viernes, 19 de agosto de 2011

PRENSA CULTURAL. "Límites de la historia y de la ficción", por José María Merino

José María Merino

   En la revista "Mercurio" (febrero 2010):
LÍMITES DE LA HISTORIA Y DE LA FICCIÓN

"La novela histórica puede ser torpe, lo malo es cuando manipula el pasado".

JOSÉ MARÍA MERINO

   Vivimos en un momento en que la ficción está muy desacreditada. Es más, hay muchos libros donde se mezclan la novela, la historia, el libro de ensayos, las memorias, el libro de viajes, y no sabemos exactamente cuáles son los límites. Desde hace muchos años, la historia es prestigiosa y la ficción está desprestigiada. En El Quijote, Cervantes recoge aquella aproximación aristotélica para distinguir lo que era la literatura y lo que era la historia: “...uno es escribir como poeta y otro como historiador. El poeta puede contar o cantar las cosas no como fueron, sino como debían ser. Y el historiador las ha de escribir no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna”. Otro argumento es el de los clásicos del Siglo de Oro, esa discusión entre verdad y verosimilitud. Recuerdo haber leído el discurso de algún eclesiástico (ahora no podría decir exactamente de quién se trata), atacando a la verosimilitud como elemento traidor a la verdad. Lo verosímil es peligroso, las cosas tienen que ser verdad, y todo lo que es verosímil atañe profundamente a lo que es verdad. Ha habido una desconfianza religiosa importante hacia la ficción e incluso es sorprendente que nuestro libro más emblemático, El Quijote, sea un libro contra la lectura de novelas de ficciones, contra los libros de caballerías, porque las ficciones nos pueden confundir, hacernos soñar cosas imposibles e incluso perdernos en nuestra relación con la realidad.
   Por lo tanto, con los años se ha ido acreditando una especie de dicotomía: ¿qué es la verdad histórica, por un lado, y qué es la verdad poética, por otro? Yo creo que la ficción, por lo menos a partir de la modernidad, no es verdad ni mentira. A veces dice Vargas Llosa que la ficción es mentira. No; la ficción es un tercer género. No es verdad ni mentira. La realidad puede ser contada de una manera verdadera o falsa. La ficción siempre es una tercera vía.

PUNTO DE ENCUENTRO
   Voy a poner como ejemplo de esa verdad poética, que se implanta a través de la modernidad, la gran novela del XIX. Porque el siglo XIX se puede estudiar desde la historia, pero para entenderlo hay que acudir a la literatura. Cuando severos historiadores me demuestran que no han leído a Tolstoi, a Balzac, a Stendhal, o a Galdós, me pregunto cómo pueden comprender el siglo XIX. Porque, a mi juicio, para entender ese siglo son necesarias sus novelas, que nos dan las claves más misteriosas de los comportamientos, las conductas y los sentimientos de nuestros antecesores de aquellos tiempos. Y es que la verdad poética desentraña la realidad a través de unos caminos que no son exactamente los de la historia. Entonces, ¿qué es la verdad histórica? Desde la seriedad científica de la historia, se suele mirar con menosprecio la literatura, y no digamos la leyenda, pero ni la narrativa de ficción ni la leyenda pretenden mentir, no engañan sino al que quiere ser engañado, como el Ingenioso Hidalgo. Sin embargo, la historia miente a menudo, tergiversa la realidad, cambia la verdad de los intereses particulares y hasta de los sucesos sociales. Creo que un posible campo de conciliación entre ficción e historia es la novela histórica. Es algo así como un punto de encuentro. Se sabe del extraordinario auge de la novela histórica en la actualidad, incluso parece que es un género contemporáneo, pero eso no se ajusta a la realidad. Es un género muy antiguo que, según Luckács, nace, tal como lo conocemos, con la caída del imperio napoleónico. Y hay una serie de nombres importantísimos como los de Scott, Dumas, Stevenson, Flaubert, Dickens, Larra, Galdós,...por citar nombres extranjeros y españoles. Es decir, que la novela histórica es (no me atrevo a llamarlo género) como una línea de invención que está siempre presente y que es recurrente. Por otra parte, en el Siglo de Oro trabajaron con materia histórica Shakespeare, Lope de Vega, Calderón: con el lenguaje indoeuropeo, con los cantares de gesta, con la tradición popular. Utilizar la historia como materia de ficción es seguramente tan viejo como el ser humano, como el ser que narra o como el ser que escribe e inventa ficciónes escritas.
   Ahora bien, quiero recordar dos referencias sobre la desconfianza hacia la novela histórica. En Ideas sobre la novela, Ortega dice que la novela histórica lleva aneja una imposibilidad: “la vacilación continua del lector. Tenemos que cambiar constantemente de actitud, no se deja al lector soñar tranquilo la novela ni pensar rigorosamente (sic) la historia”. Vemos por esta afirmación que hay una desconfianza instintiva en Ortega, porque una cosa es “soñar” la novela y otra “pensar rigorosamente” la novela. La historia pertenece al pensamiento riguroso, al pensamiento fuerte; la novela pertenece, más bien, al pensamiento débil, al sueño. Existen en estos momentos esos best seller que están basados, teóricamente, en reconstrucciones históricas o de informaciones históricas, bastante poco de fiar, sobre lo que pudieron o no haber sido los antecedentes de determinados elementos del cristianismo, del Santo Grial, de los Santos Lugares, en fin, hay un imaginario que piadosamente puede llamarse oportunista gravitando sobre todo esto.

EL DESCRÉDITO DE LA REALIDAD
   Pero en la novela histórica hay un elemento común a la novela y a la historia. Las fuentes de la novela y las fuentes de la historia son el innumerable y caótico cúmulo de los sucesos de la realidad. Tanto la novela como la historia quieren ordenar la realidad. Y en ese sentido, la mirada del historiador y la del narrador se parecen. Seguramente, ambos deberán contemplar elementos que sean significativos y rechazar la ganga de lo superfluo, además de buscar aspectos que sean indispensables para que la trama funcione. Creo, incluso, que el historiador trabaja igual que el novelista o que el narrador. Esto es, se basa en tres leyes: la ley del movimiento, la ley del interés y la ley de verosimilitud, que son los tres principios de la narrativa que yo defiendo. Por un lado, la historia tiene que moverse, exactamente igual que la novela. En segundo lugar, la historia tiene que interesar mediante la búsqueda de esos momentos que pueden llamar más la atención. Por último, la historia tiene que ser verdad, mientras que la narración tiene que parecerlo. Trabajando con el tema de la novela histórica, recuerdo la clasificación que hizo Umberto Eco, al establecer tres tipos de novelas históricas: el romance –que era una novela que transcurría con cierto telón de fondo histórico, es decir en la que la época era un pretexto para colocar la historia; la novela de capa y espada –que tendría más formalidad y exactitud, por ejemplo Los tres mosqueteros, una novela que parece que tiene una cierta fidelidad a una época, salen personajes reales pero no es rigurosa; y luego lo que él llamaba la novela histórica genuina –que trataría el tema con todo el rigor posible desde la investigación y las fuentes auténticas. Yo añadiría a esto la novela de tipo reflexivo, alegórica, filosófica (Las Memorias de Adriano, Narciso y Goldmundo de Herman Hesse), las novelas de tipo lúdico de Dumas o Pérez-Reverte, la historia como pretexto estético-político (Espartaco de Howard Fast o Faraón de Bolesvav Prus). Pero ahora habría que añadir otro género que falsifica la realidad histórica, la convierte en ficción y, a partir de ahí, escribe la pretendida novela histórica-ficticia. Sería el caso de El código da Vinci. La cuestión es que en este mundo de la novela histórica es donde podemos encontrar ese punto fronterizo entre ficción e historia. Sobre cuáles sean los límites de la novela histórica, creo que el problema es ese límite de la verdad. La novela histórica puede ser torpe, puede equivocarse o puede no tener información. Lo malo es cuando empieza a surgir como una expresa manipulación del pasado, porque el problema que estamos sufriendo es el de la propia formación de los lectores. Seguramente, el lector del siglo XIX, cuando se enfrentaba a la novela de capa y espada, sabía que estaba leyendo novelas. Yo no sé si el lector de hoy, que tiene profundas lagunas en su formación como lector y como conocedor de la historia, no queda mucho más inerme frente a las manipulaciones de la novela histórica, como queda inerme frente a las manipulaciones de la transmisión de las verdades de la realidad. En este enfrentamiento o fricción entre lo que es historia y lo que es ficción, a lo que hemos llegado no es a un descrédito de la ficción, sino que estamos viviendo un descrédito de la realidad.

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