Eran las once y media de la noche y los manifestantes, sitiados frente al Ministerio de Sanidad eslovaco, esperaban cualquier cosa. Amenazas, gases lacrimógenos, una manguera con espuma, pero nunca creyeron que sus reivindicaciones provocarían que la ministra terminara asomándose a la ventana y anunciando que habían ganado. Pura ficción.
Escribir contra los relatos que escribe el poder. Escribir contra los estereotipos y los prejuicios. Escribir hasta tumbar las mayúsculas y hacer del Estado un estado, una comunidad accesible. Porque lo común se escribe en minúsculas, Belén Gopegui (Madrid, 1963) ha montado una historia sobre la denuncia y la renuncia, El comité de la noche (Literatura Random House).
“La vida que nos toca es una vida de pelear, de correr contra los demás, separarnos y construir nuestra fortificación privada, más o menos endeble como la mayoría”, le dice Álex a Carla, las dos protagonistas de esta ruta contra el miedo. Álex acaba de perder su trabajo y regresa a vivir a casa de sus padres con su hija, desde donde escribe los motivos que le llevan a formar parte de un comité clandestino que trata de resistir al orden de la barbarie. Básicamente, una España fotocopiada de nuestros días, a la deriva pero con la esperanza de la regeneración.
Manifestación en madrid en el tercer aniversario del 15m
Probablemente haya sido la novela más cosida a la realidad de todas las que ha zurcido la autora más real. “No sé si la realidad iba más rápido que la novela, pero desde luego ha sido como escribir en compañía”, explica a este periódico. En el relato de la sublevación Álex escribe sus pensamientos, que apelan a la acción y a la reflexión (casi a la emoción): “Lo imposible es una provincia de lo posible, la más remota, pero existe y a veces se alcanza”. “Querida autocompasión, lo siento pero me dispongo a prenderte fuego”. “Dicen que no es mucho lo que está pasando. O, en realidad, dicen que no es suficiente. Dicen que de la inercia capitalista no se sale sólo con buena voluntad”. La revolución se puede entrecomillar.
Sangre de ricos y pobres
Cuenta Gopegui que ha conocido, leído, hablado, visto, callado, escrito y participado de la calle, de los movimientos, que ha aprendido a mirar a otras generaciones más jóvenes mientras estaban organizándose y definiéndose.
Carla, la otra pata de la historia, trabaja en una empresa de hemoderivados en Bratislava, donde se está privatizando la sangre donada. “Sangre de los países pobres fluyendo hacia los países ricos, sangre de personas pobres alimentando a personas ricas”. Hasta que se rebela contra la corrupción, a pesar de todo lo que perderá en el camino.
“Quizá el primer prejuicio contra el que he escrito sea la idea de que esto es lo que hay y que cualquier cambio será para peor y traerá inseguridad y caos”, cuenta. “La otra idea es que es posible unirse y trabajar en común y desde la comunidad construir. La mayoría de los relatos tienden a contar la parte en la que la comunidad te cercena y te limita y pocos cuentan lo que da”.
De la oscuridad a la luz
El libro parte del anonimato, de una primera persona que escribe, que da su primeros pasos contra “lo que hay” desde su teclado. Se cuenta, se pregunta, se investiga, se confirma, desde donde se reivindica contra la indiferencia. “Contar que no son los genes los que nos escriben, ni la carne y la sangre, es lo que nos hicieron. Lo que nos hacen”, escribe Álex sobre lo que, en realidad, nadie quiere contar. La historia desemboca en la luz pública, el comité sale de sus pantallas, de sus reuniones, se enfrenta al enemigo y toma la calle.
“Uno de los mayores enemigos en la novela y en la realidad es la resistencia a perder sus privilegios de quienes ahora tienen el poder. Creo que es un enemigo del que se habla poco, pero forma parte de esa nueva estructura de sentimientos que ha nacido con el 15M”. ¿Se refiere a “la casta”? “Bueno, las palabras queman”, sonríe y se explica. “La casta es una expresión con una estrategia, pero esta novela no está escrita con ese concepto en la cabeza, pero sí contra lo que antes se llamaba clase dominante”.
Es probable que la literatura no limpie todas las cosas feas de la realidad, pero es cierto que la pequeña montaña de novelas políticas ha ido creciendo en los últimos años. “Si pienso en cuando empecé a escribir y ahora, creo que algunas cosas han mejorado mucho. Hace unos años simplemente hablar de política y comunidad resultaba extraño. El discurso feminista también se ha hecho público”, dice la autora. “Hay más tejido y me siento más protegida”.
“Por otra parte, seguimos en un sistema capitalista donde la dureza cada vez es más visible y no hay forma de salirse a no ser que pases al enfrentamiento directo. Yo todavía no estoy en ese punto, por lo tanto estoy como todos y todas: intentando sobrevivir. Que lo que cuente sea fiel a lo que yo quiero contar y no lo que el discurso dominante te propone. A veces te sale mejor y otras, peor”, asegura a El Confidencial.
Internet, ¿comunidad o individuo?
Gopegui ha vuelto a desmontar la dualidad de los estereotipos dominantes. No al luchador frío, capaz de vender a su padre y a su madre para defender la causa. No al luchador sentimental que se deja llevar por las emociones y que termina traicionando la causa porque es más sentimental. La escritora ha convocado a los dos fusionados.
Uno de los lados más polémicos es la capacidad de reunión que los personajes de la autora conceden a internet en la reunión de la comunidad. “Yo entiendo internet como una ampliación del espacio, que ayuda a conectarte a personas como uno, para arroparse. En el caso de mis personajes sí es un lugar de ayuda, desde el que fortalecerse para luchar fuera”, explica. La colisión es frontal con pensadores como César Rendueles, quien explica en el ensayo Sociofobia (Capitán Swing) que internet “no fomenta los proyectos en común, en todo caso hace que nos importe menos su ausencia”.
Curiosamente, la reivindicación de lo común está hecha desde la primera persona. Algo muy personal para expresar lo común. Prefiere no hablar de ese discurso mágico de la escritura, pero reconoce que ha convivido durante este tiempo con la voz, con el tono, la presencia de esos personajes. Siempre al margen de la moral individual, arañando las condiciones subjetivas de los personajes y cruzándose con la cruda actualidad de los periódicos, mucho más novelesca que las novelas. “Al final, parece que los políticos cuentan relatos y que los narradores…”
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