El filósofo Javier Gomá, en la terraza de la Fundación March. / CARLOS ROSILLO ("El país")
¿Y si la muerte tuviese prórroga?
Javier Gomá indaga en la esperanza tras la mortalidad en el libro 'Necesario pero imposible'
TEREIXA CONSTENLA Madrid 28 FEB 2013
A Javier Gomá le distinguen varias cosas. Medita sobre un tiempo geológico –el filosófico- sin renunciar a observar las urgencias del presente. Se apropia de conceptos caídos en desuso que exhalaban aromas rancios –ejemplaridad, mortalidad- y los rellena con savia nueva. Escribe y habla de filosofía con naturalidad, como si guardase lo trascendente y lo práctico en la misma maleta: buscar un trabajo, encajar la desilusión por las expectativas incumplidas. Le han descrito como filósofo de moda, le han incluido en influyentes listas de intelectuales iberoamericanos y le han llegado a decir que usa el tupé para reafirmar sus ideas. Como si, o a pesar de, Gomá encarnase la dosis justa de profundidad mundana.
Pero tal vez lo que está haciendo que Gomá tenga una voz especial –aparte de su poder literario: “una filosofía sin eros no es filosofía”– han sido sus elecciones. Mientras la filosofía lleva un par de siglos haciendo historia de sí misma y renunciando a pensar sobre cuestiones eternas, él acaba de elegir un aspecto como la inmortalidad del alma, abandonado por la filosofía a la buena de Dios, en su último libro, Necesario pero imposible (Taurus). A propósito de esta ausencia, Jon Juaristi recordó ayer en el Teatro Real, durante la presentación de la obra, las palabras de Borges: “Esto de la inmortalidad es una cosa que solo interesa a los españoles”.
“A partir de Kant, la inmortalidad que había sido central en la filosofía desde los presocráticos pasa a ser un no-tema y queda colonizado por las religiones. Se acepta que no hay más realidad que lo tangible. El mundo de la experiencia se agota con la realidad. Otra creencia. Me parece un tema digno de la filosofía. Lo anómalo es que lo hayamos abandonado durante dos siglos”, cuenta una mañana tan luminosa como su despacho de la Fundación Juan March, que dirige desde 2003.
La obra cierra una tetralogía (Imitación y experiencia, Aquiles en el gineceo y Ejemplaridad pública fueron las entregas anteriores) que Gomá mascó durante más de dos décadas dedicadas a pensar sobre la experiencia de la vida, y más allá. Sin duda la mejor explicación a este prolongado esfuerzo la facilita él mismo al comienzo del libro que cierra el ciclo: “Publican las instrucciones privadas que se ha dado el autor a sí mismo para intentar un doble objetivo: llegar a ser individual en este mundo y, a la vez, albergar la esperanza –contra toda experiencia– de seguir siéndolo fuera de él. Mantener simultáneamente dos platillos en el aire sin dejar de mover las manos ni avanzar por el camino. Eso es todo”.
Malabares. También funambulismo. Gomá camina sobre un alambre entre dos visiones arraigadas, inflexibles y contrapuestas. Se atreve, en tiempos de la modernidad que ha reafirmado al individuo y le ha desligado de la cosmovisión religiosa medieval, a plantear una hipótesis sobre la esperanza más allá de la destrucción de la muerte, que él define como "una mortalidad indefinidamente prorrogada". Y rechaza, al mismo tiempo, que la materia religiosa esté sujeta a obediencia política. “Confío en que el libro sea útil para los agnósticos y los creyentes no dogmáticos. Les propongo una versión creíble”, afirma. “Los hombres de ciencia suelen refutar las cuestiones religiosas porque la visión que tienen sigue siendo infantil y pueril. Pero yo saludo la secularización como la emancipación de las verdades últimas, el proyecto moderno ha tenido que ser anticristiandad porque durante mucho tiempo los avances modernos se consideraban una derrota”, añade.
Todo parte de una premisa: morir es indigno. “El individuo es la forma más excelente de los entes. La muerte representa la destrucción objetiva de esa dignidad individual y un empobrecimiento objetivo del mundo, que se convierte en algo injusto”. No hay una aproximación religiosa –sino antropológica o filosófica–. “Todo hombre moderno es un agnóstico, no sabe nada sobre lo que puede haber más allá. Lo que planteo es si ese hombre puede tener esperanza”. Y lo hace examinando una figura central, el Jesús histórico al que Gomá llama con premeditación el Galileo para desmarcarse de la divinización construida posteriormente. “El Jesús histórico tiene una ejemplaridad que ni siquiera atacan anticristianos tan furibundos como Nietzsche. Con él se da un fenómeno extraño de divinización. Muere equivocado y fracasado en un suplicio que consideraba indigno. Que haya sido el fundador de una religión de difusión universal… no era previsible su éxito”.
Gomá trenzó sus tres libros anteriores -entre ellos ha publicado otros como Todo a mil, su recopilación de artículos en Babelia- dejando al margen el concepto de esperanza. “Primero era preciso abordar con parsimonia la descripción de la estructura de la experiencia sin permitir que apareciera confundida con otros elementos culturales, míticos o religiosos”, escribe. Dos incertidumbres le aguardaban ante el cuarto: “Cómo me podía sentir yo escribiéndolo y qué recepción podía tener”. Gomá trenzó sus tres libros anteriores —entre ellos ha publicado otros, como Todo a mil, con artículos en Babelia— dejando al margen el concepto de esperanza. Dos incertidumbres le aguardaban ante el cuarto: “Cómo me podía sentir escribiéndolo y qué recepción podía tener”. Una de las respuestas se la dio ayer Gregorio Marañón: “Me ha dejado huella tras plantearme preguntas y apuntarme respuestas. Tiene algo más que filosofía”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario