan. Eguitto es valiente, pero en un plan al que la mayoría de las personas no tiene acceso. Es verdad que en cierto momento empecé a pensar en él como Mattia, me gusta esta línea de continudad entre los dos libros, y a mí mismo como lector me gusta detectar cómo se movió el autor de un título a otro, da una idea de continuidad”.
Dos viajes a la base italiana, una burbuja de seguridad en medio de la nada, donde los soldados permanecen aislados, sin ningún contacto con la población, le inspiraron para construir el sorprendente decorado en el que se desenvuelven las relaciones de los soldados. “Esta no es una guerra limpia. Ni equilibrada. Sois los blancos. Sois unos ratones en un trozo de queso enmohecido. No tenemos un solo amigo. Ni siquiera los niños con las caras llenas de moscas”, les instruye uno de los mandos a un pelotón desorientado que, en general, carece de vocación militar y que ha optado por la guerra como salida profesional.
No hay muchas novelas en Italia como El cuerpo humano. A Giordano le interesaba mostrar la perspectiva europea y la visión italiana con respecto al conflicto, muy diferente de la americana. La historia reciente ha inspirado a guionistas, escritores y cineastas de medio mundo. Series como Homeland o películas como La noche más oscura, por citar dos títulos recientes, tratan sobre la guerra de Irak o el terrorismo, pero tienen la guerra como telón de fondo y las historias se mueven en ese contexto. “He intentado documentar la guerra, pero no para reflejar el conflicto mismo, sino nuestra conexión sentimental con ella. El problema está ahí, pero los personajes se mueven en otro plano. Es verdad que hay guerras pequeñas en nuestras relaciones cotidianas y lo que quería precisamente era contar la guerra en su entidad y declinarla en varias formas, de la macroscópica a la microscópica”. Para mostrar esa batalla no hubiera podido llevar a los soldados a Vietnam o a la guerra civil española. “Si quería contar la historia de los jóvenes de entre 20 y 30 años debía irme a Afganistán; cuando empezó, yo tenía 18 años y todavía sigue. Esta es la guerra de mi generación”. Con los soldados se enfrentó a un paisaje hostil, donde el sol machaca durante el día y el frío cala los huesos por la noche, pero acabó arrebatado por la belleza de la nada. “Uno de los lugares más bonitos que he visto en mi vida, siempre tengo la imagen de la gran montaña que estaba enfrente de la base y que cambiaba de color a lo largo del día, bajo un cielo siempre sin nubes”.
He intentado documentar la guerra, pero no para reflejar el conflicto mismo, sino nuestra conexión sentimental con ella”.
Desde el principio tuvo claro el título de la novela. Y lo explica a su manera. “Solo cuando estamos enfermos el cuerpo vuelve a estar en el centro de la existencia; fue en este intento de reconstruir la vida desde su base cuando me he dado cuenta de que el cuerpo es más sabio que la mente”. Para ilustrar sus palabras bucea en su propia existencia. Cuando estudiaba en la Universidad tenía muchas molestias físicas, cosas pequeñas que, de alguna forma, no eran otra cosa que avisos de su cuerpo que trataba de decirle algo. “Estaba en tensión y no le escuchaba, pero cuando cambié de profesión, los síntomas de ligeras enfermedades desaparecieron por completo, y esto quiere decir que el cuerpo nos sugiere cosas que conviene que escuchemos”, añade contento de haber abandonado el mundo universitario y del estudio para entregarse por completo a la literatura. Sin embargo, hasta en el título pesa el éxito de la primera novela: “Quien sabe si no pretendía expiar la culpa por el título anterior. No quería que se estableciera una competición, deseaba algo claro y sencillo. La soledad de los números primos [lo escogió su editor] era poético”. No comparte en absoluto la mala costumbre de buscar títulos que, como primera medida, traten de atraer al público. “Me parece una prerrogativa muy comercial, el verdadero título es el que cuando acabas, te añade una lectura más”. El próximo, promete, será muy poético.
En su cabeza analítica de científico no encuentra una explicación lógica que justifique por qué un autor gusta más en unos sitios que en otros. El granero de los lectores de Giordano, además de Italia donde ha ganado todos los grandes premios, se encuentra, en España, Holanda e Israel. Vayan donde vayan sus personajes, las raíces piamontesas viajan en ellos. Pero no es solo el hecho de ser turinés, Giordano lo acota así: “En la casa donde viví hasta los 20 años, mi cuarto tenía una ventana que daba a la colina y al río Po. Hasta hoy mismo, que llevo 10 años fuera de esa casa, todos mis sueños están en ese parque frente al río. Hasta el final de mis días mis libros se alimentarán de la atmósfera de ese lugar”. Esa es la fotografía de sus novelas y el lugar al que hace referencia su escritura. “Aunque me encuentre frente al impresionante cielo azul de Afganistán, mi cielo será siempre el gris turinés”. Las referencias son también literarias. Durante los ocho años que estudió y trabajó en la Facultad de Física, en el trayecto desde el aparcamiento a la Facultad, veía cada mañana un monumento dedicado a Primo Levi. “Muchas veces pensaba que teníamos una relación, ambos de Turín y dedicados a la ciencia, pero además encontré que tengo una afinidad con él desde el punto de vista de la escritura, limpia y lineal. Me gustaría que algún día pudieran relacionarnos, pero me falta mucho”, concluye con sencillez.
En su difícil agenda de escritor en promoción, queda un hueco de un par de horas libres hasta que lleguen al estudio unos periodistas holandeses. “¿Vamos a comer?”, propone. En un restaurante cercano a su domicilio, tomamos unos deliciosos raviolis, típicos del Piamonte, más pequeños y rellenos de carne. A los postres, con un Bonet, un pastel de chocolate con amaretto, la conversación gira en torno a las elecciones italianas y los escándalos políticos en España. No conseguimos llegar a un acuerdo sobre dónde están peor las cosas.
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