Manuel Vicent
En "El País":
MANUEL VICENT 26 MAY 2013
Para el científico, el artista, el empresario, el estudiante, que ha vivido una larga temporada en el extranjero, el regreso a la España actual constituye una prueba muy dura. Acostumbrado a un trabajo metódico y a una vida más bien tranquila, al volver a casa se encuentra inmerso en un agrio y frenético guirigay. El fuego cruzado de improperios que se lanzan los políticos desde cada bando se halla orquestado con la histeria agresiva de algunas tertulias de radio y televisión donde unos rostros congestionados, intercambiables, emiten opiniones compulsivas a cara de perro, con la yugular a punto de estallar. Si el recién llegado no pone de nuevo tierra por medio, deberá realizar un esfuerzo titánico para acomodar su vida al margen de este insoportable gallinero. Cuando trabajabas en Norteamérica en un laboratorio, empresa o universidad, en cualquier conversación entre paisanos siempre salía a relucir la tortilla de patatas o el chorizo del pueblo; si gracias a una beca Erasmus vivías en el norte de Europa y a las tres de la tarde ya era noche cerrada recordabas con nostalgia las mañanas soleadas de domingo en una terraza tomando unas cañas con los amigos; si eras cooperante en una ONG en África negra cualquier imagen de España, las fiestas, el ruido de los bares, te parecía un mundo irreal comparado con la miseria y el dolor que te rodeaba. La distancia todo lo purifica, el tiempo es un lenitivo que expulsa del cerebro los recuerdos desagradables. Pero desde lejos España no era solo la tortilla de patatas y el chorizo del pueblo, ni las playas soleadas, ni los paisajes, canciones y aromas de la niñez. Desde la distancia este país también era la solidaridad de la gente, la pasión de vivir, el impulso creativo de la libertad recién estrenada, la ilusión de que en el futuro todo iba ser mejor después de haber superado felizmente una siniestra dictadura, aquella izquierda dinámica que daba fundamento a la democracia, la austeridad natural de la economía anterior a la gran codicia. Hubo un momento en que parecía que este país había tomado, por fin, el pulso a la historia. ¿Qué ha pasado para que todo aquel espíritu se haya ido al carajo? Es lo que se pregunta el español que regresa a casa al encontrarse con este gallinero.
Para el científico, el artista, el empresario, el estudiante, que ha vivido una larga temporada en el extranjero, el regreso a la España actual constituye una prueba muy dura. Acostumbrado a un trabajo metódico y a una vida más bien tranquila, al volver a casa se encuentra inmerso en un agrio y frenético guirigay. El fuego cruzado de improperios que se lanzan los políticos desde cada bando se halla orquestado con la histeria agresiva de algunas tertulias de radio y televisión donde unos rostros congestionados, intercambiables, emiten opiniones compulsivas a cara de perro, con la yugular a punto de estallar. Si el recién llegado no pone de nuevo tierra por medio, deberá realizar un esfuerzo titánico para acomodar su vida al margen de este insoportable gallinero. Cuando trabajabas en Norteamérica en un laboratorio, empresa o universidad, en cualquier conversación entre paisanos siempre salía a relucir la tortilla de patatas o el chorizo del pueblo; si gracias a una beca Erasmus vivías en el norte de Europa y a las tres de la tarde ya era noche cerrada recordabas con nostalgia las mañanas soleadas de domingo en una terraza tomando unas cañas con los amigos; si eras cooperante en una ONG en África negra cualquier imagen de España, las fiestas, el ruido de los bares, te parecía un mundo irreal comparado con la miseria y el dolor que te rodeaba. La distancia todo lo purifica, el tiempo es un lenitivo que expulsa del cerebro los recuerdos desagradables. Pero desde lejos España no era solo la tortilla de patatas y el chorizo del pueblo, ni las playas soleadas, ni los paisajes, canciones y aromas de la niñez. Desde la distancia este país también era la solidaridad de la gente, la pasión de vivir, el impulso creativo de la libertad recién estrenada, la ilusión de que en el futuro todo iba ser mejor después de haber superado felizmente una siniestra dictadura, aquella izquierda dinámica que daba fundamento a la democracia, la austeridad natural de la economía anterior a la gran codicia. Hubo un momento en que parecía que este país había tomado, por fin, el pulso a la historia. ¿Qué ha pasado para que todo aquel espíritu se haya ido al carajo? Es lo que se pregunta el español que regresa a casa al encontrarse con este gallinero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario