La gota que derramó el siglo XX
Un mal viraje en una calle de Sarajevo hizo derrapar a un continente y desangrarse a un siglo
Europa no se ha recuperado del 'efecto mariposa'. La guerra de 1914 parece no haber terminado
La calle de Francisco José ya no se llama así; fue del Ejército Yugoslavo y hoy es de los Boinas Verdes, por la última guerra. Tampoco la esquina es el café de Schiller, donde se le caló el automóvil a Loyka, tal vez la zona cero del siglo XX.
Entonces un atolondrado Gavrilo Princip, que había abandonado toda posibilidad de entrar en la historia, a sus 19 años, en una inopinada vuelta de tornas, lo logró.
Loyka es hijo de un cochero moravo que habla a los caballos. Esa mañana de junio se encuentra al volante porque años antes recuperó 300 caballos en estampida por las tierras del señor Harrach, en cuyo coche viajan ahora con el heredero. Segundos después, Harrach y Loyka habrán sido eximidos por las balas; no sus imperiales amigos.
Loyka ha equivocado el giro donde Schiller, inadvertido: de camino al ayuntamiento, Čabrinović les arrojó una bomba, redonda, como de cómic. Viéndola, Loyka aceleró, haciéndola rodar por la capota y bajo el coche de detrás. En éste viajaba el encargado de cursar las instrucciones, el esloveno Erik von Merizzi, que ahora se desangra en el hospital.
Francisco Fernando, leal soldado, se ha empeñado en ir a visitarlo; pero ya no hay un Merizzi para dar recado: nadie instruye a Loyka que continúe por la ribera y, como previsto, ha virado a la altura de Francisco José: ante Princip; que sale del Schiller. Ahora el balín de 7,65 milímetros inicia su viaje desde el ánima del arma, dejando atrás unas manos que tiemblan de no haber empuñado nunca.
Al sol de la mañana, la energía del disparo orada, separa el tiempo, en un bucle; su dinámica exponencial no va a cerrarse hasta 75 años después. En 1989, al cortar la alambrada austro-húngara y reabrir el telón de acero, el sobrino del desplomado clausurará el "pequeño siglo XX"; apenas tres cuartos, pero el más sangriento de la historia.
Europa no saldrá virgen del tsunami de nacionalismo y comunismo desencadenado: dos potencias la tutelarán y un tercer mundo emergerá por alergia; desangrándose luego igual por sinergia. Las guerras yugoslavas demostrarán después que 1989 zanjó a lo sumo 1939, pero no así 1914.
Gavrilo Princip sería el tótem del terrorismo del siglo XX, prueba de que un joven infeliz puede cambiar la historia. Héroe o terrorista suicida, “lo que usted crea de Princip es lo que cree que hoy ha sucedido en Bosnia”, resume el historiador Slobodan Šoja.
En tiempo de trivialidad mediática, gusta la fortuidad: la teoría del caos sabe que todo avatar entraña una cadena irrefutable de causas y efectos; corte por donde quiera y le llevarán a otro sitio.
Pero quién ha visto cómo se despereza el señor de la guerra en el hombre conoce el pavoroso tictac de atrofia, inercia, azar, leve albedrío e infección de la masa. Churchill diría que demasiados “if?” (hipótesis) se habían conjurado como en los Idus de César, en tormenta perfecta.
Más allá del fatalismo, ¿tenía que pasar realmente, y así? Antes del efecto mariposa de Lorenz, existió pasajeramente el "efecto Loyka"; si bien el fatal giro quedaría arrasado pronto por la ola de devastación que desfiguró el mundo de ayer.
Loyka era el chófer de Harrach, un señor de Moravia. Harrach era el amigo de Francisco Fernando que lo llevó en su auto, al encuentro de la 7,65 milímetros. Su Gräf & Stift de 1911 tiene un problema con la marcha atrás, "no es como ahora, había que invertir las correas de transmisión", explica su nieto Jan Podstatzký.
Gavrilo Princip sería el tótem del terrorismo del siglo XX, prueba de que un joven infeliz puede cambiar la historia
El heredero se había ido chequizando: venía a Moravia, a casa de la reina María Cristina de España, en Židlochovice; de ahí que Alfonso XIII conociese bien esta tierra, empujase a sus primos a mediar un armisticio y pudiese defender ante el emperador a disidentes: Kramář, Rašín o Klofáč salvaron la vida; la nueva Checoslovaquia lo condecoró.
Ahí donde María Cristina, cerca de Harrach, el heredero suspira por su dama, la checa Sofía Chotková. El escándalo va a alejarlos de Viena, haciéndolos más checos. Así se amistan con el conde Harrach, quien los introduce al desafecto político local. En el diario de Harrach, Francisco Fernando visiona poco a poco otro imperio, incluyente con los eslavos: checos, polacos, croatas, eslovacos, serbios, rutenos y bosníacos. Modernidad que espanta a los conspiradores serbios. Incluyente, además, quiere ser también el zar, pero en dirección madre-Rusia. Eso lo culminará Stalin.
Como jefe militar, el heredero había convocado las últimas maniobras, de los dos imperios que iban a desaparecer, en casa de Harrach, parada entre Viena y Praga. En su castillo de Velké Meziříčí, aloja a un cartel centroeuropeo irrepetible: Francisco José, Guillermo II, Francisco Fernando y el futuro –y último– emperador Carlos, entonces desapercibido ayudante de campo.
No lejos, igualmente en Moravia, se habían encontrado también, la última vez, un siglo antes, los ejércitos europeos: en la llanura de Austerlitz. El abuelo Liechtenstein de Harrach había comandado entonces los ejércitos ante el corso.
Su castillo había sido de los Ugarte españoles y Harrach es vástago de una línea de embajadores en España. Desde aquí Vratislav de Pernstán y María Manrique españolizaron Bohemia ; por ella fue luego Lobkowicz, quienes poseen aún la mejor colección fuera de pintura barroca española.
Hoy es lugar de sus nietos Podstatzký-Lichtenstein, paradigma del daño colateral del atentado y del siglo XX, nacidos en España. En la casa poseen la que es oficialmente la primera sangre de la I Guerra Mundial. Hasta estos muros octocentenarios llegó la hija de Harrach, a la caída del comunismo, bastón en alto y maletita de refugiada de todos los totalitarismos. No cejó hasta verlo devuelto y a su difunto rehabilitado como jefe de la resistencia local.
Conocí a Josephine, peleando con su bastón por su memoria y me relató aquella relación y planes. Y cómo regresó su padre de Sarajevo: exangüe ya de ilusiones pero con la primera sangre, de cien millones de muertos, en un pañuelo de batista. Su padre había sido el encargado de dar al emperador y al mundo la noticia de Sarajevo. El telegrama anterior, esa mañana, es del heredero y dice: "Queridos hijos, estamos bien, gran recepción. Hoy salimos de vuelta. Os abrazamos mucho".
Pero el auto Gräf & Stift de Harrach tenía entonces un retroceso lioso; Loyka se había demorado invirtiendo las correas, lo que mueve a un perplejo Princip a reponerse, amartillar y tirar: "Sin mirar", como dirá en el juicio; "no soy hombre sin corazón", agrega, según el testimonio de Loyka.
El tuberculoso Princip no sabía disparar y la FN M1910 era de defensa. Colt no había querido fabricarla y Browning se la trajo a Europa: en Herstal se hará con ella “La Mano Negra”, antes de que llegue a popularizarse luego tanto como el AK47. La organización armada paneslavista da también a sus torpes reclutados una cápsula de cianuro: son los primeros terroristas suicidas.
Ahora, desde un punto A hay infinitas trayectorias balísticas posibles, pero el tembleque de Princip va a definir aleatoriamente su punto B en la exacta yugular del heredero. El cuello pierde la tensión y se hunde bajo las tiesas solapas, no se ve sangre ni orificio de entrada; por un momento, nada parece haber sucedido ante el café Schiller. Solo al musitar una despedida a su esposa, por quien había puesto en jaque al imperio, brota la primera sangre de sus labios. Bajo el lustroso uniforme, Francisco Fernando se ha ido desangrando; y con ello las posibilidades de un futuro.
Para algunos, el auto del atentado presagia ya en su matrícula (A111118) la fecha del fin de la guerra:
Annum 11-Nov-1918
Incorporado al estribo para escudarlos, Harrach apresura un pañuelo para enjugar la gota. Es la primera de la gran sangría, la que hereda Josephine y la que expone ahora por primera vez el Cervantes en Praga.
Lo de Loyka, Harrach y Francisco Fernando fue un mal giro. El trío del coche de Sarajevo se ha conocido en casa de Harrach, años antes. En las citadas maniobras se ensayaba por primera vez la batalla nocturna y la prueba de un reflector provoca la estampida equina.
Loyka, recién llegado al pueblo, se apresta en su busca. Tiene el don de los caballos y en la noche recupera los 300. Ahora el heredero y Harrach quieren saludar al héroe magullado. Harrach lo hospeda y le ofrece empleo: Va a comprar su primer auto y le paga a Loyka la instrucción. Cuando llega el famoso viaje a Sarajevo, el heredero los llama a su lado.
Cuál será la camaradería del viaje que de resultas Loyka va a combatir, al poco, en la unidad del luego emperador Carlos. El conde checo donará el grand phaeton, lecho de muerte de su amigo y sus reformas, al viejo Francisco José; hoy exhibe sus agujeros en el Museo del Ejército de Viena. Para algunos, el auto del atentado presagia ya en su matrícula (A111118) la fecha del fin de la guerra: Annum 11-Nov-1918.
Pocos vieron la imagen completa que se dibujaba: las luces iban a apagarse sobre Europa y posiblemente no volverían a encenderse "en nuestros días", dijo el ministro inglés Grey; la belle époque y su fe feliz en un progreso constante tocaban a su fin. Se puede decir que en 1914 empezó una guerra, parece no haber terminado nunca.
La secuencia pudo quebrarse en cualquier momento, por cualquiera de sus exánimes responsables, en cinco semanas de negociaciones; pero el mundo no era el simple y bipolar conocido, sino multipolar y cambiante.
Se sabe que nadie realmente quería la guerra y que, más que con el antiguo régimen, tuvo que ver con un elemento nuevo: el espíritu de la masa, la primera guerra patriótica y de la clase obrera, los medios de masas y las armas de destrucción masiva.
Al viraje al encuentro de la bala, se suma otro igual de envenenado: Cuando Europa camina soñolienta hacia la guerra, el premier francés Jean Jaurès, que se ha juramentado para evitarla, va a caer en otro café, en París, víctima del segundo disparo cataclísmico del verano.
Su asaltante, Raoul Villain, como Princip, nacionalistas calenturientos, sobrevivirán: el serbio para acabar en una cárcel de Bohemia, el francés en una playa de Ibiza, de tiros milicianos, en el albor de la guerra de España. Otro drama más, tal vez impensable sin ambos.
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