LAS BAEDEKER, UNA MIRADA AL PASADO
Andaluces vagos y vascos civilizados: así nos veían en Europa en el siglo XIX
“En los círculos más educados, especialmente en el sur de España, el extraño puede dejarse llevar por el feliz, animado y atento tono de la sociedad, por la encantadora espontaneidad de sus maneras, y por la algo exagerada educación de la gente que conoce”. Esta es la descripción que de los españoles hacía la guía Badeker de 1898, la única orientación que, durante casi todo un siglo, tuvo el turista de moverse en países extranjeros. Fundada durante los años 30 del siglo XIX en Alemania, la colección de guías es un antecedente de las contemporáneas de Lonely Planet, con las que no difiere en exceso, más que en la duración de los viajes. Eran los albores del turismo, y tan sólo los más adinerados podían permitirse viajar a otros países por cuestión de ocio, por lo que la guía aclara itinerarios para aquellos que dispongan de dos meses, de mes y medio, o tan sólo de uno, que tendrán que conformarse con conocer San Sebastián, Burgos, Medina del Campo, El Escorial, Madrid, Toledo, Córdoba, Sevilla, Granada, Málaga, Aranjuez, Tarragona y Barcelona.
Esta colección de guías nos ayuda a asomarnos a la idea que el mundo anglosajón y el norte de Europa tenía del resto del mundo. En la publicación de 1898 –pero también en la más tardía de 1914–, pueden encontrarse afirmaciones como que Castilla es “una tierra deprimente y a menudo árida, con pocos restos pintorescos”. Los andaluces son descritos como vagos y los catalanes y vascos, como hombres de negocios. La afición rey, claro está, no podía ser otra que el toreo, profusamente descrito en la guía. Pero los españoles no somos los únicos en salir mal parados del texto dedicado a los prototuristas. Los griegos eran sucios; los italianos, deshonestos; y los orientales, estúpidos como niños.
Cuéntame, versión 1898
Quien se acerque a estas guías, que pueden consultarse de forma gratuita en Archive.org, quizá no se sienta identificado con lo que en ellas se explica de nuestro país. Según asegura la edición de 1908, el viajero puede comunicarse perfectamente con los locales aun sin saber español, puesto que “se habla inglés o francés en casi todos los hoteles”. Además, afirma la guía, “el español de las clases bajas no está falto de sentimiento nacional, pero muestra un sentido común y un rechazo a los disparates mucho más saludable que sus superiores”. Eso siempre y cuando se cumplan dos principios: ser igual de cortés con todo el mundo (“incluso el individuo más humilde desea ser tratado como un caballero”) y evitar ser un maleducado, puesto que “ello sólo conseguirá que se inflamen las pasiones de los analfabetos”.
Eso sí, alerta la guía, si nos hemos perdido y nos vemos obligados a preguntar a alguien, “es preferible que éste vaya bien vestido”. El volumen alerta que se debe evitar el contacto con “todos los miembros de las clases bajas, que siguen los pasos de los viajeros en ciudades como Burgos, Ávila, Toledo y Granada”. En caso de que nos asalte un niño, se recomienda utilizar la palabra “anda” para librarnos de ellos. Y si, aun así, todo se tuerce, siempre podemos recurrir a la Guardia Civil, “un cuerpo selecto de buenos hombres dignos de confianza” que han conseguido mantener el bandolerismo a raya. Eso sí, en caso de que explote un disturbio, conviene salir por patas, puesto que “los cuidadosos policías, con el fin de evitar que los malhechores se escapen, arrestarán a cualquiera que se encuentre en su camino”. Hay cosas que no cambian.
¿Vagos y maleantes? Las guías se regodean en la ociosidad del español. No sólo dedican un párrafo a recordar que, según una investigación del Gobierno del año 1896, de los 19 millones de habitantes en el país, casi 9 millones no tienen ninguna ocupación. Además, recuerdan que la mendicidad es “la plaga nacional de España”. “Innumerables personas la llevan a cabo por pura vaguería; otros lo hacen para pasar el tiempo; muchos porque lo ven como una profesión sencilla y rentable; y sólo unos pocos por auténtica necesidad”, afirma la guía. Básicamente, esta concluye que los mendigos acosarán al viajero en cafés, plazas, museos, estaciones de ferrocarril o carreteras hasta que suelte unos céntimos. Eso sí, a los niños ni agua, especifica el libro.
'La desesperación del guitarrista', grabado de 1881.
Entre el resto de recomendaciones que debe seguir el viajero se encuentra prescindir por completo de la cerveza española, especialmente en verano (“probablemente causará diarrea”); regatear en los productos que no tengan un precio fijo (nunca se debe pagar más de dos tercios o tres cuartos de la cantidad ofertada inicialmente); y jamás intentar sobornar a un agente de la ley, no se sabe muy bien si porque es ilegal o porque es inútil.
Un pequeño tour por Madrid, Barcelona y el País Vasco
Las guías no tienen nada que envidiar a los volúmenes actuales. Es más, es probable que resultase poco recomendable viajar con ellas, ya que con sus 800 páginas no son demasiado manejables. El nivel de detalle en ellas es envidiable incluso según los estándares de hoy, y uno puede encontrar callejeros de ciudades como Sagunto o descripciones pormenorizadas de museos como el Prado. Pero hagamos un breve viaje por tres importantes regiones como Madrid, Cataluña y el País Vasco. ¿Qué encontraremos en ellas?
Mapa de Madrid publicado en la edición de 1908.
La guía señala que las zonas más transitadas en Bilbao son la ciudad vieja y el “oscuro” Paseo del Arenal, donde se encuentran multitud de hoteles, cafés, el Teatro de Arriaga y la iglesia de San Nicolás. De San Sebastián resalta su casino, su playa (“apta para el baño”) y recomienda evitar el casco viejo. Los vascos salen muy bien parados de la descripción de la guía, que señala que “la gente de las provincias vascas se encuentra a un nivel mucho más alto de civilización que el campesinado del resto del país”. Las carreteras, infraestructuras y trenes no tienen parangón en el resto del país, y la diligencia y confort que proporciona el País Vasco sólo puede encontrarse en Cataluña.
Tampoco pueden quejarse los catalanes, que son descritos como “hombres nacidos para el negocio, como los vascos”, algo que contrasta con “los lentos castellanos y los vagos andaluces”. Se destaca su papel como exportadores y motor económico de la nación, y recuerdan que la máxima de “gran caballero es Don Dinero” se aplica a todos sus tratos. De Barcelona, con 500.000 habitantes por aquel entonces, se destaca su clima y, como haría una guía moderna, la Rambla, la Estatua de Colón, la Boquería, el Teatro del Liceu, Plaza Cataluña y el moderno Paseo de Gracia, que había sido fundado apenas unas décadas antes.
Si al viajero le quedaba tiempo libre, todavía podía visitar Castilla y Madrid, eso sí, a su propia cuenta y riesgo. Las tres cuartas partes del país son áridas y oscuras, y la Meseta Central, a una altura de 5.000 pies, “parece el norte de África o la estepa rusa”. “En La Mancha hay grandes extensiones donde hay nada”, reza el texto, y Castilla-La Nueva “es reducida a un tono extraño y deprimente de gris amarronado”. Al menos, Madrid corre mejor suerte, por lo menos el Palacio Real, el Rastro (que compara con la romana Plaza Navona), la Casa de Campo, Nuestra Señora de la Almudena (que por aquel entonces estaba siendo construida), el Paseo de la Castellana, el Prado y el Retiro. Su clima es “poco favorable” por sus repentinos cambios, “su importancia actual es una creación política y una necesidad histórica” y, por si eso no fuera poco, “la capital fue elegida por Felipe II como una vedete en medio de muchas otras, a pesar de que carece de todas las condiciones naturales para ser una gran metrópolis”.
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