La culpa fue del corazón
Por: Virginia Collera | 12 de marzo de 2013
La enfermedad había exacerbado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. El más agudo de todos era el oído. Oía todas las cosas en el Cielo y en la Tierra. Oía muchas cosas en el Infierno. ¿Cómo, pues, puedo estar loco?
Es imposible precisar cómo esa idea entró en mi mente por primera vez, pero, una vez concebida, me acosaba día y noche. Quería al viejo. Nunca me había insultado ni tratado mal. Ni codiciaba su dinero.
¡Sí, eso era! Tenía un ojo de buitre, un ojo azul pálido cubierto de una membrana. Cada vez que lo posaba sobre mí, se me helaba la sangre; y así, poco a poco, muy gradualmente resolví matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Ahora, la cuestión es que ustedes me toman por loco. Los locos no saben nada. Pero deberían haberme visto. Deberían haber visto con cuánta astucia actué, con cuánta prudencia, con cuánta previsión y disimulo me puse manos a la obra.
Cada noche, a eso de las doce, giraba el picaporte de su puerta y la abría […] Y entonces, con la cabeza dentro de la habitación, abría la linterna cautelosamente —¡ay, cuánto!—, (pues las bisagras crujían), la abría de forma que un único y fino rayo de luz cayera sobre su ojo de buitre.
Y esto hice durante siete largas noches, pero siempre encontraba el ojo cerrado, así que era imposible cumplir mi tarea, pues no era el viejo quien me exasperaba, sino su mal de ojo.
La octava noche abrí la puerta con más cautela de la habitual. [...] Ya había metido la cabeza, y estaba a punto de abrir la linterna cuando mi pulgar resbaló sobre el cierre metálico y el viejo se incorporó de pronto en la cama.
Tras esperar pacientemente largo rato, durante el cual no le oí recostarse, decidí abrir una pequeñísima ranura en la linterna. La abrí, pues, hasta que, finalmente, un débil rayo de luz, como el hilo de una araña, salió disparado de la ranura y cayó sobre el ojo de buitre. [...]
¿Y no les he dicho que lo que toman por locura no es sino una exacerbación de los sentidos? Entonces llegó a mis oídos un ruido rápido y apagado, como el que hace un reloj cuando está envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Eso incrementó mi furia, igual que el ruido de un tambor enardece al soldado.
Entretanto, el infernal martilleo de su corazón aumentó. Se volvió cada vez más rápido, cada vez más fuerte. […] ¡Al viejo le había llegado su hora!
En un santiamén lo arrastré al suelo y volqué la cama sobre él. Le puse la mano en el corazón y allí la mantuve varios minutos. Ningún latido. Estaba completamente muerto. Su ojo no me perturbaría más.
Arranqué tres tablas del suelo de la habitación y las deposité entre los escantillones. A continuación las remplacé con tanta maña y habilidad que ningún ojo humano —ni siquiera el suyo— habría detectado nada raro. No había nada que limpiar, ninguna mancha ni rastro de sangre.
Justo cuando el reloj daba la hora, llamaron a la puerta de la calle. Bajé a abrir despreocupado, pues ¿qué podía temer?
Los agentes quedaron satisfechos. Mi actuación los había convencido. Me sentía especialmente cómodo. Se sentaron y, mientras yo respondía alegremente, hablaron de cosas cotidianas. Pero, al cabo de un rato, me sentí palidecer y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y noté como un zumbido en mis oídos. [...]
El sonido seguía creciendo. ¿Qué podía hacer? Era un sonido rápido y apagado, como el que hace un reloj cuando está envuelto en algodón.
¡Más alto... cada vez más alto! Y no obstante, los agentes charlaban tranquilamente, sonriendo.
¿Era posible que no lo oyeran? ¡Dios Todopoderoso! ¡No, no! ¡Claro que lo oían! ¡Sospechaban! ¡Lo sabían!
Dejad de fingir! ¡Confieso mi crimen!..
¡Levantad los tablones!
¡Aquí, aquí! … ¡Donde late su espantoso corazón!
El corazón delator forma parte de Cuentos de muerte y demencia de Edgar Allan Poe. Ilustraciones de Gris Grimly. Traducción de Íñigo Jáuregui. Edición de Nórdica Libros.
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